La intoxicación por monóxido de carbono (CO) sigue siendo una causa significativa de morbilidad y mortalidad, particularmente en contextos de calefacción doméstica deficiente o ventilación inadecuada. Provoca entre 50.000 y 100.000 consultas a urgencias en EE.UU. cada año, con 1.500‑2.000 muertes. |
Según una revisión publicada en Annual Review of Medicine, a pesar de su peligro ampliamente reconocido, el diagnóstico clínico precoz continúa siendo un reto debido a la inespecificidad de los síntomas iniciales como cefalea, náuseas, confusión y fatiga, que muchas veces se atribuyen erróneamente a cuadros virales o a estrés. La hipoxia tisular silenciosa que provoca el CO, al unirse con alta afinidad a la hemoglobina, representa un desafío cotidiano.
Diversos estudios subrayan la necesidad de mantener un umbral bajo de sospecha ante pacientes con síntomas neurológicos vagos y exposición potencial. La cooximetría sigue siendo el método diagnóstico principal para medir niveles de carboxihemoglobina, aunque su interpretación puede verse alterada en fumadores o pacientes con enfermedades respiratorias crónicas. En este contexto, una anamnesis orientada y la evaluación del entorno se vuelven herramientas fundamentales en la sospecha inicial.
El tratamiento debe iniciarse de inmediato con oxígeno normobárico de alto flujo, incluso antes de la confirmación diagnóstica. Las guías actuales recomiendan considerar la terapia con oxígeno hiperbárico (OHB) en pacientes con pérdida de conciencia, síntomas neurológicos persistentes, embarazo o niveles de carboxihemoglobina superiores al 25%. Si bien hay controversias sobre su eficacia universal, trabajos recientes destacan su utilidad para prevenir secuelas neurológicas en determinados perfiles clínicos.
Un aspecto cada vez más relevante es el seguimiento a mediano plazo. Muchos pacientes desarrollan síntomas diferidos, conocidos como síndrome neurológico tardío, con trastornos de memoria, alteraciones del estado de ánimo o déficits motores que emergen semanas después de la intoxicación. Por ello, se sugiere realizar controles clínicos extendidos, incluso en aquellos casos con recuperación inicial completa, especialmente en personas mayores o con comorbilidades.
En cuanto a la prevención, se estima que la mayoría de los cuadros podrían evitarse mediante medidas básicas: ventilación adecuada, mantenimiento regular de estufas y calefactores, e instalación de detectores de monóxido en ambientes cerrados. El entorno doméstico continúa siendo el escenario más frecuente de exposición, lo que refuerza el rol del equipo de salud como educador y promotor de prácticas seguras.
Recomendaciones y objetivos a futuro |
El artículo de Annual Review of Medicine propone actualizar los protocolos de emergencia para incluir algoritmos específicos de detección temprana y manejo integral de estos cuadros. También destaca la importancia de fortalecer la formación del personal sanitario en el uso apropiado de la oxigenoterapia y la indicación de OHB, especialmente en regiones con mayor vulnerabilidad climática o social. Incluir estos criterios en la práctica clínica puede evitar secuelas graves e irreversibles.
Aunque se trata de un riesgo completamente prevenible, la intoxicación por monóxido de carbono continúa representando un problema de salud pública. Su abordaje eficaz requiere una combinación de atención oportuna, estrategias educativas y políticas de prevención estructurales. Reconocer su gravedad y actuar con celeridad sigue siendo una responsabilidad ineludible para los profesionales de la salud.