Por: Fernando Navarro
Dentro de los cientos de metáforas que utiliza Tom Waits para hablar de su música, una vez aseguró que, desde la composición de Swordfishtrombones en 1983, escuchaba los sonidos de un modo parecido a como Van Gogh veía los colores. Es decir, los sonidos cotidianos adquirían ese colorido de tonalidad hiper-iridiscente, produciendo destellos muy brillantes. Un periodista se lo recordó muchos años después en otra entrevista cuando charlaban sobre Real Gone, el último disco de estudio del cantante, editado en 2004, hasta la publicación del reciente Bad As Me (Anti / Pias). Al traerle a la memoria la frase, Waits solo pudo decir: “Pasé un período que era como daltónico con respecto al sonido. O astigmático del oído”.
Desde entonces, sus extraordinarios trastornos de vista y oído no han dejado de crear paletas sonoras al alcance casi exclusivamente de su maestría. Es casi imposible encontrar músicos que guarden un universo creativo tan personal y fascinante, donde la excelente labor de desenterrar los ecos sonoros más absorbentes del pasado, entre blues, gospel, folk, jazz o polka, convive con su fantástica capacidad de hacer farándula desbordante y canalla de todo lo que toca. En su mundo, todo parece sonar tan primitivo como una vieja grabación del Delta del Mississippi y tan moderno y actual como la última pirueta experimental del más sabio de los compositores. Nada ha parecido resistirse a Tom Waits, siempre con su capacidad de reciclaje y sorpresa, con su pleitesía a los ancestros y su surrealismo de feria. Con Bad As Me, el músico de Pomona no parece inventar (o hacernos creer que inventa) la rueda que todo el mundo espera con sus nuevos discos. En Bad As Me suena sencillamente a Tom Waits, como si fuera un repaso de toda su obra con sus obsesiones y extravagancias. Se puede decir que su último álbum es Tom Waits jugando a ser Tom Waits.
¿Eso es suficiente para a un músico del que se espera tanto? Pues, a la vista del resultado, sí que lo es. Porque es, otra vez, sobresaliente. Es como si Waits se radiografíase a sí mismo para mostrar, con las mismas perspectiva y tonalidad cromática que le caracterizan, las vibraciones de su imparable máquina de huesos. Es como si supiese que su propia figura ya impone lo suficiente como para recrearse en sus bailes. Como si al personaje le sobrasen todavía muchas vidas para agotarse. Conocido como el músico de las mil caras, el hombre lobo que se transforma en cientos de demonios diferentes y el funambulista con más arrojo del circo del rock, el cantante resume las esencias que lo han llevado a ser tan aplaudido como respetado en el negocio musical. Lo que se recogió en el magnífico recopilatorio, con abundante material nuevo, Orphans: Brawlers, Bawlers & Bastards, ahora se concentra en 13 composiciones que persiguen su propia sombra de acróbata musical.
Un comienzo apabullante sumerge al oyente desde el primer segundo en un álbum de una escucha más fácilmente digerible que Real Gone. Frenéticos metales recrean un tren a toda marcha en “Chicago”, en ese homenaje a tumba abierta del músico al blues eléctrico de Chicago, la ciudad donde se dio a conocer al mundo su adorado Howlin’ Wolf. Es la odisea de las migraciones del sur al norte que empezaron con el comienzo de siglo XX. Es la parábola de Waits para explicar sus raíces musicales y su propio viaje artístico del blues al rock, del mundo de hechiceros y leyendas del sur al ambiente urbano y desenfadado de la ciudad. Acaba gritando: “Todos a bordo”. A bordo para adentrarse en el R&B del mejor pelaje como en “Raised Right Men”, que suena como si Muddy Waters se revolucionase, o “Get Lost”, con el aporte de David Hidalgo de Los Lobos dejando un aroma al jungle sound de Bo Diddley y esos riffs que se repiten para intensificar la paranoia. Esta adquiere toda su fuerza en “Bad As Me”, donde Waits se desgañita cantando en su carnaval sonoro, y “Hell Broke Luce”, donde una especie de canto hip-hop se transforma en un rock potente, recreado con bases de sirenas, disparos, bombazos y palmas para hablar del papel de los soldados en la guerra y su regreso a su país. Es Waits haciendo su papel de pintor impresionista, con paisajes sentimentales que parecen trozos de un collage que el oyente tiene que poner en su orden.
Pero en esta radiografía de sí mismo Waits también presenta su faceta de baladista nocturno, arrimado a la barra del bar y con el humo acompañando sus canciones. Sorprende esa voz en falseto para cantar ese blues en “Talking At The Same Time”, más cuando su garganta grave es propia de un hombre de las cavernas que enciende la hoguera a base de canciones tal y como sucede en las enigmáticas “Pay Me”, “Back In The Crowd” o la maravillosa “Kiss Me”, como sacada de su primera época de cronista solitario, que pernocta en moteles, locales de striptease y paradas de autobús, como sucedía en álbumes tan sugerentes como The Heart of Saturday Night o Blue Valentine. En “Last Leaf” cuenta con la colaboración del guitarrista de los Rolling Stones, Keith Richards, que le acompaña a la voz. Todas estas lentas llevan su sello de alto calibre. Son canciones sencillas pero que abruman por su emoción concentrada, por su tristeza gruñida y su dolor sobrenatural. Como esa estupenda coda que es “New Year’s Eve”, en la que parece planear el espíritu de The Pogues en su eterno “Fairytale of New York”, que ya en su día parecía ser una continuación espiritual de la melancolía contenida en “Tom Traubert's Blues” del propio Waits. La inclusión de una parte de “Auld Lang Syne”, la canción de origen escocés cantada por los norteamericanos para recibir el año nuevo, no hace más que engrandecer la pieza.
Waits haciendo más que nunca de sí mismo. Puede que el resultado parezca menos trascendente y, tal vez, lo sea, pero no por ello deja de ser igual de absorbente y disfrutable. Cuando se le preguntaba por su método de registrar canciones tan bastardas en sonidos pero con ese aire genuino, Waits una vez contestó: “Para mí grabar es como fotografiar fantasmas”. Esta vez se ha fotografiado a sí mismo uno de los músicos más iconoclastas y sabios del panorama del rock, un verdadero rastreador sentimental y sonoro. Y, si Waits tuviese en el arte de la música el mismo don que Van Gogh tenía en el arte de la pintura, se podría afirmar que Bad As Me es su autorretrato. Como en el de Van Gogh, las ondulaciones, en este caso sonoras, simbolizan la locura y los tonos celestes, a modo de baladas, la tristeza y la pena. Tom Waits, siempre genio, en su paleta de sonidos impresionistas.