Relato

Diálogos

En una sociedad verdaderamente libre, donde las desigualdades estén superadas, el rol del médico se transformaría en el de un simple consejero para el equilibrio del cuerpo. ¿Qué mejor manera de ejercer esa tarea que a través del arte y la escritura?

Autor/a: Dr. Luis Agustín Ramírez

—Dale, vamos viejo —reclama mientras lo mira con sus grandes y penetrantes ojos oscuros.

Del otro lado, escuchando estas palabras que retumban en una habitación pequeña y fría, se encuentra él. Cabizbajo. Vencido. Desolado. Olvidado.

—No te das cuenta de que es un lindo día. ¡Mirá el sol que hay! Además, este invierno que nos tiene a maltraer está llegando a su fin. ¡Dale viejo, vamos! Yo te acompaño. Vos sabés que nunca te dejo a gamba. ¿Cómo tengo que pedírtelo?

Silencio. No hay una respuesta verbal. Solo una mirada furtiva que exclama pidiendo condescendencia. Tal vez, con esa mirada, demanda, únicamente, un poco más de silencio. Sin embargo, ese silencio resulta ensordecedor. ¿Cómo puede ser? Es.

—¿Recordás esa vez que pasamos por el bar que queda por calle Salta? Creo que estaba por Salta, entre Ovidio Lagos y Callao. ¡Qué bien que nos fue en esa oportunidad! Ese día llegué a la conclusión de que la gente es buena, che. Que no es tan jodida como uno piensa. Quizás alguna que otra persona sea jodida, pero vaya uno a saber qué problemas tiene en su casa, en su trabajo. Acaso, tal vez, pueda estar con alguna enfermedad y su malhumor venga por ahí. El otro día escuché, al pasar por la cortadita de acá a la vuelta, que don Celso anda mal. Que está medio depre porque, en la obra, el capataz no le suelta el mango. Está tan mal que no quiere salir de la casa, todo el día tirado. Va del sofá a la cama. Doña Carmen anda preocupada. Imaginate. Además de que no entra una moneda, lo tiene al viejo con una depresión galopante. ¡Vamos, chamigo! No quiero que termines así, como el bueno de don Celso.

Esta vez, cerró los ojos. Tal vez, para encontrar mayor intimidad. Tal vez, para no observar lo que lo rodea. O, acaso, para regresar a esos fugaces instantes de felicidad. Sabe que los tuvo. Sabe que no fueron pocos y fueron reales, tangibles. Pero sabe que no sucedieron ahí, sino en un tiempo de mieles y algarrobos en su Chaco natal. ¿Qué estará haciendo aquí? ¿Qué vino a buscar a este hostil paisaje de cemento y ausencias? Mientras los ojos continuaban entrecerrados, una milimétrica lágrima recorrió los surcos de su rostro. Recordó la última vez que se cruzó con Celso algunos largos meses atrás, cuando ambos se dirigían a sus respectivos trabajos. Se habían saludado a brazo tendido antes de perderse entre las callecitas. Nunca más volverían a verse.

—Además, vos fíjate qué garra le está poniendo el resto de la familia —expresó tras unos minutos de tensa calma. La Rita no deja de andar de acá para allá. Ya perdí la cuenta, pero debe estar limpiando unas dos o tres casas por día. Encima, el otro día la escuché quejarse de que una de las patronas la hace renegar con el pago. Es un vieja podrida que, para colmo, la trata mal. Y esto lo sé de primera mano, eh. Vos sabés bien que hay veces que también la acompaño a su laburo o cuando lleva a los pibes a la escuela. Con solo decirme “vamos”, sabe que estoy dispuesto a ir donde sea. Eso no es un problema para mí. Con todo lo que me dan, menos no puedo hacer.

Aunque intentó contenerla, una sonrisa sutil se esbozó entre sus labios. Pensó en Rita. ¡Dieciochos años juntos! Dos de ellos en el Chaco y uno a la distancia. Claro, había venido a probar suerte antes de traer a toda la familia. En ese entonces, solo lo tenían a Matías. Luego, ya aquí, vendrían dos mujeres, Mercedes e Isabel. Volvió a sonreír. Esta vez, la dejó al descubierto. Continuó pensando en Rita. La conoce y, por tal motivo, intuye que la angustia es tanto o más que la suya. Pero ella es más fuerte. Siempre lo ha sido y por esa razón la admira profundamente.

—El otro día, cuando vos no estabas, la acompañé hasta la salita. En realidad, la seguí desde lejos. Es más, creo que ni me vio. Porque, cuando llegué, un poco que me escondí, quería evitar que me bichearan. Eso sí, me ubiqué en un lugar estratégico para escuchar de qué se trataba la cosa. Ya sé que no te gusta y está mal, pero temí que se tratara de alguna peste, qué se yo. Pero no. La encontré hablando con Fabiana, la asistente social, y con otras viejas del barrio. Resulta que se les ocurrió armar una comedor comunitario y Fabiana les va a facilitar algunas cosas. ¡Ese era el fato! ¡Viste! No te amargues. Todos estamos pasándola mal.

Esta vez, solo lo miró. Fue una mirada de desaprobación, desde luego, pero, a su vez, sentía que su testimonio significaba una caricia ante tanta desazón. Rita. Acaso esto confirmaba que Rita era el mayor acierto de su vida. La que no bajó los brazos. La que apuntaló a cada integrante y los sujetó. La que se mantuvo con una entereza envidiable cuando la fábrica cerró y veinte empleados quedaron en la calle y él, luego de quince años de trabajo ininterrumpido, se quedaba sin la posibilidad de amparar a los suyos. Ni siquiera una indemnización. Nada. Pero ella no renunció a mantener unido a su núcleo familiar, al desmoronamiento intempestivo. Claro que, por dentro, estaba hecha añicos y abrigaba mucho miedo. Sin embargo, tampoco permitió desplegar toda esta incertidumbre a los suyos. Esa era su amada compañera.

—Tuvimos suerte de tenerla, eh. Digo por Rita. Pero ojo que vos hiciste lo tuyo para que hoy estemos todos juntos. No te desmerezcas. ¿Recordás la primera vez que salimos a cartonear? ¡Qué vergüenza sentíamos! Recuerdo muy bien que no te querías sacar el casco. Luego, no hubo otra. ¡Qué se le va a hacer! O era la moto o era el morfi. Tras mucho tiempo te lo digo: también sentí mucha vergüenza. Es que nunca me imaginé llegar a eso. ¡Qué se yo! Comer las sobras de la basura o buscar algo, sin saber qué, que nos ayude a conseguir unos mangos. Después le agarramos la mano y hoy, no puedo decirte que nos va bien, pero al menos le encontramos la vuelta. Al menos así lo veo yo. Es otro trabajo más. Aparte, somos tantos…

La mirada fue de enojo. No hacia su compañero, sino al destino que lo tenía atrapado en una suerte de laberinto borgeano. Simultáneamente, comenzó a realizar algunos movimientos masticatorios. Era la rabia contenida la que estaba tratando de deglutir. Otra lágrima surcó sus ojos. Esta era de impotencia.

—Y los chicos. ¿Qué podemos decir de los chicos? Se la están bancando de una manera ¿Sabés cuánto te admiran, viejo? El otro día los agarré cuchicheando. No te voy a negar que estaban un poco tristes. Vos sabés que mentir, no es lo mío. Pero los oí bien, eh. Me hice el desentendido mientras me paseaba de la cocina al living. Eso no me impidió farolear de reojo lo que estaban haciendo. Menos escuchar. Aparte, vos sabés bien el oído que tengo. Bien clarito agarré a Matías diciéndole a las pibas que tenían que tirar todos para el mismo lado, que nada de berrinches, que valoraran el esfuerzo que hacían sus padres y que no había que sentir vergüenza por lo que estaba sucediendo. Cuando las pibas se fueron a dormir, me acerqué a él. No le dije nada, pero percibí que se había dado cuenta de que había escuchado todo. Lloró un rato mientras me acariciaba la cabeza. Antes de irse a dormir me dijo que estaba orgulloso del padre que tenía y que te quería acompañar a cartonear. Le di a entender que conmigo era suficiente. Al menos por el momento. Y no te estoy jorobando, eh. Sabés bien que soy incapaz de engañarte con algo así. Así que dale viejo, vamos de una vez que no quiero volver de noche.

Finalmente, se convenció. Por Rita, por sus hijos y hasta por él mismo. En busca de un presente, ya ni de un futuro. Se levantó de la silla, se calzó unas zapatillas desvencijadas, bebió un largo sorbo de agua fría y se dirigió hacia la puerta para empezar el recorrido. Antes de abrirla, con la misma mirada con la que fue respondiendo a su compañero, devolvió un guiño de ojos. Luego, un golpe de cabeza le señaló que era hora de salir. Este se incorporó, hizo un gesto solemne de beneplácito por la tarea cumplida, movió su cola y salió corriendo tras los pasos de su amigo.

 

Agustín Ramírez
Escrito en la ciudad de Córdoba. 18 de agosto de 2023

 

 


* Dr. Luis Agustín Ramírez Stieben - Médico especialista en Endocrinología y en Medicina Interna. Doctor en Ciencias Biomédicas. Vicepresidente de la Federación Argentina de Sociedades de Endocrinología (FASEN).