El 14 de mayo de 1796, Edward Jenner tomó material de una lesión pustular de viruela de vacas causada por el cowpox virus, obtenido de la mano de la ordeñadora Sarah Nelmes y lo inoculó en el brazo de James Phipps, niño de 8 años, hijo del jardinero de la familia Jenner. Dos meses después inoculó material de una lesión proveniente de un enfermo con viruela y demostró que James no contrajo la enfermedad planteando que había quedado “inmune”. Este hito en la ciencia médica fue recreado en forma magistral por el pintor Gaston Melingue más de 100 años después y su obra puede ser admirada en la Academia Nacional de Medicina en Paris.
La viruela era una enfermedad altamente prevalente, causante de un gran problema epidemiológico, distribuida en casi todo el mundo, que no distinguía edades ni clases sociales, y además causaba alta mortalidad (30 a 60% en los no vacunados) y producía secuelas significativas no solo estéticas (cicatrices, calvicie) y hasta un tercio de los sobrevivientes quedaban ciegos cuando se comprometía la córnea. Entre muchas víctimas se incluyen faraones de Egipto, según certifican sus momias, Isabel I de Inglaterra, músicos clásicos como Mozart y Beethoven, y presidentes de los Estados Unidos como Lincoln y Washington. Durante el siglo XVIII sufrieron la enfermedad el emperador José I de Austria, el rey Luis I de España, el zar Pedro II de Rusia, la reina Ulrika Eleonora de Suecia y el rey francés Luis XV. En América se cuenta al gobernante del Imperio Inca Huayna Capac y en Chile al Abate Molina y a la destacada cantautora Violeta Parra que se sentía acomplejada por las cicatrices faciales dejadas por la enfermedad.
Edward Jenner (1749-1823) nació en Berkeley, Gloucestershire, Reino Unido. Era un naturalista, muy observador desde niño y a los 13 años empezó a trabajar con un cirujano. Información no confirmada señala que el rostro sin marcas de las jóvenes ordeñadoras fue un elemento trascendente para llevar a cabo sus experiencias. Rechazó incorporarse a la expedición científica al mando del marino británico James Cook a bordo del barco Endeavour (expedición que doblando el Cabo de Hornos se dirigió al sur del Pacífico y Oceanía y luego dio la vuelta al mundo, y realizó desde agosto de 1768 hasta julio de 1771 estudios cartográficos, astronómicos y biológicos de flora y fauna).
Jenner realizó varios estudios sobre anatomía y fisiología y aunque la Royal Society of London (Academia Nacional de Ciencias en Reino Unido) rechazó sus trabajos sobre la vacuna de la viruela, finalmente lo aceptó como miembro muchos años después por un trabajo sobre la conducta de un ave (Cuculus canorus).
Si bien Jenner ha recibido todo el mérito de la comunidad científica por el descubrimiento de la vacuna antivariólica, existen antecedentes de inoculación antes de las investigaciones de Jenner. En la lápida funeraria de Benjamin Jesty se puede leer “…partió de esta vida el 16 de abril 1816 a la edad de 79 años. Nació en Yetminster en este condado, y fue un destacado hombre honesto: particularmente destacó por haber sido la primera persona (conocida) que introdujo la inoculación con cowpox, y con su gran visión hizo el experimento en su esposa y dos hijos en el año 1774”. Aún se conserva la granja Upbury en Yetminster, Inglaterra, hogar de la familia Jesty en el momento en que las inoculaciones pioneras tuvieron lugar y allí existe una placa conmemorativa de este suceso.
Es probable que en otros lugares de Europa se realizaran procedimientos similares no publicados. A modo de ejemplo, se cita la presentación de Fester en la Sociedad Médica de Londres en 1765 titulada “Cowpox y su capacidad de prevenir la viruela”. Jobst Bose (Göttingen, Alemania, 1769) y Plett y Jensen (Holstein, Dinamarca) inoculaban con viruela vacuna (cowpox), pero no existen publicaciones científicas de esos eventos.
En 1714 Emmanuel Timoni, médico griego formado en Padua y Oxford, residente en Estambul, publicó en el Philosophical Transactions, órgano de la Royal Society una comunicación con sus experiencias favorables con la inoculación de viruela vacuna, logrando en 48 de 50 sujetos una forma de viruela atenuada. Había aprendido la técnica de dos mujeres que hacían este procedimiento en Estambul con fines estéticos.
En este relato histórico no puede ser omitida Lady Mary Wortley Montagu (1689-1762). Nació en Londres, y ha sido definida como aristócrata viajera y escritora. Hija mayor del Duque de Kingston y Marqués de Dorchester. Su madre, hija del conde de Denbigh, murió siendo ella aún niña. Mantuvo una estrecha amistad con Mary Astell, luchadora por los derechos de la mujer. El padre de Lady Mary rechazó el matrimonio con Edward Wortley Montagu y cuando Lord Dorchester insistió en otro matrimonio para su hija, Edward y Mary se fugaron (1712). Edward Wortley era miembro del Parlamento Inglés desde 1715 y fue nombrado embajador ante el Imperio Turco. Lady Mary le acompañó en su viaje hasta Constantinopla. La historia de este viaje y sus observaciones de la vida en Oriente se cuentan en sus “Cartas desde Estambul”, llenas de descripciones gráficas, inspiración de las siguientes viajeras/escritoras femeninas y de gran parte de la producción artística englobada en el concepto de orientalismo. Fue la primera mujer occidental en acceder a los harenes otomanos. Escribió: “Las mujeres turcas tienen más libertad que las inglesas y… la religión musulmana no es muy distinta del cristianismo”. Aprendió el idioma y adoptó la vestimenta turca para identificarse con las mujeres de esa región.
Del Imperio otomano, Lady Mary que mostraba en su piel las cicatrices de la viruela, y había visto morir a su hermano por ese flagelo, trajo a su vuelta a Inglaterra la práctica de la inoculación como profilaxis contra la enfermedad. Hizo inocular a sus propios hijos, y se enfrentó a los poderosos prejuicios que había contra tal práctica. En 1796 (70 años después), Jenner supo de los trabajos de Lady Mary, perfeccionó la técnica y pasó a la historia como el descubridor de la vacuna contra la viruela. El aporte de Jenner fue la demostración de la capacidad protectora de su ensayo, considerado como primera prueba de inmunidad conferida por una vacuna.
Otros datos señalan que, con anterioridad, ya en el siglo VI a. C. en China practicaban la inoculación o aspiración vía nasal de costras de enfermos como prevención de la viruela, y en el siglo V a.C. el historiador griego Tucídides se refiere al tema.
La primera evidencia escrita relacionada con la inoculación como profilaxis se sitúa en el siglo XI. Una monja budista que vivió durante el reinado del emperador chino Jen Tsung (1022 a 1063) y a la cual se le atribuye el texto “El tratamiento adecuado de la viruela”, registra el procedimiento de soplar el polvo de costras secas, pulverizadas y mezcladas con plantas específicas mediante un tubo de plata en las fosas nasales.
Otro libro perteneciente a la literatura china “El espejo dorado de la Medicina” describía diferentes formas de inoculación antivariólica tales como: Introducir en los orificios de la nariz un pedazo de algodón empapado de pus extraído de pústulas de enfermos leves; pulverizar costras desecadas e introducirlas mediante un tubo de bambú por los orificios nasales (a los niños en la ventana nasal izquierda y a las niñas en la derecha) y poner a un niño sano las ropas usadas de un enfermo.
A comienzos del siglo XI murió víctima de viruela el primogénito del Primer Ministro chino Wang Tan de los emperadores Sung. Se convocó una junta de médicos, sabios y magos de todo el Imperio y un ermitaño proveniente de O-Mei Shan catalogado de “médico sagrado”, “inmortal” trajo la técnica de la inoculación. Monjes taoístas (religión ancestral china) y alquimistas vivían en cuevas en la famosa montaña de O-Mei Shan, y conocían el secreto de la variolización que, según la tradición, habían recibido por “dictado de los espíritus”. (Actualmente una escultura del Gran Buda de Leshan esculpida en piedra de la montaña y el paisaje panorámico del monte O-Emei son importantes legados culturales en la historia del budismo en China donde se fusionan la belleza natural, la historia y la arquitectura religiosa, es considerado un lugar sagrado y fue declarado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) Patrimonio de la Humanidad desde 1996).
En 1672 según otros datos históricos, una anciana circasiana en Constantinopla aplicaba exudado de viruela en una herida abierta en la piel del paciente. ¿Cómo se trasmitió el conocimiento sobre prevención de la viruela desde el antiguo imperio chino hasta la región de Circasia y el Cáucaso en el Asia Central? Diferentes fuentes refieren que evitar la viruela entre las jóvenes era trascendente para su familia y su futuro ya que muchos padres pretendían que sus hijas llegaran a las cortes como esposas o concubinas de los emperadores, sultanes y reyes. Alcanzar este honor requería de belleza física como principal virtud y, por lo tanto, tener un rostro y un cuerpo sin cicatrices de la viruela era fundamental. Se estima que las jóvenes eran sometidas a los procedimientos de prevención de la viruela para este logro y por lo tanto la prevención era una inversión vital y los elementos empleados fueron un producto de belleza. Los relatos y algunos escritos revelan que fue a través de la Ruta de la Seda que se produjo esta transmisión de conocimientos.
Esta ruta se utilizó entre el siglo II a.C. hasta el siglo XVI, sirvió de nexo entre numerosas civilizaciones y propició intercambios comerciales, de creencias religiosas, conocimientos científicos, innovaciones técnicas, usos culturales y expresiones artísticas. En 2014 la UNESCO declaró Patrimonio de la Humanidad un tramo de 5.000 kilómetros desde Chang’an/Luoyang, antigua capital principal de China durante el reinado de las dinastías Han y Tang, hasta la región de Zhetysu, en el Asia Central, corredor que une China, Kazajstán y Kirguistán. Los 33 componentes del tramo comprenden ciudades capitales, palacios de varios imperios y kanatos, asentamientos mercantiles, templos budistas, antiguos senderos, casas de postas, pasos entre montañas, torres de almenaras, tramos de la Gran Muralla, fortificaciones, tumbas y edificios religiosos.
El rey Carlos IV de España programó y financió la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna con especial motivación por cuanto una de sus hijas había sufrido la enfermedad, y comisionó al médico valenciano Francisco Xavier de Balmis para que llevara la vacunación contra la viruela a las colonias españolas en el Nuevo Mundo y Ultramar. De Balmis partió con 22 niños abandonados de la Casa de Expósitos y un grupo de asistentes, vacunando a los niños brazo a brazo en grupos de dos a lo largo del viaje, para que hubiera pústulas frescas en todo momento. El médico valenciano a cargo de la Expedición tenía una vasta experiencia en el tema de la vacuna y había traducido del francés en marzo de 1803 el libro de Jacques Louis Moreau de la Sarthe “Tratado histórico y práctico de la Vacuna”, material que sirvió de guía general de la vacunación y alrededor de 500 ejemplares fueron distribuidos en las distintas Juntas de Vacunación que fueron organizándose en las colonias.
Los objetivos de la Expedición fueron “Difundir la vacuna desde el Reino de España a todos los virreinatos ultramarinos, instruir a los sanitarios locales de las poblaciones visitadas para dar continuidad a la práctica de la vacunación a lo largo del tiempo, y crear en los virreinatos Juntas de Vacunación como centros para conservar, producir y abastecer de vacunas activas para mantener la campaña de forma permanente”.
El 30 de noviembre de 1803 zarparon de La Coruña en la corbeta María Pita acompañados por la enfermera y rectora de la Casa de Expósitos Doña Isabel Sendales, junto con otros tres médicos: José Salvany, Antonio Gutiérrez y Manuel Julián Grajales y 6 enfermeros. Luego de vacunar en Tenerife, en febrero de 1804 llegaron a Puerto Rico y el 19 de marzo de ese año desembarcaron en Puerto Cabello, Venezuela. Aquí la expedición se dividió, Balmis siguió a Cuba y México, y Salvany y Grajales se dirigieron a Colombia, Perú, Buenos Aires y Chile.
En México se establecieron numerosas juntas a lo largo de todo el Virreinato y Balmis con la fracción de la expedición a su cargo siguió hacia Manila en el navío Santa Bárbara con 26 niños mexicanos reclutados y que padecieron condiciones mucho peores de los embarcados en A Coruña (mareos, vómitos, fiebre, calor, tormentas y tifones durante la navegación). Desde Filipinas siguieron en otra embarcación a la colonia portuguesa de Macao desde donde se realizaron campañas de vacunación en territorio chino.
Por cansancio y enfermedad Balmis cedió la dirección de la expedición a su ayudante Antonio Gutiérrez y decidió regresar a Lisboa y luego a Madrid donde fue recibido con honores por el rey Carlos IV el 7 de septiembre de 1806.
Algunos niños murieron durante el viaje, en el largo recorrido se incorporaron otros niños de las colonias y se desconoce cuántos regresaron. La mayoría de los niños “vacuníferos” pertenecían a hogares de menores, habían sido abandonados por sus familias y las condiciones extremas a que fueron sometidos merecerían un análisis más profundo.