Al analizar tres preguntas fundamentales, los autores sostienen, primero, que se debe respetar el deseo de un paciente de no ser informado, a menos que pueda producir un daño grave a terceros. Segundo, consideran que sólo una confusión entre “toda la verdad” y “totalmente cierto” puede hacer creer que es imposible para los médicos decir “la verdad” a los pacientes. Por último, sostienen que un médico puede engañar legítimamente a un paciente sólo en raras ocasiones en las cuales el engaño es breve y el objetivo perseguido es de gran importancia (por ejemplo, salvar la vida del paciente) y hay probabilidades de lograrlo. Engañar a un paciente “por su propio bien” es una falta de respeto hacia la persona y por lo tanto en general es inaceptable que los médicos traten de ayudar así a sus pacientes.
Una larga tradición sostiene que como el objetivo de la medicina es promover la salud de los pacientes, es aceptable que un médico engañe a su paciente si esta actitud contribuye a su salud. Como señala uno de los autores, la “pregunta fundamental” es “saber si el engaño tiene por objeto beneficiar al paciente.”
Según este punto de vista, si la doctora Allison le dice al señor Barton que se está recuperando satisfactoriamente de un trasplante renal, cuando en realidad el riñón no está funcionando bien y la recuperación es más lenta de lo esperado, la actitud de la doctora Allison estaría justificada porque está tratando de mantener el buen estado de ánimo del enfermo para su mejor recuperación. Una persona enferma no mejora con mensajes pesimistas.
Este engaño para beneficiar al paciente es atractivo a primera vista. Al menos está motivado por el esfuerzo del médico para ayudar al paciente. Es muy diferente cuando, para su propio beneficio, el médico engaña al paciente. Un ejemplo sería informar a un paciente sano que tiene una deficiencia de vitaminas con el objeto de venderle suplementos vitamínicos, o recomendar una cirugía innecesaria a fin de percibir honorarios.
Todos comprendemos que un médico no puede efectuar cualquier tipo de acción con el objeto de beneficiar al paciente. Por ejemplo, rechazamos como moralmente grotesco el concepto de que un cirujano extirpe órganos vitales a una persona sana a fin de utilizarlos para salvar la vida de otras cuatro. El propósito de beneficiar a un paciente no autoriza a utilizar cualquier metodología. El médico debe emplear métodos moralmente aceptables. Si bien engañar a un paciente para su propio bien es muy diferente de matar a una persona inocente con el objeto de beneficiar al paciente, consideramos que este tipo de engaño es sin embargo incorrecto. Salvo algunos rarísimos casos, engañar a un paciente “por su propio bien” es una forma inaceptable del médico de ayudar al paciente.
El respeto hacia las personas
Mientras que engañar al paciente con el propósito de beneficiarlo parece a primera vista inobjetable, es incorrecto por el mismo motivo que es incorrecto que un médico le diga a un paciente sano que necesita vitaminas a fin de obtener un beneficio económico. En ambos casos, esa conducta es errónea porque no trata a una persona con respeto.
Los seres humanos somos criaturas racionales. Tenemos la capacidad de orientar nuestras acciones sobre la base de la deliberación en lugar de actuar sólo por instinto o condicionamientos psicológicos. Nuestra capacidad para razonar nos hace más valiosos que un árbol, un perro, o quizás cualquier otra cosa del mundo natural.
Si todos somos especiales por nuestra capacidad para tomar decisiones, entonces otros no deberían destruir esta capacidad ni interferir con su ejercicio. Todos tenemos el mismo derecho a elegir cómo conducir nuestras vidas y los demás tienen la responsabilidad de respetar ese derecho. (Una tarea importante de la filosofía social y política es que cada individuo realice sus actividades con la máxima libertad y al mismo tiempo garantice la libertad de los demás). El trato respetuoso hacia los otros demás significa reconocer su autonomía permitiéndoles tomar decisiones sobre sus vidas. Por el contrario, una falta de respeto es privarlos de su libertad para vivir como ellos desean.
La falta de respeto y la conveniencia del médico
Si el doctor Mires, un cirujano ginecológico, le dice a la señora Sligh que necesita una histerectomía, cuando en realidad las indicaciones médicas no justifican la cirugía y se la está recomendando sólo para recibir un beneficio económico a través de la operación, el doctor Mires no está respetando a la señora Sligh. Al mentirle, está afectando la autonomía de su paciente. La coloca en posición de tener que decidir sobre la base de una falsa información. De esta manera, se le cierra la opción de decidir qué es lo mejor para proteger y promover su salud. Sólo puede creer que está tomando esa decisión porque el doctor Mires la forzó a resolver sobre la base de una premisa falsa.
Cuando el conocimiento es poder, la ignorancia es esclavitud. Cuando el doctor Mires deliberadamente informa mal a la señora Sligh, coarta su capacidad para llevar a cabo cualquier plan que pudiera tener. No importa si ella decide no someterse a una histerectomía y evita así los riesgos, el dolor y los gastos del procedimiento. Además de preocuparla innecesariamente y angustiarla por la decisión, el engaño del doctor Mires la colocó en una falsa posición con respecto a decidir sobre su vida. Sin que ella lo sepa, él limitó su libertad para tomar decisiones importantes. Al descartar su capacidad para razonar y decidir, el médico le faltó el respeto.
La falta de respeto y la conveniencia del paciente
Los casos más graves en los cuales los médicos tradicionalmente se han considerado justificados (y quizás hasta obligados) a engañar a un paciente son aquéllos en los que el paciente está muriendo y la enfermedad ya no se puede tratar eficazmente. En el pasado, la pregunta más frecuente era sobre la conveniencia de informar al paciente que sufría cáncer. Hoy que los tratamientos para el cáncer son más eficaces, la pregunta es si conviene decir al paciente que un tratamiento puede no ser eficaz para aumentar su expectativa de vida. La cuestión central sigue siendo la misma, porque el médico sigue teniendo que decidir si engaña al paciente.
Considere el caso siguiente. Susan Cruz, madre soltera de un niño de 6 años sufrió en los últimos meses cefaleas insoportables acompañadas a menudo de vómitos y mareos. Sin embargo, recién cuando perdió el control de la mitad izquierda de su cuerpo y se desmayó en el baño consideró la necesidad de consultar al médico de su sistema de salud.
Éste, inmediatamente la derivó al doctor Charles Lambert, un neurólogo que tras un examen exhaustivo, indicó una resonancia magnética (RM) craneoencefálica. En el hospital, Susan sufrió dos convulsiones inmediatamente después del estudio. Fue hospitalizada y la RM fue seguida de una biopsia realizada por el doctor Clare Williams, un neurocirujano.
Los resultados de las pruebas revelaron que Susan padecía un cáncer de cerebro de gran malignidad que afectaba las células gliales. El cáncer estaba tan extendido que el doctor Williams informó al doctor Lambert que el tumor no sólo era inoperable sino que la reducción quirúrgica de tejido canceroso aumentaría su riesgo de daño cerebral. La radioterapia podría reducir algo el tumor, pero la enfermedad de Susan estaba tan avanzada que no modificaría sustancialmente el pronóstico.
Tras evaluar toda la información sobre el caso, el doctor Lambert llegó a la conclusión de que ningún tratamiento aumentaría en forma apreciable la expectativa de vida de Susan. Lo más probable es que moriría en unas pocas semanas o a lo sumo en uno o dos meses, pero ¿le debería decir esto? ¿No sería mejor dejar que pasara sus últimos días sin el temor y la angustia que le produciría saber la inminencia de su muerte? Ella y su hijo Bryan, podrían compartir algún tiempo juntos, libres de las peores preocupaciones. Ella no podía hacer nada para prevenir su muerte, entonces ¿no debería él darle esperanzas sobre su futuro? Después de todo, el médico podría ignorar que ella moriría pronto.
“Usted tiene una enfermedad de las células del tejido de sostén del cerebro,” le dijo el doctor Lambert a Susan. “Esa es la causa de sus cefaleas, mareos, vómitos, debilidad muscular y convulsiones.”
“¿Hay algún tratamiento?”, preguntó Susan. “¿Necesitaré una operación?”
“No en esta etapa de su enfermedad,” le respondió el doctor Lambert. Para evitar mayores explicaciones, agregó rápidamente, “La radioterapia es el mejor tratamiento que podemos ofrecerle, porque los rayos X contribuirán a destruir el tejido anormal que comprime su cerebro.”
“¿Esto mejorará los síntomas?”
“Le ayudará” respondió el doctor Lambert, “Pero tenemos medicamentos que también contribuirán. Le puedo dar corticoides para reducir el edema cerebral y un anticonvulsivo para controlar sus convulsiones. También puedo tratar su cefalea con medicamentos eficaces.”
“¿Cuándo comenzaré el tratamiento?”
“Hoy le indicaré algunos medicamentos y la derivaré a los radioterapeutas,” contestó el doctor Lambert.
“Supongo que podrá iniciar el tratamiento en uno o dos días.”
“Excelente,” contestó Susan. “Tengo que mejorar para poder cuidar a Bryan. Ahora está con mi madre, que tiene un problema cardíaco. Un niño de 6 años puede dar mucho trabajo.”
Susan siguió el plan terapéutico indicado por el doctor Lambert. Tomó los medicamentos y con la ayuda de su amiga Mandy, asistió al hospital para la radioterapia durante 4 semanas. No pudo realizar el quinto tratamiento porque comenzó a sufrir convulsiones incontrolables y debió ser hospitalizada. Falleció al día siguiente.
El doctor Lambert nunca le dijo a Susan que tenía un tumor cerebral, ni que la decisión de no operarla se debió a que el cáncer estaba tan avanzado que no serviría de nada. Tampoco le informó que, según sus cálculos, le quedaban sólo unas pocas semanas de vida. El doctor Lambert no le mintió a Susan, pero la engañó. Cuando le informó sobre su enfermedad fue impreciso y limitado. No compartió con ella la información que tenía. Eligió una dialéctica que le hizo creer a la paciente que se curaría o se podría controlar con el tratamiento.
Si bien Susan no presionó (suponemos) al doctor Lambert para tener más información de la que éste le proporcionó ni le hizo otras preguntas sobre su enfermedad, esto no significa que el doctor Lambert no la engañara. Susan (como muchas personas) puede haber carecido de suficientes conocimientos sobre medicina y sobre su propio cuerpo para hacer las preguntas correctas, puede haber estado tan intimidada por los médicos que no se animó a nuevas preguntas o pudo haber sido psicológicamente incapaz de preguntar, prefiriendo dejar todo en manos de su médico. Al menos, el doctor Lambert debería haberle preguntado a Susan cuánto deseaba saber. Una ignorancia intencional es, después de todo, bastante diferente a una ignorancia impuesta.
También fue poco honrado que el doctor Lambert pensara que debido a que no puede estar seguro que Susan morirá por su enfermedad en pocas semanas, le podía ocultar información. Esta clase de incertidumbre es una parte ineludible de la práctica médica y el doctor Lambert tiene todas los motivos para suponer que a Susan le queda poco tiempo de vida. Los jueces que instruyen a los miembros del jurado sobre los casos de pena de muerte a menudo hacen la distinción entre la duda real y la duda filosófica para explicar el significado de “duda razonable”. El doctor Lambert no tiene una verdadera duda sobre el destino de Susan y ella tiene derecho a recibir la mejor opinión médica.
El engaño del doctor Lambert a Susan Cruz, como el del doctor Mires a la señora Sligh, es moralmente incorrecto. El doctor Lambert engaña a Susan con la intención de hacerle el bien, mientras que el doctor Mires engaña a la señora Sligh con el propósito de obtener un beneficio personal. Podríamos decir que el engaño del doctor Mires es moralmente peor que el del doctor Lambert. Aún así, el engaño del doctor Lambert a Susan Cruz es incorrecto porque la trata sin respeto.
Al retacear a Susan información fundamental, el doctor Lambert quebranta el derecho de Susan a decidir sobre lo que le resta de vida. La engaña para que crea que, con los tratamientos que le administra, podrá volver a la vida normal y con el tiempo sanar. Debido a que esto no es así, se le niega a Susan la oportunidad de decidir cómo pasar sus últimas semanas de vida.
No puede hacer lo que preferiría si supiera que sufre una enfermedad mortal y tiene un tiempo relativamente breve de vida. Podría haber retomado el contacto con su ex esposo, completado la novela que estaba escribiendo o visitado Nueva York. Más importante aún, podría haber arreglado que alguien se hiciera cargo de su hijo de 6 años. Impedida por el engaño del doctor Lambert de saber que puede morir pronto, Susan no pudo hacer lo que más valora durante el tiempo que le queda.
El respeto hacia las personas impide engañar a los pacientes. Cuando el engaño es para beneficio del médico el mal es evidente. Sin embargo, aunque el engaño tiene el objeto de beneficiar al paciente, la buena intención del médico no altera el hecho de que el engaño quebranta la autonomía del paciente.
Tres preguntas fundamentales
Tres preguntas con respecto a la información que el médico da al paciente surgen con suficiente frecuencia como para justificar que las tratemos explícitamente.
1. ¿Qué hacer cuando el paciente no quiere saber acerca de su enfermedad o su estado de salud?
Existen quienes argumentan que muchos pacientes no quieren saber qué les pasa. Aunque pueden manifestar que sí quieren, en realidad algunos no dicen la verdad. Parte del trabajo del médico es evaluar cuánta información y de qué clase un paciente puede manejar y después proporcionarle la cantidad y la clase de información adecuada. De esta manera, un médico puede decidir que un hombre de 30-40 años no quiere saber que está sufriendo los primeros síntomas, de la enfermedad de Huntington (Huntington disease, HD), por ejemplo. Si bien la enfermedad es invariablemente mortal y no tiene tratamiento, es de evolución lenta y el paciente puede vivir otros 10 o 15 años una vida relativamente normal antes de que aparezcan los peores síntomas de la enfermedad. El médico puede decidir ahorrar al paciente la angustia de vivir con el conocimiento de que va a sufrir una enfermedad mortal y especialmente desagradable. El médico, según su criterio, piensa que el paciente realmente quiere que lo protejan de los años de angustia e incertidumbre.
Pero, sin más que su propia evaluación para considerar lo que un paciente desea, está asumiendo una pesada carga. La HD es un trastorno genético que se produce cuando uno de los padres le transmite a su hijo el gen HD. Alguien con un padre que tiene HD puede ya saber que tiene un 50% de posibilidades de adquirir la enfermedad. Puede querer saber si los problemas que está teniendo son síntomas de la enfermedad. En caso afirmativo, puede decidir vivir su vida en una forma muy diferente. Podría decidir, por ejemplo, no tener un hijo y evitar el riesgo de transmitir el gen de la enfermedad. O si él y su pareja deciden tener un hijo, podrían optar por una inseminación artificial y el estudio de los embriones para eliminar a los portadores del gen HD. En general, el médico no está en posición para decidir qué información debe ocultar al paciente y por lo tanto le debe revelar la verdad.
El paciente es explícito
Cuando el paciente expresa en forma categórica y explícita el deseo de no saber la verdad sobre su enfermedad, los médicos en general deben respetar esta actitud. En estos casos no hay falta de respeto si no se dice la verdad (no se proporciona información) a alguien que no la quiere saber. La ignorancia que el paciente se impone a sí mismo puede serle necesaria para seguir adelante con su vida en la forma que desea.
Así, una persona se puede conocer a sí mismo lo suficiente para saber que si le diagnostican un cáncer inoperable, no podrá pensar en nada más y el resto de su vida será sólo angustia y tristeza. Su médico debe respetar el deseo de permanecer en la ignorancia, porque es una expresión de autonomía similar al deseo de ser informado.
Cuando un paciente expresa el deseo de no ser informado sobre su enfermedad, esto no justifica que el médico lo engañe. Se justifica que el médico oculte la verdad cuando el paciente pidió que lo mantengan en la ignorancia, pero esto no significa que el médico tenga derecho a decirle que todo está bien cuando no es así o a asegurarle falsamente que no tiene un cáncer de próstata con metástasis.
Consideraciones primordiales
Los casos en los cuales los pacientes no desean saber sobre su enfermedad no son tan raros como antes. Por ejemplo, algunos pacientes no desean saber si están infectados por el VIH y solicitan que no se les informe si la prueba de VIH fue positiva.
Estos casos generan el interrogante de si el médico debe estar necesariamente obligado por el deseo explícito del paciente de no estar informado sobre su enfermedad. Creemos que no.
Cuando la infección por VIH u otra enfermedad contagiosa están de por medio el paciente debe saberlo, no necesariamente por su propio bien, sino por el bien de otros. Aquellos que no desean saber que son VIH positivos carecen de información esencial para decidir sobre su conducta con respecto a otros. El médico tiene una obligación con un paciente en particular, pero también tiene la obligación de prevenir el daño a terceros que pueden tener contacto con el paciente. No informar al paciente que es VIH positivo, aunque éste haya solicitado no saber, convierte al médico en cómplice de propagar la enfermedad. El médico no es responsable de las acciones de su paciente, pero es responsable de asegurarse que tiene información pertinente sobre decisiones que afectan a otros. Quebrantar la autonomía del paciente lo necesario como para informarle se justifica por la posibilidad de que esto pueda salvar la vida de otros. (Si el médico descubriera que un piloto de avión sufre una enfermedad convulsiva, sería moralmente incorrecto no asegurarse de que la compañía aérea esté informada).
Un interrogante similar al de las enfermedades infecciosas surge para la “transmisión vertical” de las enfermedades genéticas. Supongamos que un hombre de 34 años cuya madre falleció por HD no se quiere hacer las pruebas genéticas para saber si es portador del gen (y por lo tanto sufrirá la enfermedad). Está preocupado por ciertos trastornos del movimiento y por episodios de confusión mental. Quiere que su médico lo trate por estos trastornos, pero no quiere que le informe si son síntomas de inicio de HD. El hombre se está por casar y le dijo al médico que tanto él como su esposa desean tener hijos.
Después del examen y de las pruebas, el médico considera que los problemas del paciente son síntomas de HD y que es posible que empeoren progresivamente. Además, el médico sabe que los hijos del paciente tienen un 50% de probabilidades de heredar el gen causante de la enfermedad. ¿Debe desobedecer el pedido explícito del paciente e informarle que probablemente sufre HD?
Una vez más, está justificado quebrantar la decisión del paciente e informarle algo que no desea escuchar. Si el paciente sabe que puede sufrir HD, quizás decida no tener hijos o hacer un estudio de los embriones para evitar tener un hijo que herede el gen de la enfermedad. Si desconoce esta información, es probable que tenga un hijo que herede el gen y con el tiempo sufra una enfermedad dolorosa, prolongada y mortal. Disminuir la probabilidad de traer al mundo a un niño que con el tiempo sufrirá la enfermedad, justifica que el médico desobedezca los deseos del paciente. (Antes de llegar a esta situación, el médico puede conversar con el paciente, tratar de disuadirlo informándole sobre los riesgos y asegurarse que conoce sus opciones reproductivas).
En resumen, sostenemos que mientras un médico tiene a primera vista la obligación de ocultar información a un paciente que expresamente no la quiere recibir, en algunas circunstancias tiene el deber de ignorar el pedido del paciente y brindarle la información que no quiere recibir.
Pacientes que no dicen nada
¿Cómo actuar ante un paciente como Susan Cruz que no manifiesta deseos de ser informada ni tampoco de no saber nada? En estos casos los médicos deben suponer que los pacientes desean saber sobre su estado de salud, las enfermedades que pueden sufrir y los tratamientos adecuados para éstas. Esta suposición es nada menos que reconocer que los pacientes son seres racionales que desean hacer decisiones informadas sobre cuestiones que afectan sus vidas. Dejar a un lado esta suposición prioritaria exige que el paciente comunique al médico explícitamente que desea permanecer en la ignorancia. Informar a los pacientes sobre su situación médica es, nuevamente, lo que los médicos deben hacer.
Además, si un médico duda si el paciente desea estar informado sobre su enfermedad (como analizamos antes en relación con Susan Cruz), debe indagar al comienzo de la relación si el paciente desea conocer la naturaleza y la gravedad de su enfermedad. “No preguntar, no informar” no es en absoluto el modelo adecuado de comunicación médico-paciente y debido a que el médico es quien tiene la posición más fuerte en la relación, es él quien debe averiguar cuánto desea saber su paciente.
Los estudios indican que una mayoría significativa de pacientes quieren saber sobre su estado de salud. En la mayoría de los estudios, más del 80% de los pacientes encuestados manifestaron que quisieran estar informados si les diagnosticara cáncer o alguna otra enfermedad grave. Por lo tanto, decir la verdad a un paciente se puede considerar como la posición correcta sobre bases tanto empíricas como morales.
2. ¿Qué sucede si un médico no puede decir la verdad a un paciente?
Los médicos no les pueden decir a los pacientes lo que ellos mismos ignoran. No está mal que un médico admita que se sabe poco sobre la enfermedad del paciente o que sus síntomas no señalan un diagnóstico preciso. Los pacientes saben que los médicos no son omniscientes y un médico que confiesa ignorancia o perplejidad está mostrando respeto por el paciente. Un médico debe aceptar sus propias limitaciones, como diferentes de las limitaciones de los conocimientos médicos actuales y estar preparado para derivar al paciente a otro profesional más capacitado frente al problema.
El verdadero desconocimiento del tema y la consiguiente imposibilidad de decir la verdad al paciente no es la cuestión que en general preocupa a médicos y pacientes en el conflicto de decir la verdad. Habitualmente la cuestión es si los médicos, cuando saben la verdad, son capaces de decírsela a sus pacientes.
Una queja que los médicos expresan habitualmente sobre la necesidad de obtener el consentimiento informado de un paciente antes de un procedimiento quirúrgico es que los pacientes no entienden sus explicaciones. El concepto que subyace a esta queja es que aunque los médicos intentan, es imposible informar a los pacientes sobre su enfermedad.
Este concepto constituye la base del razonamiento de que los médicos, aunque hacen todo lo posible, no pueden decir la verdad a sus pacientes. Los pacientes (continúa el razonamiento) carecen de los conocimientos técnicos y la experiencia de los médicos, por ello aún los pacientes inteligentes e informados no pueden entender los términos científicos y los conceptos que los médicos deben emplear para describir la enfermedad de un paciente. Si los médicos se quieren comunicar con sus pacientes deben cambiar a términos y conceptos que no son ni adecuados ni precisos para informar a sus pacientes cuáles son sus problemas. Por lo tanto, es imposible para los médicos decir la verdad a sus pacientes.
Los críticos señalaron que esta argumentación de que los médicos no son capaces en principio de decir “la verdad” a sus pacientes radica en la confusión entre “toda la verdad” y “totalmente cierto”. Podemos decir que los médicos no les pueden contar a los pacientes “toda la verdad”, o sea que ningún paciente es capaz de comprender todos los detalles del proceso de una enfermedad. La medicina es una disciplina rica en información e incluso los médicos no entienden mucho de temas fuera de su especialidad. ¿Cuántos de nosotros realmente tenemos conocimiento del páncreas?
Aún así, la explicación de una situación compleja en términos que un lego pueda entender, no es un desafío sólo para los médicos. Los abogados, los electricistas, los mecánicos de automóviles y los técnicos de computación enfrentan mismo problema. En ninguno de estos terrenos, incluida la medicina, es necesario proporcionar una explicación completa a un lego (“toda la verdad”) sobre una situación. Todo lo que el paciente necesita es poder comprender la naturaleza y la gravedad de su enfermedad y los posibles beneficios y riesgos de los tratamientos disponibles. Un paciente diabético no necesita conocer las etapas de la fosforilación oxidativa para entender la importancia de la insulina y de la dieta en el mantenimiento de su salud.
El razonamiento tampoco respalda la afirmación de algunos autores que, debido a que un médico no puede decir “la verdad” a sus pacientes (“toda la verdad”), es correcto decirles lo que no es “totalmente cierto”, o sea engañarlo. Este engaño puede comprender el empleo de términos vagos para explicar la enfermedad del paciente. Así, el doctor Lambert le dice a Susan Cruz, “Usted tiene una enfermedad de las células de sostén del cerebro”, cuando le debería haber explicado que sufre un tipo especial de cáncer del cerebro, que es muy invasor y que está en una etapa inoperable. Pensar que la imposibilidad de decir a un paciente “toda la verdad” hace que sea correcto decirle algo que no es totalmente cierto es semejante a decir “debido a que no le puedo pagar todo el dinero que le debo, es correcto que le robe”. La imposibilidad de decir “la verdad“ no autoriza el engaño.
El respeto hacia las personas exige que los médicos informen a sus pacientes sobre los aspectos importantes de su enfermedad en una forma comprensible No es necesario informar al paciente todos los detalles. Decir la verdad no es más difícil para un médico que para un mecánico de automóviles.
3. ¿No tienen a veces los médicos el deber de mentir a sus pacientes?
Algunos autores sostienen que el respeto hacia los pacientes y su autonomía a veces permite que los médicos engañen a sus pacientes. Dando por hecho que un enfermo desea recuperar su salud, si ese deseo puede ser logrado por el engaño del médico, entonces se justifica que el médico lo engañe. Mentir al paciente en estos casos lo ayuda a cumplir su objetivo, de modo que el respeto por el objetivo del paciente hace que el engaño sea admisible. El médico quebranta un poco la autonomía del paciente mientras éste está enfermo para que recupere la salud.
Este punto de vista no se puede descartar como defectuoso, pero debemos ser prudentes en adoptarlo sin reservas.
Primero, es fácil sobreestimar hasta dónde mentir a un paciente lo ayudará a recuperar la salud. No tenemos ningún dato que indique la ventaja relativa de mentir a los pacientes sobre sus enfermedades. El antiguo concepto de que si se protege a un paciente con una enfermedad grave de la angustia y la preocupación sobre su enfermedad, se va a curar más rápidamente, no pasa de ser una especulación. Como tal, no justifica que violemos la autonomía de alguien en aras de lo que no pasa de ser una ventaja hipotética.
Segundo, es fácil subestimar las ventajas de informar a los pacientes sobre el carácter de la enfermedad y el objetivo del tratamiento. La mayoría de los tratamientos para las enfermedades graves exigen una colaboración total del paciente. Una mujer con cáncer metastático de mama se debe someter a un tratamiento riguroso que varía desde la cirugía hasta la quimioterapia y la radioterapia. Si sabe que el cáncer se diseminó desde la mama hacia otros lugares del organismo y conoce sus posibilidades de supervivencia, es probable que observe mejor el plan terapéutico establecido por su oncólogo. Mentir a la paciente sobre su enfermedad es, en la mayoría de los casos, un obstáculo para su objetivo de conservar la vida y recuperar la salud. Por lo tanto, el engaño puede no sólo quebrantar su autonomía, sino también contribuir a su muerte.
Supongamos, sin embrago, que en algunos casos podemos saber con razonable certeza que si engañamos a alguien sobre su enfermedad, esto contribuirá a su recuperación. ¿Es aceptable emplear la mentira y quebrantar la autonomía en el corto plazo, si se supone que la mentira favorecerá la autonomía en el largo plazo?
Si recordamos un ejemplo ya mencionado dudaremos en responder a esta pregunta afirmativamente. Dijimos que sería incorrecto matar a una persona sana para obtener órganos que salven las vidas de otras cuatro. Estos ejemplos sugieren que es incorrecto interferir con la autonomía (de la persona sana) a fin de promover la autonomía (de las otras cuatro personas enfermas).
Sin embargo, en general estamos de acuerdo en que es aceptable que el gobierno federal cobre impuestos a personas con un determinado ingreso y emplee ese dinero para ayudar a alimentar a extranjeros hambrientos. Esto sugiere que no es incorrecto interferir con la autonomía (de los contribuyentes) para promover la autonomía (de los hambrientos). ¿Son nuestras respuestas contradictorias en estos dos casos, o hay una diferencia entre ambos? Sugerimos que hay una diferencia.
En ambos casos, la autonomía es importante (vidas salvadas), pero en el caso de los impuestos, la violación de la autonomía necesaria para obtener un gran beneficio es menos importante. Tener que pagar impuestos como ciudadanos nos quita parte de nuestros recursos y por lo tanto es una violación a nuestra autonomía. Sin embargo, mantenemos un control considerable sobre los aspectos importantes de nuestras vidas.
El contraste entre estos dos casos sugiere el siguiente principio: no es una falta de respeto hacia las personas quebrantar su autonomía, cuando la violación es poco importante y la ganancia potencial es probable y significativa. Por ejemplo, si un médico está seguro que puede salvar la vida de un paciente engañándolo temporalmente, no sería incorrecto hacerlo. Supongamos que la señora Cohen tiene un miedo irracional a tomar antibióticos, pero si no se la trata por una infección pulmonar bacteriana lo más probable es que muera. En este caso su médico estaría justificado en decirle algo como: “los comprimidos que le estoy dando ayudarán a su organismo a luchar mejor contra la infección”.
Sin embargo tales ejemplos son sin duda raros. En la mayoría de los casos el asunto no es lo suficientemente importante (la vida de la persona) para justificar el engaño o éste no servirá de ayuda. Más a menudo el único camino legítimo del médico es respetar la condición del paciente como un ser autónomo. Esto significa no tratar de mentirle y ayudarlo a tomar decisiones aportándole información pertinente sobre su enfermedad y las opciones terapéuticas disponibles.
Conclusión
Hemos argumentado que un principio de respeto hacia las personas exige que el médico no engañe a los pacientes. Es claramente incorrecto que los médicos informen a los pacientes que se deben operar cuando no necesitan cirugía. Sostenemos que es incorrecto mentir así, porque impide que los pacientes adopten decisiones informadas sobre sus vidas. Esto se aplica también a las mentiras con el objeto de beneficiar a un paciente. En todos los casos, excepto los más raros, engañar a los pacientes “por su propio bien” es una forma inaceptable de ayudarlos.
*Este texto formó parte de la bibliografía del Curso Virtual IntraMed de Bioética que dirigió la Dra. Diana Cohen Agrest.