Por María Candelaria Schamun
Ariel Montagnoli abre la heladera y saca un tomate cherry del tamaño de una nuez. “Este es un tomate orgánico. No hay necesidad de lavarlo porque no tiene una gota de pesticida. Lo asombroso es que tiene gusto a tomate”, bromea, mientras lo mira con admiración. Ariel es el encargado de El Rincón Orgánico, un almacén de Palermo donde las aceitunas, la leche, el yogurt, el maracuyá, los vinos, los pollos y todo, absolutamente todo, es 100% orgánico. Es decir, en su producción no se usan agroquímicos.
En sus 10 hectáreas en Abasto, partido de La Plata, Eduardo Ciancia cultiva entre otras cosas el tomate cherry que Ariel tiene en sus manos. “Desde el 2003 el mercado tuvo un crecimiento sostenido del 15%”, cuenta. Según un informe del SENASA, en 2009 la superficie destinada a la producción orgánica creció un 10% y alcanzó las 4,4 millones de hectáreas. Lo que significa que la Argentina es el segundo país del mundo en cantidad de hectáreas certificadas para la producción orgánica, detrás de Australia.
Ciancia, 44 años, es uno de los 1.864 productores que hay en el país. Empezó hace 20 años como un proyecto ecológico en el Parque Pereyra Iraola. “Combatimos las plagas que atacan a las verduras con predadores, insectos que se las comen o con productos destilados de plantas. Por eso los alimentos orgánicos salen un 20% más caro que los convencionales”, dice.
Una de sus clientas es Claudia Carrara, dueña de “Almacén Bio”, en Palermo, el primer restaurante de cocina orgánica en Buenos Aires. “Apuntamos a la alimentación sana, cuidamos mucho el proceso de los alimentos”, dice Carrara, mientras revuelve un jugo de limón con jenjibre. Una de sus últimas innovaciones es la comida viva, por ejemplo una torta de cacao sin cocción o galletitas de semillas de lino que son secadas al sol para que el fuego no mate las propiedades del cereal. En su laboratorio de la calle Warnes experimenta con la última tendencia en alimentación orgánica: “Cocina sin fuego”.
Para Gonzalo Roca, presidente del Movimiento Argentino para la Producción Orgánica (MAPO) la tendencia ya está afirmada en la Argentina. “En 2009 el consumo interno subió un 40%. En noviembre se abrió un puesto en el Mercado Central. Allí se venden frutas y verduras de estación aceite de oliva y vinos, todo orgánico”, cuenta. Ariel, el encargado de El Rincón Orgánico, coincide: “Es una tendencia que está en crecimiento. Los que consumen estos productos buscan sabores y calidad. Un pollo puede costar 25,5 pesos el kilo. Para que sea considerado orgánico tuvo que ser alimentado con granos cosechados sin agroquimicos ni pesticidas”.
En el barrio de Chacarita –Lacroze 4171, callejón al fondo– está “El Galpón”. Todos los miércoles y los sábados más de 2.000 personas hacen cola para comprar frutas y verduras libres de agroquímicos y pesticidas. “Es un espacio de economía social. Trabajamos el precio justo, el productor vende sin intermediarios. Son más de 300 familias que viven del mercado que ya nos quedó chico porque más productores se quieren sumar al proyecto. Y en un año creció un 60% la cantidad de compradores”, dice Federico Arce coordinador de la Asociación Mutual Sentimiento.
En Palermo Viejo, más de 1.000 personas hacen las compras los viernes y sábados en el Mercado Social Solidario de la calle Bonpland, donde 12 organizaciones sociales ofrecen sus productos agroecológicos. “Lo más destacable es que es trabajo digno y no esclavo. Se basa en el consumo responsable y comercio justo”, dice Claudia Giorgi de la cooperativa La Asamblearia. En total son 28 puestos y se consigue aceite de oliva, yerba, frutas y verduras, conservas, aceitunas y cervezas artesanales sin intermediarios. “Los consumidores entran por los productos orgánicos. Aunque también hay textiles, calzados y cerámica”, explica Giorgi.
Silvia Calvino hace 20 años que come comida orgánica. Desde su blog (lasrecetasdesilvia.blogspot.com) enseña a comer sano y rico. Empezó a cocinarle a su padre que tenía problemas de salud, y después lo adoptó como un modo de vida. “Trato de no ingerir alimentos que no sean orgánicos. No soy una fanática, si voy a una cena como lo que hay. Pero siento que la gente está más preocupada por comer sano”, dice. En su heladera hay unos deliciosos tomates cherrys, esos que se cosechan en La Plata y se consiguen en Palermo. Silvia no duda en recomendarlos: dice que son “extremadamente ricos”.
“Hay que transmitir el placer de comerlos”
Ella se define a sí misma como bio-chef. María Calzada hace 30 años que sólo consume productos orgánicos y sabe del tema. En 1989 abrió en Palermo un local especializado en venta de estos alimentos y fue una de las asesoras en la creación de las normas orgánicas que en 1999 se promulgó como ley . “Hay que transmitir el placer de comer alimentos orgánicos. Argentina está muy bien valorada en el mundo, nuestros productos están homologados con la Unión Europea y Japón. En el mercado local está creciendo mucho el consumo”, dice María que fue la primera distribuidora de alimentos de estas características en nuestro país y Latinoamérica, y también fue proveedora oficial de Greenpeace. En estos años hizo un estudio sobre el perfil del consumidor. ¿El resultado? En primer lugar está el “consumidor conciente”, que ve esto como un estilo de vida. Luego el “gourmet”, que llega a la comida orgánica por su exquisitez. En tercer lugar personas que consumen por cuestiones de salud. Por último el “consumidor curioso”, el que recién empieza.
“Me cambió la piel y me deshinché”
A Sali Klaiman un infarto le cambió la vida. Desde hace siete años dejó de comer a las apuradas: ahora todos los días se sienta a una mesa en Bio Almacén y disfruta de comer un plato elaborado con productos orgánicos, en una rutina que comparte con su papá, Enrique. “Casi no como carne. Todos deberíamos elegir este tipo de comidas porque es muy sana. También sigo la cultura macrobiótica”, dice. Sali, 55 años, muestra su mano, se acaricia la piel y dice “me cambió la piel y me deshinché. A mi hija de un año y medio también la alimentamos con este tipo de comidas y le encanta”, dice.
En Santa Fe, ya hay vecinos que cultivan y se autoabastecen
PorErico Vega / SANTA FE. CORRESPONSALIA.
Me llegó el proyecto Pro Huerta del Inta a través de la mutual Protección Familiar, a la que yo pertenezco. Nos dan bolsas con semillas, las plantamos y desde hace tres años nos abastecemos con todo lo que sacamos de la huerta, sólo compramos carne”. Así, doña Eve, y un centenar de familias en la ciudad de Santa Fe, adoptaron ese estilo de vida: el del autoabastecimiento por medio de la entrega gratuita de semillas que otorga el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria.
Evelina y Elvio, su marido, no pararon desde que conocieron el proyecto. Allí en el corazón del barrio Acería, uno de los lugares más peligrosos de la ciudad, se transformaron en el eco de la propuesta. “Logré convencer a varios vecinos que se entusiasmaron con el proyecto. Acá somos todos gente humilde con muchas ganas de trabajar. Todo lo que estamos haciendo está dando sus frutos y eso contagia a otros a que comiencen a hacer lo mismo”, le contó Evelina a Clarín.
El autoabastecimiento para Eve y Elvio, prontos a cumplir 50 años de matrimonio, no sólo quedó allí. Además, la municipalidad santafesina, les cedió un lugar en la Feria Franca de los días sábados, para que puedan comercializar sus verduras. No sólo a ellos sino a todos los socios del proyecto que tengan la iniciativa de vender.
Eve no para un segundo. Mientras muestra su cosecha comenta: “Hay que destacar que esto, además de consumirlo, y poder venderlo, es saludable. Son todos alimentos naturales que vamos adquiriendo a nuestras comidas, sin darnos cuenta nos hacen bien”.
La entrega gratuita de bolsas con semillas a cada persona adherida al plan se realiza por período: dos aptas para primavera-verano y dos para otoño-invierno. Doña Eve, además, recibe dos veces por año gallinas ponedoras. “Hace poco vinieron supervisores del Inta a la huerta para aconsejar y supervisar lo que hacemos y cómo tenemos el lugar. Y nos llevaron a visitar a otras huertas “modelo” de Rosario y Oliveros para perfeccionarnos”, explicó.
La flaca jubilación obligó a Eve y a Elvio a buscar otros horizontes que encontraron a través del proyecto Pro Huerta. “Es necesario difundirlo porque hay gente con espacio físico en sus casas que no tiene idea de lo que puede generar para sí mismos y para comercializar”.