Relación causa efecto entre inmunidad y TOC

Un trasplante de médula para acabar con un trastorno obsesivo

Es la primera relación directa establecida entre enfermedad mental y sistema inmune. Estos hallazgos sirven, sobre todo, para comprender mejor la génesis de estos trastornos. Mario Capecchi, ganador del Premio Nobel de Medicina en 2007, dirigió el estudio.

CRISTINA DE MARTOS

Por primera vez, un grupo de investigadores ha establecido una relación causa-efecto entre el sistema inmune y un trastorno psicológico, y han logrado su curación mediante un trasplante de médula. Aunque se trata de un trabajo muy preliminar, estos hallazgos abren un nuevo horizonte en la génesis y el tratamiento de algunas enfermedades mentales.

"Hemos demostrado que existe un vínculo entre un trastorno psicológico y el sistema inmune, en concreto, con las células de la microglía que derivan de la médula ósea y se encuentran en el cerebro", explica Mario Capecchi, profesor de genética humana en la Universidad de Utah y ganador del Nobel de Medicina. "Antes, ha habido ciertos indicios pero nadie había hecho una conexión directa entre ambos".

En su experimento, Capecchi y sus colegas escogieron a un tipo de ratones que, debido a una mutación en el gen Hoxb8, presentan un comportamiento obsesivo: se acicalan mucho más de lo normal. Este trastorno conductual les lleva a arrancarse el pelo y causarse lesiones en la piel, de forma similar a lo que les ocurre a las personas con tricotilomanía, que se arrancan el pelo del cuerpo de forma compulsiva.

Pero, como señalan los autores en las páginas de la revista 'Cell', "era bastante inesperado que la alteración de un gen Hox resultara en un déficit del comportamiento como el acicalamiento excesivo y patológico", debido a las funciones que cumple esta familia de genes (implicada en el desarrollo embrionario y la formación de múltiples tejidos).

Un trasplante para acabar con la 'obsesión'
Sin embargo, este grupo de investigadores descubrió que la mutación del gen Hoxb8 provoca un defecto en las células de la microglía -involucradas en el sistema inmune- situadas en las regiones del cerebro que se conocen como circuito TOC, que median los trastornos obsesivos (TO). Estas células mutantes se forman en la médula espinal y migran hacia el encéfalo, donde cumplen su misión.

Basándose en esta información, el equipo de Capecchi decidió comprobar si sustituyendo la microglía mutante por una sana podrían acabar con el acicalamiento compulsivo. ¿Cómo? Mediante un trasplante de médula. De los 10 ejemplares sometidos a este tratamiento, cuatro se recuperaron completamente y los restantes mostraron mejorías significativas.

"Muchas gente va a considerarlo increíble", opina Capecchi. "He aquí la sorpresa: la medula ósea puede corregir un defecto en el comportamiento". Aunque, matiza, "no estoy proponiendo que hagamos trasplantes de medula para cualquier trastorno psiquiátrico", en humanos.

Este sorprendente hallazgo está en la línea de ciertas observaciones realizadas en personas con patologías psiquiátricas, como "la gente que está deprimida, que a menudo tienen un sistema inmune que no está funcionando con normalidad", concluye este experto.

Distancia y cautela

Aunque llamativos, los frutos de la investigación de Cappechi están lejos de poder ser extrapolados a los seres humanos. Los ratones con el gen Hoxb8 alterado, que desarrollan conductas de acicalamiento excesivo, se emplean como modelo para el estudio de los trastornos obsesivos y han dado buenos resultados en otras ocasiones.

Sin embargo, "una de las cuestiones es si estos comportamientos, que son muy automáticos en el animal, reflejan un TO porque aunque en las personas también hay conductas de autolimpieza, éstas se producen por un pensamiento o convicción de estar infectado, sucio. No son automáticas", explica José Manuel Menchón jefe de grupo de investigación del Cibersam (Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental). "Por eso hay cierta cautela".

Para Menchón, que dirige la Unidad de Trastorno Compulsivo del Hospital de Bellvitge (Barcelona), estos resultados, "más que reflejar una posibilidad terapéutica, hablan de la fisiopatología del trastorno. Nos ayudan a entenderlo mejor".
 

Mario R. Capecchi
(Foto: Tim Kelly | Universidad de Utah)

Nacido en Verona (Italia) en 1937, Mario Capecchi tuvo una infancia difícil. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, su madre fue detenida y enviada al campo de concentración de Dachau (Alemania). El joven Capecchi tuvo que sobrevivir como pudo, durmiendo durante años en orfanatos o en plena calle.

Aquejado de una terrible desnutrición, tuvo que ser hospitalizado durante casi un año en la ciudad de Reggio Emelia, donde le encontró su madre después de meses de búsqueda. Tenía nueve años cuando decidieron emigrar a Estados Unidos, la tierra de su abuela.

Allí se establecieron en una comuna, junto a otras familias. Aunque apenas hablaba inglés y nunca había ido a la escuela, Capecchi comenzó a dar clases. Gracias a uno de sus tíos, físico, empezó a interesarse por la ciencia.

Finalmente, se licenció en Física y Química en el Antioch Collegue (Estados Unidos) en 1961 para conseguir seis años más tarde su doctorado en Biofísica por la Universidad de Harvard. Su tesis fue dirigida por James D. Watson, uno de los científicos pioneros en la descripción de la estructura del ADN.

Comenzó su andadura profesional como profesor en esta última universidad estadounidense. Desde 1973 está ligado a la Universidad de Utah. Actualmente, trabaja como profesor emérito de Genética y Biología en este centro, además de dirigir un laboratorio de investigación en el Instituto Médico Howard Hughes.

Mundialmente distinguido por su contribución a la creación de una tecnología que permite la creación de ratones con mutaciones en cualquiera de sus genes, sus diferentes trabajos han sido reconocidos desde el principio de su carrera. En 1969 recibió el premio de la Sociedad Americana de Química y en 1971 fue distinguido como uno de los diez hombres jóvenes más destacados de América. Entre otros prestigiosos galardones, ha obtenido el Albert Lasker a la investigación básica médica, el Wolf de Medicina o la medalla nacional de la Ciencia.

Miembro de las Academias de la ciencia de Estados Unidos y Europa, también recibió en 2001 una distinción por parte de la clínica madrileña Jiménez Díaz por su contribución al desarrollo de la genética médica.

Según publica la página web de su laboratorio, sus intereses en el campo de la investigación abarcan el análisis de la genética molecular en ratones, el desarrollo natural de los mamíferos y la creación de modelos animales para estudiar enfermedades humanas.

Está casado y tiene una hija.