ROSA M. TRISTÁN
Los elixires del amor no pasan de moda. Si hace siglos eran los hechiceros los encargados de preparar cócteles para levantar pasiones, hoy son los científicos quienes buscan las drogas del enamoramiento. Neurotransmisores cerebrales, que se pueden sintetizar de forma artificial, y variantes genéticas están detrás de la capacidad de cariño, un sentimiento que compartimos con otros muchos animales.
Larry Young, del Centro de Investigaciones sobre Primates Yerkes, en Atlanta (EEUU), revela esta semana en ''Nature'' los resultados de los últimos experimentos en la búsqueda de la preciada fórmula. Son trabajos de laboratorio en los que se diseccionan las emociones hasta convertirlas en cadenas de procesos bioquímicos que carecen de todo romanticismo.
«El análisis de estos mecanismos cerebrales ha ayudado a contar con terapias farmacológicas contra la ansiedad, las fobias o los desórdenes postraumáticos, pero ahora empiezan a verter luz sobre lo que es el amor», asegura Young.
Los investigadores han comprobado que la conexión entre una oveja y su cordero o un macaco y su cría es la misma que en los seres humanos: ya sean personas, ratas o ganado, una descarga de oxitocina favorece los comportamientos maternales, como es cuidar a los vástagos. Probaron que con un ''chute'' de esta hormona una oveja se vincula en el acto con una cría, aunque sea ajena. Y lo mismo pasa con las hembras de ratones de las praderas: se ligan al varón más cercano cuando reciben la dosis adecuada.
Pero esta oxitocina necesita de otro neurotransmisor: la dopamina, que es el de la recompensa y la motivación hacia un comportamiento. Por ello es la hormona que aumenta con la cocaína, la heroína o la nicotina y favorece la euforia y la adicción a un producto.
Es más, se ha observado que algunas regiones del cerebro relacionadas con la dopamina se activan cuando una madre ve fotos de su hijo o se mira la imagen de un enamorado. Young apunta que «quizás esta vinculación con la pareja tenga su origen en una conexión maternal subyacente en el cerebro y por ello los pechos son un estímulo erótico para los varones, del mismo modo que estimular la cerviz o los pezones durante el acto sexual dispara la oxitocina y consolida el lazo emocional en la parte femenina».
Hormona de la unión
En el caso masculino, existen otros caminos neuroquímicos: en los machos de ratones de la pradera, la vasopresina es la hormona que potencia la unión a la pareja, la agresión a los rivales y los instintos paternales.
Se ha probado que una mutación en el gen AVPRI 1A, receptor de esta hormona, varía la calidad de las relaciones amorosas. El estudio demuestra que los hombres con una variante en ese gen tienen el doble de probabilidades de quedarse solteros y, si se casan, de tener pronto una crisis. Esto es así porque el AVPRI 1A, en ratones y en humanos, predice cuánta vasopresina expresará el cerebro.
Esta nueva visión del amor, como un cóctel de neurotransmisores y mutaciones genéticas , plantea la posibilidad de crear drogas eficaces que sean capaces de provocar sentimientos de amor o desamor, brebajes con base científica que desaten pasiones.
En el artículo de ''Nature'', Young menciona experimentos en los que se ha lanzado un chorro de oxitocina a un tercero y se ha logrado generar confianza.
Basta bucear en Internet para localizar unas cuantas colonias hormonales. «Oxytocin le ayudará a tener una personalidad con más empuje y a contactar más fácilmente con otra gente», señala uno de estos anuncios. En Australia incluso se estudia utilizar estos aerosoles en terapias matrimoniales.
Y respecto a la genética, no es aventurado augurar que en el futuro habrá tests para los pretendientes antes del compromiso para saber si se puede confiar en su estabilidad amorosa, aunque quizá el menos adecuado sea el que tenga la pócima del amor que nos haga caer rendidos a sus pies.
Genética del amor
La oxitocina controla los lazos afectivos y favorece la tendencia de las personas a formar pareja.
JAVIER SAMPEDRO - EL PAÍS - Sociedad
El amor brilla poco en la naturaleza: sus exponentes más destacados entre los mamíferos son el ser humano y el topillo de la pradera (Microtus ochrogaster). Estos roedores son fieles hasta la muerte, colaboran en el cuidado de la prole y conviven con sus suegros, pese a que sus primos de la montaña (Microtus montanus) son infieles y desatentos en extremo. La diferencia clave entre las dos especies de topillos reside en sólo dos genes. Y las variantes humanas en esos mismos genes reducen a la mitad los casamientos en los hombres, y la satisfacción conyugal en sus parejas.
Los dos genes están relacionados con la oxitocina y la vasopresina, dos hormonas que afectan al circuito del placer (o de la recompensa) cerebral. Estas hormonas actúan a través de unos receptores situados en las neuronas de esos circuitos. Los dos genes clave fabrican el receptor de la oxitocina y el receptor de la vasopresina.
Hasse Walum y sus colegas del Instituto Karolinska, en Estocolmo, han estudiado a 552 pares de gemelos o mellizos, y a sus parejas. Han analizado su gen avpr1a (el receptor de la vasopresina) y los han sometido a pruebas para evaluar sus "índices de calidad en la relación marital" y de "vinculación con la pareja". El 32% de los hombres con el gen variante permanecen solteros (frente al 17% con el gen estándar), y todos sus índices de "calidad marital" y vinculación afectiva son significativamente menores. Los datos se presentan en PNAS (105:14153).
Cuando una topilla de la pradera recibe una dosis cerebral de oxitocina, se siente vinculada de inmediato al macho que esté más cerca en ese momento, y de forma perdurable. En humanos se ha hecho una prueba similar, pero con dinero. Un equipo de economistas y psicólogos suizos demostró que una simple inhalación de un aerosol de oxitocina hace que la gente confíe más en los extraños y, por ejemplo, les preste mucho más dinero en una situación ficticia (pero con dinero real puesto por el voluntario).
Ambos genes evolucionan muy deprisa y producen variantes (alelos) de mayor o menor actividad, con efectos similares a aumentar o disminuir la cantidad de las hormonas.
El bebé humano es tal vez la criatura más indefensa que ha visto la historia de este planeta, y gran parte de su desarrollo se prolonga durante años tras el parto. Éste es el fundamento evolutivo del amor humano. El topillo de la pradera es una excepción célebre entre los zoólogos, pero las parejas de mamíferos casi nunca mantienen lazos afectivos tras haberse apareado, por muy empalagosos que salgan en los documentales (antes de haberlo hecho).