Todas las teorías son falsas. La verdad es una mujer fatal, perversa y escurridiza. Una perra que te mira con sus mortíferos ojos negros, menea sus caderas y desaparece apenas estirás la mano para tocarla. Humo evanescente que no se deja atrapar por el entendimiento. La verdad sólo puede ser dicha a medias. Nadie tiene acceso a ella de forma completa. También por eso la verdad es hembra.
Basta repasar algunas publicaciones de la última semana -o de cualquier otra- para comprobar que la contradicción es posible, que el sentido común es una ingenuidad, que la voluntad de un mundo claro y preciso es sólo una ilusión.
Caso 1: El Dr. Semir Zeki, neurobiólogo del Colegio Universitario de Londres ha publicado una experiencia acerca de los circuitos cerebrales del amor y el odio. Sus sorprendentes resultados indican que existen más semejanzas que diferencias entre ellos. El putamen y la ínsula se activan tanto en una emoción como en la otra. Estas estructuras son responsables del comportamiento y producen conductas irracionales y agresivas. Lejos de resultar tan extrañas y contraintuitvas como parecieran, estos hallazgos podrían indicar que cualquier sentimiento que convierta al otro en un ser unidimensional y sin fisuras requiere de algún mecanismo que obnubile el juicio y nos haga ciegos a ciertos elementos destacando exageradamente otros. Amar y odiar son actos que operan distorsionando la realidad. Producen seres uniformes y monolíticos. Fantasmas adorables o monstruosos. Al parecer uno no es menos ciego que el otro. En cualquier caso confirman que: "no vemos la realidad tal como ella es sino tal como nosotros somos" (Anais Nin).
Caso 2: Una tendencia creciente -que algunos estudios ya han constatado- es que gran parte de los hombres jóvenes contemporáneos tienen un fuerte deseo de ser padres mientras muchas de sus mujeres se niegan a ello. La paternidad resurge como un instinto o un deseo autónomo y abandona su tradicional espacio de parásito del deseo femenino. Cuando se desdibuja el rol de “macho proveedor”, el de “macho procreador” no es un mal sustituto. Pero, ya que todas las teorías son falsas, incompletas, ciegas, podría pensarse también que cuando las condiciones sociales transforman el papel de la mujer hasta poner en riesgo la reproducción, aparecen nuevas modalidades de comportamiento que resguardan la perpetuidad amenazada de la especie. Los proyectos personales –socialmente conformados- suelen desnudar el conflicto inherente a la doble condición de los humanos como seres de cultura y de biología. Cuando los sueños individuales no coinciden con los mandatos de la especie esa dualidad –a menudo oculta- se torna evidente. Lo que desde nuestra propia perspectiva aparece como socialmente injusto, desde la de la biología resulta natural. Otra vez la realidad es contradictoria, compleja y sorda a nuestro reclamo de simpleza y racionalidad. Ni bien ni mal. Cuando la evolución cultural nos hace olvidar la condición de seres biológicos, algo siempre aparece para recordarlo.
Caso 3: En un estudio publicado en la última edición de JAMA se demuestra que, entre los pacientes del MEDICARE americanos, se realizan muy pocas pruebas de stress antes de realizar una angioplastia coronaria. Actualmente disponemos de evidencias suficientes que indican que, entre los enfermos con angina estable, los beneficios de realizar el procedimiento invasivo no superan a los de un tratamiento médico óptimo. Por lo tanto, todo procedimiento sobre una arteria obstruida entre estos enfermos debería realizarse sólo si se demuestra que produce un grado considerable de isquemia. Las recomendaciones sugieren realizar pruebas de stress para demostrar isquemia y no sólo angiografías con obstrucciones como argumento para la intervención. Si estas pruebas no se efectúan, entonces, ¿sobre qué se interviene? Todo hace pensar que se adopta una conducta activa sobre la obstrucción y no sobre la isquemia que ésta podría ocasionar. Pero, ¿por qué?. Tal vez podríamos suponer que aquella conducta obedece a la representación mental que de la enfermedad coronaria aún se tiene. A una metáfora y no a un conjunto de evidencias. Al conocido reflejo “óculo-estenótico” y no a la racionalidad que las investigaciones clínicas ponen de manifiesto. La conducta humana es compleja, múltiple en sus determinaciones y mucho menos racional o lógica de lo que quisiéramos. Tal parece que una arteria obstruida nos resulta “insoportable” y que su constatación nos impulsa a resolverla. Mientras la enfermedad sea concebida como una “obstrucción” y no como el conjunto de circunstancias que la hacen posible; mientras el riesgo sea “medido” a través del grado de estenosis y no de la magnitud de la isquemia que ésta ocasiona, es poco probable que la conducta se adecue a las pruebas que deberían orientarla. La historia está llena de ejemplos en los que se actúa movido por conocimientos erróneos, mitologías, representaciones ingenuas o interesadas. El fundamento científico nos protege “relativamente” de ello, aunque ejemplos como éste confirman su extrema “relatividad”.
Náufragos en una realidad que nos excede. Nos aferramos a lo único que tenemos, unos mapas precarios e imprecisos. Construimos en nuestro interior versiones degradadas de lo real. Clones desnutridos de un mundo irrepresentable. Luego, actuamos como si habitáramos aquél mundito precario que nos hemos inventado mientras pagamos las consecuencias que el implacable mundo real nos cobra a cada paso. También en el amor, el odio, la reproducción o las coronarias, seleccionamos sólo lo que confirma nuestras creencias y nos hacemos ciegos a todo cuanto las refuta. Si la realidad no se ajusta a nuestras representaciones, ¡peor para ella!
Daniel Flichtentrei