Dr. Vicente García Olivera

Los treinta años de la clínica del dolor en México

La clínica del dolor como tal no existía ni en la Cd. de México ni en ninguna otra parte de la república.

Autor/a: Dr. Vicente García Olivera

Fuente: Vol. V/ Núm XII/ 2008

La clínica del dolor como tal no existía ni en la ciudad de México ni en ninguna otra parte de la república, en ninguna institución pública o privada, y los médicos no le prestaban atención a este problema. A este respecto, quiero remontarme a la época en que mi inquietud personal me llevó a estudiar en textos norteamericanos y franceses lo relativo a la analgesia. En forma autodidacta practiqué algunos bloqueos tronculares y de plexos desde 1937 hasta 1941, es decir, desde que cursaba los tres primeros años de la carrera de medicina. Gracias a la práctica de estas tareas con fines de analgesia en cirugía los resultados eran cada día más alentadores.

Cuando era practicante (en el quinto año de la carrera) ya estaba adscrito al área de la anestesiología en el antiguo Hospital de la Cruz Roja Mexicana. Me encontré con el campo virgen practicando analgesias regionales en cirugías de muy alto riesgo. El doctor Mario Valles, subdirector del hospital mencionado, me introdujo a la Clínica Londres, donde a pesar de ser estudiante comencé a ejercer la anestesiología. En este hospital fundé la consulta de anestesiología con el fin de tener una entrevista directa con los pacientes, conocer su personalidad, sus angustias, sus preocupaciones, su tolerancia a los anestésicos globales. Este hecho fue de gran trascendencia a nivel nacional y dados los buenos resultados, mi maestro, el doctor Benjamín Bandera, jefe de anestesiología del Hospital Francés, me pidió consejo para establecer esta consulta a partir de 1950.

Lo que implantamos en 1941 se extendió a muchas instituciones del país. Entonces no sólo mejoré la tecnología clásica de la analgesia regional, sino que comencé a emplear estos procedimientos en casos de dolor crónico rebelde a otros tratamientos, con efectos favorables. Por este hecho, puede decirse con certeza que la terapéutica contra el dolor nació en 1941 en la Clínica Londres.

Menciono con orgullo mi interés por la anestesiología regional y sus enormes ventajas, las cuales me impulsaron a conocer de cerca el servicio del famoso Hospital Bellevue, de la ciudad de Nueva York. Cuando fundé los servicios de anestesiología del Instituto Mexicano del Seguro Social, en 1944, envié una solicitud para que me admitieran en el famoso hospital. A mediados de 1945 recibí una carta de aceptación y viajé a esa ciudad en plena Segunda Guerra Mundial. Fui recibido por el doctor Emery A. Rovenstine, quien fundó en el Hospital Bellevue la primera clínica del dolor, en 1936. El doctor Rovenstine me brindó toda clase de ayuda y me presentó a los miembros de su equipo, como el doctor Robertcci, coordinador de anestesia regional, el doctor Salomón Hershey, coordinador de la clínica del dolor, y otros más. Fui invitado a manejar el problema del dolor de los soldados mutilados que provenían del frente de batalla. Este hecho fue el más impresionante de mi vida profesional, pues tenía la libertad de emplear los procedimientos analgésicos regionales que había practicado en México en forma cotidiana. Luego de varios meses de actividad, fui distinguido como el médico de mayor experiencia en analgesia regional.

Cuando terminó la Guerra, en octubre de 1945, permanecí una semana más con el fin de elaborar artículos referentes a las bases de organización de una clínica del dolor. Así concebí la idea de fundar en nuestro país una clínica del dolor en algún hospital público o privado. Ahí comenzó una lucha sin cuartel, llena de problemas que aparentaban ser insuperables.

A la Sociedad Mexicana de Anestesiología, ante la cual me presenté, el proyecto no le interesó en lo absoluto. Los planteamientos que señalé fueron rechazados. En este ir y venir se presentó una magnífica oportunidad, pues fue nombrado como director general del Hospital General mi paisano y amigo el doctor Enrique Flores Espinosa, quien organizó un curso teórico-práctico de anestesiología para médicos becarios interesados en esta materia; entonces me invitó a participar en calidad de instructor y profesor con el fin de dar conferencias y orientar clínicamente a diez médicos inscritos. Me dediqué a estudiar a fondo a los pacientes de cada especialidad en los distintos servicios con bases clínicas adecuadas.

Durante esta etapa (1956-1957), aproveché los casos de pacientes con dolor, los cuales puse a consideración de los médicos becarios. Ahí practiqué bloqueos regionales. En el mencionado curso destacó un alumno llamado Miguel Herrera Barroso, quien mostró un gran interés y disposición por la terapia del dolor. Cuando aún practicaba la anestesiología, me pidieron que tradujera y comentara oficialmente un trabajo del famoso anestesiólogo bostoniano Leo Hant, al que me presentaron en la ciudad de Terrón. No sólo lo traduje y comenté, sino que le di mi punto de vista para mejorar su técnica de analgesia regional. También le hablé de mi
experiencia y las fuentes de origen. Él aceptó mis sugerencias de buen agrado y vino a la ciudad de México. Me visitó en la Clínica Londres; al término de su estancia en la ciudad de México le pregunté si en Boston no existía algún sitio en el que dieran conferencias sobre el tratamiento del dolor. Me respondió que en Boston no, pero que tenía un amigo canadiense, el doctor F. A. Duncan Alexander, quien ofrecería un curso en enero de 1953 en la ciudad de Machinney, en Texas. Me pidió mi dirección para ponerme en contacto con el doctor Alexander, quien dirigía la clínica del dolor del Hospital de Veteranos de esa ciudad.

En el mes de noviembre de 1952 recibí una carta membretada del Hospital de Veteranos, en la cual me aceptaban y me indicaban que la inscripción la había cubierto el doctor Leo Hant. Asistí al curso, que duró tres meses, y recibí una magnífica asesoría, principalmente del doctor Alexander. Regresé a la ciudad de México con
la intención de instalar una clínica del dolor en algún hospital público y privado, pero encontré muchos obstáculos, ya que los médicos y las instituciones de la época no le daban la menor importancia al tratamiento del dolor.

Fueron muchos años de lucha para que la comunidad médica empezara a tomar en cuenta los beneficios de contar con una clínica del dolor. Cuando fue nombrado director del Hospital General el doctor Francisco Higuera Ballesteros –a quien ya conocía desde nuestros lejanos días de la gloriosa secundaria–, el doctor Herrera Barroso, subjefe de anestesiología del Hospital General, le propuso al doctor Higuera que me nombrara asesor para estructurar una clínica del dolor en dicho nosocomio. Se le pidió al director un pequeño espacio físico para practicar diferentes procedimientos. Este lugar se instaló en el paso de los pacientes operados que venían de las salas de operaciones hacia las salas de posoperatorios. Así permanecimos, hasta 1985, cuando ocurrió el terremoto, mismo que deterioró nuestras instalaciones.

El doctor Herrera Barroso le solicitó al doctor Higuera Ballesteros que se me asignara un sueldo, a fin de compensar las tareas que realizaba en ese hospital. Después del terremoto conseguimos un nuevo espacio y más amplio; en el fondo sur del actual hospital comenzaron nuevas adaptaciones. A partir de 1986 me nombraron jefe de la Clínica del Dolor, y el doctor Herrera Barroso fue designado jefe del Servicio de Anestesiología.

Este hecho despertó interés en otros médicos anestesiólogos y se les invitó a que dieran sus opiniones por escrito. En plena actividad de esta pequeña clínica del dolor, el doctor Herrera Barroso me presentó a la joven doctora Alicia Kassian Rank, quien permanecería en la clínica, aunque presentaba una marcada inmunodepresión debido a la inhalación accidental de anestésicos volátiles. Ella me pidió que la habilitara mientras se recuperaba. En ese momento comenzó su brillante carrera.

La tarea médica del tratamiento racional del dolor aún no se vislumbraba como una especialidad. Fue hasta que se demostró ante las autoridades médicas del Hospital General y ante la División de Posgrado de la UNAM su importancia, cuando recibió el pleno reconocimiento y el registro de su programa de actividades (hasta noviembre de 1986).

Han sido treinta años de esfuerzo, pero por fortuna el magnífico secretario de salud, el doctor Jesús Kumate Rodríguez, nos encomendó a cuatro de nosotros visitar diversos estados de la república con el fin de informar –a través de jefes de enseñanza de cada hospital del sector salud– sobre las características, sus bases clínicas y el perfil que deberían cubrir los médicos que optaran por acercarse al sector de la terapia del dolor.

Después de estas tareas, el doctor Kumate dictó un decreto el 19 de octubre de 1992 en el que señalaba las funciones de nuestra clínica y creaba el Centro Nacional de Capacitación y Asesoría para el Tratamiento del Dolor. Así, se consolidó un proyecto por la gentileza y el reconocimiento de un secretario de salud.