Por: Mariana Iglesias
Cambiar de trabajo, mudarse, divorciarse. Tomar decisiones, y más de semejante tenor, agota. Y no es metafórico, es literal. Decidir implica evaluar, analizar, comparar, todos complejos procesos mentales que terminan por agotar al cerebro. Los especialistas aconsejan que luego de tomar una decisión importante la cabeza debe "descansar", de lo contrario, es factible que las decisiones posteriores no sean las apropiadas.
"El cerebro es como un músculo: cuando se agota, se vuelve menos eficaz". La tesis -publicada en la revista Scientific American- es de On Amir, de la Universidad de California. El especialista habla de las limitaciones que tiene la mente. Remarca cómo la toma de decisiones fatiga la función ejecutiva (un conjunto de funciones cognitivas que incluyen la concentración, la memoria a corto plazo, el control inhibitorio, además de la capacidad de decidir). Decidir agota la función ejecutiva y repercute en tareas cognitivas posteriores. Lo importante, dice, es discernir cuándo es buen momento para tomar una decisión importante.
"Hay decisiones cotidianas que no están cargadas de significación afectiva, mientras que otras implican dilemas morales o la propia supervivencia. La fatiga mental es comprobable en quienes deben tomar decisiones numerosas en poco tiempo o de significación, cuando hay un costo -explica a Clarín Roberto Sivak, coordinador del Centro de Estrés Postraumático Hospital Alvarez-. El síndrome de desgaste profesional es mayor en jefes a cargo de instituciones docentes o de salud. Esas decisiones implican responsabilidad por otros y se suman a otras tareas mentales más rutinarias. Las decisiones importantes son las significadas como trascendentes emocionalmente (éxito-fracaso, pérdida-ganancia, vida-muerte) y dependen de la subjetividad y la experiencia. A más entrenamiento, las decisiones pueden tener lógica y cierta previsibilidad. La sorpresa o la sensación de que "faltan datos" aumenta el esfuerzo mental y predispone al estrés".
"La sensación de cansancio no está sólo ligada a la importancia, sino a aquellas decisiones que son más complejas, porque involucran más variables. No es lo mismo evaluar un cambio de trabajo que qué cocinar para la cena", explica Facundo Manes, director de INECO y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro. "Las neurociencias sugieren que el razonamiento guiado por la emoción facilita el proceso de toma de decisiones. En otras palabras: las emociones influyen decisivamente en la toma de decisiones. Esa idea es casi un postulado de sentido común. Nosotros intentamos analizar en detalle las áreas cerebrales involucradas en la toma de decisiones, y los estudios sugieren que la corteza dorsolateral (cognitiva) y orbitofrontal (emocional) deben interactuar en el proceso de toma de decisiones", concluye Manes.