"Hay determinados espíritus que son en silencio, una acusación para los demas". Arthur Schopenhauer
Algo está cambiando. La profesión médica sufre transformaciones permanentes que apenas se registran como trazos inmaduros cuya silueta definitiva aún no es posible delinear. Pero algo está cambiando...
Quienes dedicamos gran parte de nuestra existencia al ejercicio de esta profesión sabemos que hay dos territorios bien definidos. Una percepción pública, colectiva y social de permanente cuestionamiento y degradación que nos lastima y una experiencia íntima e individual con el paciente que, afortunadamente, todavía nos reconforta y nos estimula como personas. Tal vez como pocas, la Medicina, sea una disciplina donde las recompensas simbólicas y emocionales tienen tanto o más peso que las económicas. Mientras las últimas han quedado en la memoria de días pasados, las segundas son las que aún nos sostienen y nos empujan. Sin ellas, esta profesión no sería nada. Es por ello que en algunas ocasiones sentimos que participamos a la distancia de lo que un colega hace y que nos identifica en lo más profundo de lo que somos.
Acaba de finalizar la XVII Conferencia Internacional de SIDA en México. A la distancia muchos hemos “vivido” con intensidad lo que allí sucedía. Cientos de los científicos más importantes del mundo se reunían con enfermos, representantes de las minorías excluidas y responsables de la salud pública. El DF fue el escenario de un encuentro infrecuente entre quienes padecen el mal y quienes trabajan para aliviar el sufrimiento y prevenir su alarmante expansión. Nadie quedó marginado, todas las voces involucradas se hicieron escuchar. Las múltiples dimensiones de la enfermedad encontraron un lugar para expresarse. Investigadores, funcionarios, homosexuales, artistas, líderes sociales, trabajadoras sexuales y gobernantes se encontraron para hablar sin restricciones del SIDA. A diferencia del modelo tradicional de congreso médico, allí la palabra no tuvo hegemonías ni monopolios.
Habituados al estereotipo del “star system”, que también funciona en el ámbito de la ciencia, no podemos menos que destacar la figura de un hombre que transitó los pasillos del centro de convenciones de la mano de todos cuantos por allí pasaron. El Dr. Pedro Cahn abrió las puertas al dolor pero también a la alegría que celebra la vida, incluso cuando se encuentra amenazada por la enfermedad. Lejos del encierro disciplinar, en esta oportunidad, los rumores de la calle ingresaron a las salas de conferencias. Y en todos los casos Pedro estuvo allí.
En lugar de incrementar la distancia entre el que sabe y el que ignora, México 2008 resultó un ejemplo donde se reconocieron los diversos saberes que cada uno posee. Las puertas de la comunicación se abrieron, pero no sólo para dictar cátedra, ahora también lo hicieron para escuchar con sensibilidad y humildemente el conocimiento que aportan la experiencia y el padecimiento cuando se inscriben en la carne de las personas con la indeleble tinta del dolor, la exclusión y la injusticia. Y en todos los casos Pedro estuvo allí.
Cuando en un ambiente saturado de falsos liderazgos y de megalomanía sin fundamentos, un hombre adopta la actitud de quien comprende los límites de su propio conocimiento y la esterilidad del confinamiento del concepto de enfermedad a los estrechos límites de la biología, algo –que suponíamos muerto- renace en el interior de todos los que alguna vez creímos que ser médico valía la pena.
Pedro finaliza una gestión que logró unir el más alto rigor académico con una sensibilidad social exquisita. Alejado de la trivialidad de la gloria efímera, eligió ponerse no solo “al lado” del enfermo sino “del lado” del paciente. Pese a lo que suele creerse, las personas valen por aquello a lo que renuncian más que por aquello a lo que acceden. Por sus negativas más que por sus afirmaciones. Por sus imperativos éticos, por su valor para decir la verdad no importa ante quien, no importa donde. Mientras corren tiempos de visibilidad obligatoria y de exhibicionismo imbécil, alguien que se sustrae a la degradación y al mercado de la vanidad nos conmueve íntimamente.
Mientras la lucha por sobrevivir defendiendo los jirones de dignidad que todavía conservamos nos captura por completo. Mientras el ejercicio de una profesión en condiciones a menudo humillantes nos quita el ánimo para alimentar antiguos sueños. Alguien que ofrece su silencio para escuchar la voz de los que nadie escucha y su palabra para reclamar ante quienes todos callan, nos devuelve al momento íntimo y secreto en que cada uno de nosotros decidió en que fuegos quemar sus días.
Te lo debemos Pedro. Te lo debemos aunque nunca te enteres. Te lo debemos los que aún no nos hemos olvidado que la Medicina la hacen miles de hombres y mujeres anónimos que pasan su vida al lado de la cama de los enfermos. Los que todavía piensan en silencio que el auténtico prestigio no procede los papers sino de la gente y que las recompensas más valiosas no tienen precio. Te lo debemos porque en tiempos de pedantería intelectual y estrellitas de TV, bajarse del podio de la fama es la única manera honesta de subir la escalera del prestigio.
Sé que nunca vas a leer éstas líneas. Mejor. Finalmente vos no las necesitás y yo no sabría que decirte. Por ejemplo: ¡Gracias Pedro! ¿sería suficiente?.
Daniel Flichtentrei