Por Nora Bär
Entre las frases atribuidas a Einstein figura una que al parecer estaba escrita en un cartelito que colgaba en su oficina de Princeton: "No todo lo que cuenta puede contarse, ni lo que puede contarse cuenta".
Un informe dado a conocer hace unos días sobre el uso del "factor de impacto" y otros instrumentos estadísticos empleados para evaluar el trabajo científico -de la Unión Matemática Internacional, el Concejo internacional de Matemática Industrial y Aplicada, y el Instituto de Estadísticas- llega a la misma conclusión.
Firmado por Robert Adler, John Ewing y Peter Taylor, el trabajo analiza en detalle la validez de los métodos estadísticos basados en el número de citas que recibe un artículo científico, empleados para evaluar y comparar la calidad de publicaciones, de instituciones o de la producción individual. El veredicto es demoledor.
"Se cree que las estadísticas son inherentemente más precisas porque sustituyen juicios complejos por simples números, y de ese modo evitan la posible subjetividad de la evaluación de los pares. Pero esa creencia es infundada", escriben.
Para los matemáticos, esta "cultura de los números" busca en las estadísticas una objetividad que puede ser ilusoria si se emplea o se comprende mal. Algunas de sus observaciones:
"Basarse solamente en las citas [número de veces en que se nombra un trabajo] ofrece como mucho una comprensión incompleta y con frecuencia superficial de la investigación."
Usar sólo el factor de impacto [que calcula el promedio de citas por artículo en un determinado período de tiempo] para juzgar una revista científica es como usar solamente el peso para evaluar la salud de una persona. (Es obvio que el número de citas no sólo depende de la calidad de un trabajo, sino también del tema, de la disciplina y hasta del idioma en que se publica...)
La investigación frecuentemente tiene múltiples metas, tanto de corto como de largo plazo, por lo tanto es razonable que sea juzgada por múltiples criterios. La respuesta correcta para: "¿Cuál es mejor?", muchas veces es: "¡Depende!".
La investigación es demasiado importante para medir su valor sólo con una herramienta rudimentaria.
Volviendo a Einstein: "Todo debería simplificarse tanto como sea posible, pero no más", aconsejaba. Una máxima de sentido común que, como suele afirmarse, es el menos común de los sentidos...
La verdad que subyace tras las estadísticas
Jano.es
Aníbal Álvarez
a.alvarez@elsevier.com
Detrás de toda verdad racional y científica subyacen verdades menores que se expresan a través del corazón y los sentimientos.
Si a una sola persona que sufre en el escenario de una tragedia colectiva le añadimos un nombre, le damos un rostro y nos acercamos a ella, interesándonos por los problemas que le aquejan, la habremos rescatado de las estadísticas que nos hablan del sufrimiento y la habremos convertido –se habrá convertido- en un ser humano, a veces incluso en un símbolo, no en una de las cifras estimativas que sirven para fijar la siempre discutible realidad de una determinada situación social y a partir de ahí arbitrar soluciones que eviten la repetición. Saber que en el mes de marzo de un determinado año ha habido menos muertos en carretera que en el mes de marzo del año precedente puede que transmita una sensación social de mejora, e incluso de eficacia en la regulación del tráfico, pero a los familiares de los fallecidos, ¿qué les consuela ese brindis de las estadísticas al optimismo, si ellos están velando el cadáver del ser querido y a partir de entonces tendrán que llenar como sea el hueco dejado por su ausencia? Las estadísticas substraen el alma de las personas, a las que convierten en números, cifras de una cantidad que nos impide acceder a las emociones y sentimientos de los seres humanos, lo que nos lleva a considerar como nuestra aquella frase que una vez pronunció la escritora argentina Doris Band: "Las estadísticas me producen la misma impresión que las minifaldas: muestran lo atractivo, ocultan lo vital". Y lo vital, eso que nos acredita y dignifica como seres humanos, es la persona, desnaturalizada y sumida en la invisibilidad y el ninguneo cuando las estadísticas intervienen y se ocupan de ella.
En el caso de los accidentes de tráfico, las estadísticas con las que nos meten el miedo en el cuerpo a través de los informativos se centran fundamentalmente en los muertos, pero no en los tetrapléjicos o cuadrapléjicos que resultan de los accidentes, personas condenadas a arrastrar una vida en la que antes del accidente nunca habían pensado como una posibilidad. De la "realidad" siempre distante y fría de las estadísticas cabe deducir que los números sirven para anular a las personas, pues cuantos más seres humanos entran en el baile de las cifras más se diluye y difumina la humanidad de una sola persona, como si la colectividad no fuera nada ante la individualidad. Si lo contemplamos colectivamente, cualquier desastre que afecte a las personas –inundación, terremoto, huracán, tsunami- despertará en nosotros, como mucho, un sentimiento de solidaridad de corto alcance, pero si las cámaras se centran en una sola persona, si a la tragedia se le pone rostro, como puede ser, por ejemplo, el de la pequeña Omaira Sánchez, cuya agonía fue seguida en noviembre de 1985 por las televisiones de todo el mundo tras entrar en erupción el volcán Nevado del Ruiz llevándose por delante la vida de 25.000 personas, el dolor que produce una muerte tan lenta y atroz como la que el destino y la ineficacia humana le deparó a aquella niña se queda para siempre en la memoria, confirmándose así que Josef Stallin no erró en absoluto cuando dijo que "La muerte de un hombre es una tragedia, la muerte de millones es una estadística". De lo que se infiere también lo que estamos queriendo significar con este blog y que se resume diciendo que para las estadísticas la persona no es más que un número, y que ese número, junto con otros muchos, sirve para llegar a conclusiones que pretenden mejorar la vida de las personas, sólo que para mejorar la vida de las personas hay que llegar a conocerlas a través de sentimientos que nada tienen que ver con las estadísticas.
Lo malo de dictaminar, por la vía siempre sesgada y discutible de las estadísticas, que nueve de cada diez españoles comen carne de ternera por lo menos una vez a la semana, es que no son tenidos en cuenta los españoles que no la prueban ni siquiera una vez al año no porque no quieran, sino porque económicamente no pueden permitirse semejante lujo, lo cual no hace más que poner en evidencia que la sociedad está aún muy lejos de ser justa. Y las estadísticas, empeñadas en manejar sólo números y datos, no tienen una respuesta humana para esto. Y al parecer, tampoco la política. A lo mejor resulta que, en sintonía con este blog, la solución a los males del mundo radica en el corazón, ese órgano vital al que le atribuimos una capacidad para las emociones que en realidad reside en el cerebro, fragua donde se forjan los sentimientos.