“La verdad y otras mentiras”

Copérnico recargado

La Diabetes: ¿una enfermedad "glucocéntrica" o "lipocéntrica"?

“Es imposible aprender sobre lo que se cree saber” Epicteto

La verdad es un animal inquieto y escurridizo. La realidad se pliega sobre sí misma y adopta las formas menos pensadas. Ir tras ella es una aventura apasionante y agotadora. No hay reposo para quien navegue esas aguas tormentosas. Cada vez que Ud. crea haber encontrado la calma de las verdades eternas e indiscutidas el piso temblará bajo sus pies y ya no habrá nada que lo sostenga.

El Dr. Roger H. Unger acaba de publicar un editorial en JAMA con el inquietante título: “Reinventando la Diabetes”. Su propuesta es revisar los supuestos básicos de nuestra noción tradicional que la entiende como una alteración “glucocéntrica” y volver a pensarla desde una perspectiva “lipocéntrica”. En un mundo obesogénico con exceso de aporte calórico y una grosera restricción de la actividad física, la obesidad abdominal parece capaz de construir el escenario metabólico perfecto para que la diabetes tenga lugar. Las anomalías del metabolismo de los lípidos, y no de la glucosa, parecen ser las responsables primarias de una cadena de eventos que conducen a la enfermedad endotelial y a la diabetes tipo II. La lipotoxicidad, ejercida particularmente sobre las células beta del páncreas, precipitan la hiperglucemia favorecida por los depósitos ectópicos de ácidos grasos no oxidados y la insulinorresistencia. El concepto de “trauma metabólico” contribuye a nombrar lo que ocurre en la intimidad de los tejidos.

Mientras que la teoría heliocéntrica había sido formulada por sabios griegos, hindúes y musulmanes siglos antes que Copérnico, su reiteración de que el Sol (en lugar de la Tierra) está en el centro del Sistema Solar es considerada como una de las teorías más importantes en la historia de la ciencia occidental.

Una célula idiota:

El adipocito ha sido tradicionalmente considerado como un mero reservorio de grasas. Una triste vacuola inerte cuyo corazón lipídico dormía una prolongada siesta sin mayores consecuencias. Hoy sabemos que el tejido adiposo es un verdadero órgano endócrino, una fábrica desaforada de producción de venenos metabólicos con múltiples sucursales alrededor de nuestras exuberantes cinturas. Las adipocitoquinas ya se han relacionado sólidamente no sólo con la enfermedad cardiovascular y la diabetes sino con una larga serie de neoplasias -por su demostrada influencia sobre la mitosis celular y la angiogénesis tumoral- con alteraciones hematopoyéticas, inmunológicas y de la osteosíntesis entre otras catástrofes. El nuevo perfil de la célula adiposa ya nada tiene en común con la ingenua representación de hace algunos años.

A pesar de la presión ejercida por parte de diversos grupos, Copérnico retrasó la publicación de su libro, tal vez por miedo al criticismo. Algunos historiadores consideran que de ser así, estaba más preocupado por el impacto en el mundo científico que en el religioso.

Una investigación también publicada en JAMA por John Dixon en Enero de este año logró demostrar una impresionante remisión total de la diabetes en el 73% de los obesos sometidos a cirugía bariátrica de su población en estudio. Liberados de la sobrecarga lipídica, estos pacientes lograron la regresión del trastorno del metabolismo de los hidratos de carbono. De este manera queda fuertemente sugerido el origen lipocéntrico de la diabetes en la obesidad. Aunque resulte contraintuitivo para quienes nos formamos en la perspectiva “glucocéntrica” , la secuencia parece ir desde los lípidos a la glucosa y no al revés.

Las ideas principales de la teoría de Copérnico fueron:

  • El centro del universo se encuentra cerca del Sol.
  • Orbitando el Sol, en orden, se encuentran Mercurio, Venus, la Tierra y la Luna, Marte, Júpiter, Saturno.
  • Las estrellas son objetos distantes que permanecen fijas y por lo tanto no orbitan alrededor del Sol.
  • La Tierra tiene tres movimientos: la rotación diaria, la revolución anual, y la inclinación anual de su eje.

Polvo entre los dedos

Pensar contra lo pensado, aprender en contra de lo que ya se sabe, es una de las virtudes básicas de la ciencia. Cuestionar hasta los cimientos más elementales del conocimiento es un reaseguro contra la inercia y el error. Una vez acumulados una cierta cantidad de datos alguien los reúne y se anima a relacionarlos de otro modo. A plantear nuevas hipótesis que los expliquen, que reduzcan las “anomalías” epistemológicas que esos nuevos hechos imponían como grietas a la teoría hasta entonces vigente.

La ruptura básica que representaba para la ideología religiosa medieval, la sustitución de un cosmos cerrado y jerarquizado, con el hombre como centro, por un universo homogéneo e infinito, situado alrededor del Sol, hizo dudar a Copérnico de publicar su obra, siendo consciente de que aquello le podía acarrear problemas con la Iglesia; desafortunadamente, a causa de una enfermedad que le produjo la muerte, no alcanzó a verla publicada.

La historia de la ciencia es sinuosa y discontínua. Allí donde las miradas más ingenuas ven una línea perfecta que asciende desde el subsuelo de la ignorancia hacia el cenit del conocimiento sólo existe el tortuoso sendero que traza la investigación sistemática guiada por la iluminación de las mentes más brillantes. El sentido común, la certeza sin fisuras, la arrogancia del que supone poder explicarlo todo, nada tienen que ver con la perplejidad constante del científico frente a lo que sabe que ignora.

Siempre es buen momento para recordar al entrañable Héctor Oesterheld, ¿por qué no ahora?
 
“En algún lugar de los vastos arenales de Marte hay un cristal muy  pequeño y muy extraño.

Si oprimes el cristal tus pensamientos adquirirán una claridad y justeza deslumbrantes, descubrirás de un golpe la clave del Universo todo, sabrás por fin contestar hasta el último porqué.

En algún lugar de Marte se halla ese cristal.

Para encontrarlo hay que examinar grano por grano los inacabables arenales. Sabemos también, que, cuando lo encontremos y tratemos de recogerlo el cristal se disgregará, sólo nos quedará un poco de polvo entre los dedos".

Daniel Flichtentrei

Fuente: Copérnico, Wikipedia

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