Generación Psi

Jóvenes adictos al diván

Cuando el analisis se hace eterno.

Las más de cuatro décadas de trayectoria de la psicología en nuestro país han formado generaciones de pacientes que no sólo recurren al diván para resolver conflictos y deficiencias, sino que lo hacen desde hace años y encuentran allí un espacio donde reflexionar y consultar sobre sus vidas. En muchos casos, incluso, no pueden prescindir de ese momento de contención, donde consultan hasta cómo deberían responder ante determinadas situaciones. Terapias sin fin en las que las personas invierten dinero y muchas horas al mes, y el alta nunca llega. Qué piensan los jóvenes P.

Por Brenda Focas

En una de las ciudades más afectas del mundo a las disciplinas psicológicas, durante décadas sus ciudadanos crecieron al amparo de un verdadero ejército de psicólogos con la misión de proteger el equilibrio mental de la metrópoli.

Es así que existe una generación de porteños de clase media, media-alta que no superan los 30 años de edad y que, prácticamente, han sido criados en un diván. Para algunos que acumulan más de una década de terapia, mantener el espacio con el terapeuta se ha convertido en una actividad estable, sin perspectivas de alta.

Un caso es el de Alvaro Ramírez, de 24 años de vida y 17 de trayectoria en terapia. Pasó por varios profesionales porque le costaba establecer una buena relación terapéutica y hoy asegura que la terapia fue una “buena muleta” en su momento. Pero aún así se rehúsa a dejar las sesiones semanales. “Mientras tenga conflictos en la cabeza que no puedo resolver de manera independiente, voy a seguir yendo al psicólogo”, afirma.

Alvaro no es una excepción. Según un estudio de la Universidad de Psicología de la UBA, actualmente la ciudad cuenta con más de 24 mil psicólogos, cifra que implica unos 791 profesionales cada 100.000 habitantes. Y aunque no existen datos certeros, se sabe que gran parte de la población se analiza regularmente en hospitales, clínicas o en forma privada.

En este sentido, Pablo Gregorio tampoco piensa en dejar la terapia: tiene 28 años, 16 de ellos de diván. Si bien se autodefine como un “adicto al psicoanálisis”, asegura que tantos años de terapia lo hicieron sobreanalizar situaciones y hasta volverse un poco más egoísta. “Siempre te dicen: tenés que pensar en vos, estar primero bien vos”, dice como pensando en voz alta. Del mismo modo, Alvaro asegura que “tantos años de psicoanálisis me perjudicaron en pensar todo demasiado, muchas veces me paralizo a la hora de tomar una decisión”.

El problema surge, entonces, cuando una terapia no sólo deja de ser constructiva para volverse estable, sino que además ofrece algunas dificultades.

Sin embargo, según Andrés Rascovsky, médico psicoanalista, miembro titular de la Asociación de Psicoanálisis Argentino (APA), dedicar 45 minutos a la semana al conocimiento de uno mismo supera los fines terapéuticos y no tiene por qué encontrar un límite. “Nuestra existencia conlleva cierta opacidad respecto a nosotros mismos, que nos expone a dependencias ignoradas: medios, líderes carismáticos, estructuras religiosas. De alguna manera, el psicoanálisis produce una ética de la libertad”, asegura.

¿Terapias sin fin?

El final de la psicoterapia, el alta, ocurre por un acuerdo entre el paciente y el terapeuta.

“En los casos en que la terapia se eterniza sin motivo, el alta debería surgir de parte del profesional”, sugiere el psicoanalista Pedro Boschan, profesor del Instituto Universitario de Salud Mental (IUSAM) de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (Apdeba). “Si el psicoanálisis sólo cumple una función de sostén, algo está fallando salvo en ciertas problemáticas especiales donde esto sí puede ser necesario”, agrega el profesor.

Se supone que, al igual que en los tratamientos fisiológicos, toda terapia tiene la misión de curar, es decir, debe tener un fin. Sin embargo, muchas veces las sesiones se prolongan eternamente.

Julieta Sacca tiene 29 años y durante más de la mitad de su vida hizo terapia. Reconoce que su visita semanal con el psicólogo la ayuda a “ordenar la cabeza, a bajar la ansiedad” y, fundamentalmente, a saber cómo debe actuar “ante determinadas situaciones”. Y admite que aunque su terapeuta le pidió que vaya pensando en el alta, ella quiere mantener ese espacio. “Hoy no tengo ningún conflicto, pero las sesiones me mantienen con los pies sobre la tierra”, dice.

Por su parte Alejandro Leiterfuter, psicólogo y director del Centro Arethe, considera que es importante dar el alta para que el paciente pueda poner en práctica los recursos que le dio la terapia. “Es idílico esperar que un paciente no tenga problemas. No me parece adecuado que una persona mantenga una terapia para consultar todo sobre su vida”, asegura el profesional.