Una lesión en la articulación de la rodilla puede alterar gravemente nuestra calidad de vida: provoca un dolor que abruma y pone en riesgo nuestra movilidad.
Hasta ahora, la medicina no contaba con remedios totalmente satisfactorios para atacar este problema, pero investigadores de un laboratorio de bioingeniería argentino están a punto de iniciar el primer estudio clínico de América latina que probará la seguridad y eficacia de un enfoque audaz: intentarán reconstruir el cartílago con las propias células del paciente.
"Hicimos un ensayo preclínico en cerdos y, después de trabajar intensamente con las autoridades sanitarias para desarrollar una normativa local, ahora comenzamos a probar este enfoque en seres humanos", confirma la licenciada Laura Correa, coordinadora de la división bioingeniería del laboratorio.
El cartílago que recubre los huesos en el interior de las articulaciones soporta a lo largo de la vida fuertes presiones y rozamientos. Formado por células llamadas condrocitos y por una matriz extracelular muy especializada que éstos producen y mantienen, posee, sin embargo, una capacidad muy limitada de autorreparación. Además de ser una zona sin irrigación sanguínea, lo que dificulta los procesos de regeneración a expensas del sistema vascular, como los condrocitos están atrapados en la matriz, no pueden dividirse o trasladarse hacia el sitio de la lesión, con lo que el deterioro aumenta con el tiempo.
De allí que, teniendo en cuenta que las propiedades biomecánicas del cartílago residen en esa matriz extracelular y que un tejido de reparación adecuado debería tener las características de la estructura nativa, todo llevó a pensar que la solución ideal para curar estas lesiones sería cultivar los condrocitos del propio paciente e insertarlos en la región afectada para que éstos regeneraran la articulación.
La técnica -conocida como "trasplante autólogo de condrocitos"- fue desarrollada hace alrededor de veinte años en los Estados Unidos, pero dadas sus dificultades no había podido ser replicada en el medio local.
Para aplicar esta estrategia, que se estudiará en voluntarios con cartílago sano y lesiones por traumatismo, los especialistas empezarán por extraer, mediante artroscopia, una pequeña biopsia (de doscientos a trescientos miligramos de cartílago) de una zona de la misma rodilla no sometida a cargas de peso.
"El paso siguiente es liberar a los condrocitos de la matriz en la que están atrapados -explica el bioquímico Diego Dominici, a cargo del desarrollo del producto-. De ese modo, podemos recuperarlos y cultivarlos para amplificar su número."
Sumergidos en un medio que simula las condiciones que imperan en la articulación de la rodilla, a 37° de temperatura y rodeados de factores de crecimiento, los condrocitos dejan de secretar la matriz articular y comienzan a dividirse.
Vida en el laboratorio
"El condrocito no se reproduce en el cuerpo, pero sí en el laboratorio -subraya Dominici-. Pasadas entre tres y cuatro semanas, se recupera un pequeño volumen de células que se van a implantar en un «bolsillo» generado con una lámina de periostio [la membrana que recubre los huesos] que se sutura en los bordes de la lesión."
"Cuando vuelvan al paciente, las células dejarán de dividirse para empezar a secretar nuevamente la matriz", detalla Correa.
Una vez realizado el implante, el paciente tendrá que observar un estricto plan de rehabilitación kinesiológica. No deberá apoyar la pierna tratada durante uno o dos meses, porque podría colapsar la lesión y se perdería el cultivo. También tendrá que hacer ejercicios que ayuden a una distribución más homogénea de las células. A medida que pase el tiempo, el cartílago tendrá una mejor calidad. Se calcula que unos seis o siete meses después de la intervención su reconstrucción debería completarse.
En los casi doce años que les llevó el desarrollo de la técnica de trasplante autólogo de condrocitos, los investigadores de Craveri tuvieron que superar innumerables obstáculos, entre los cuales uno no menor fue la falta de un encuadre legal para técnicas de bioingeniería.
"Desde 2002 estábamos en condiciones de pasar a la etapa clínica -afirma Correa-, pero ¿con qué regulación? Este no es un producto farmacéutico normal; es algo vivo, por lo que se escapaba de la normativa tradicional para medicamentos. Fuimos a buscar ayuda a la Anmat y comenzamos a desarrollar el protocolo de investigación según la normativa 5330 para productos farmacéuticos. Nos costó mucho adaptarla. Hay que tener en cuenta que, como trabajamos con células vivas, cada paciente constituye un «lote» distinto, de modo que hasta la validación de los resultados es diferente. Estamos ingresando en todo un mundo nuevo. Fue un desafío muy interesante y hemos aprendido muchísimo."
Pero enseguida subraya: "Es importante aclarar que vamos a empezar un ensayo clínico para probar la seguridad y eficacia de este producto. Todavía no podemos decirle a ningún paciente que esto es eficaz ni que curará su lesión. Estamos investigando para saber si es efectivo y si es totalmente seguro. [Si lo aseguráramos antes de tener la confirmación experimental], estaríamos violando los principios éticos de la investigación clínica".
Por Nora Bär
De la Redacción de LA NACION