TRIBUNA

Protagonistas de la propia salud

Pacientes activos y comprometidos con su autocuidado.

Hasta el presente la invención más poderosa para salvar vidas no ha sido ni un medicamento ni ninguna tecnología médica sino involucrar a las personas en el cuidado de su bienestar integral, que incluye modificar hábitos perjudiciales.

Federico Tobar

La invención más poderosa para salvar vidas consiste en involucrar a las personas en el cuidado de su propia salud.

Hay tres actores protagónicos en la producción de salud. Por un lado, el Estado, junto a los esquemas de protección social en salud como obras sociales y prepagas. Por otro lado, los profesionales de la salud. Pero el papel más importante cabe a los propios ciudadanos.

Cada actor puede hacer más de lo que está haciendo para generar salud. Pero se resisten al cambio aferrándose a sus roles tradicionales. El Estado privilegia su carácter de proveedor de servicios antes que otras funciones como la de consejero y rector. Usando una metáfora náutica, podríamos decir que los gobiernos se han preocupado más por remar que por asumir el timón de la salud.

Aunque todos los sistemas de salud tienen deficiencias, siempre su capacidad para reducir la mortalidad será muy limitada. Para las cuatro principales causas de muerte (enfermedades cardíacas, cáncer, cerebrovasculares y accidentes) el mejor sistema de salud sólo conseguiría evitar un 11% de las muertes, mientras que si se consiguiera cambiar los estilos de vida de la población sería factible lograr una reducción de más de la mitad de las muertes. Para ello habría que fortalecer a un Estado consejero, capaz no sólo de informar sino también de modelar conductas.

Pero en América latina nuestros estados tienen muchas limitaciones al desempeñar estas tareas. Dan testimonio de ello las campañas de prevención que se limitan a emitir spots publicitarios masivos, sin medir su impacto sobre las conductas. Si para vender cualquier producto los especialistas en publicidad comienzan identificando una población objetivo y buscan el lenguaje y los símbolos para llegar mejor a ellos, ¿por qué las campañas contra el sida, por ejemplo, son tan uniformes? ¿Llega de la misma manera el mensaje a los indios wichis, a la población carcelaria y los jóvenes urbanos de clase media?

Además, como rector, el Estado tiene que definir cómo se deben prevenir y tratar las enfermedades normatizando protocolos de atención que los profesionales deben respetar. De lo contrario, ante personas con iguales condiciones de salud habrá diferentes tratamientos y calidades de atención.

El desencuentro entre las acciones de los tres actores se traduce en tres graves consecuencias. En primer lugar, los servicios de salud resultan cada vez más caros. En segundo lugar, enfermedades que deberían estar erradicadas como el dengue, el Chagas y la tuberculosis atacan con más fuerza. Pero la peor consecuencia de esta falta de sincronía se llama uso irracional de los medicamentos y constituye la epidemia más dañina.

Las personas se automedican o discontinúan los tratamientos, los profesionales se convierten en cómplices al prescribir y dispensar medicamentos para tratamientos inadecuados y el Estado se tapa los ojos ante esta situación.

Hay muchos ejemplos del uso inadecuado de medicamentos. Por un lado, la tuberculosis, enfermedad contagiosa que afecta cada año a unos doce mil argentinos. Casi todos podrían ser tratados y curados, pero gran parte de los enfermos abandonan el tratamiento cuando perciben mejorías. El resultado es que se registran en el país casi mil muertes anuales por esta enfermedad.

El caso más grave se encuentra entre las afecciones crónicas. Son las enfermedades cardiovasculares que, aunque son prevenibles y tratables, continúan siendo responsables por la mayor cantidad de muertes. Sólo en la Ciudad de Buenos Aires hubo más de diez mil defunciones vinculadas por esta causa el año pasado. Todos los centros de Atención Primaria de la Salud de todo el país proveen medicamentos gratuitos para tratarlas, pero en promedio los hipertensos consultan sólo cuatro veces al año. Lo más probable es que pasen tres cuartas partes del tiempo sin medicación. Esto multiplica por nueve el riesgo de complicaciones y por 16 el costo de su tratamiento.

Sabemos que hasta el presente la invención más poderosa para salvar vidas no ha sido ni un medicamento ni ninguna tecnología médica sino involucrar a las personas en el cuidado de su propia salud. Hacer que sea partícipe de su salud, en lugar de ser pasivo y esperar que el profesional y los servicios médicos resuelvan sus problemas. Esto requiere de un profundo cambio del paradigma sanitario. Al fin y al cabo, se trata de convertir en activo y protagonista a quien, desde hace siglos, se le llama "paciente".