Una alemana vivió 55 años con fuertes ataques de dolor de cabeza y en ocasiones le sangraba la nariz. ¿El motivo? Un lápiz que se le incrustó en el cerebro cuando apenas tenía 4 años. Los médicos decidieron entonces que debía quedar allí porque no existía una técnica quirúrgica eficaz y segura como para sacarlo, sin riesgo de daños colaterales irreversibles.
Margaret Wegner, de 59 años, se cayó a los 4 años y la punta afilada del lápiz de 8 centímetros de largo que llevaba en la mano le perforó una mejilla y se alojó en el cerebro. Simplemente se hundió dentro de su cuerpo como si atravesara una manzana.
"Perforó la piel y desapareció en mi cabeza", contó Margaret al diario alemán Bild. "Dolía como un demonio", dijo acerca del objeto con el que convivió durante su infancia, adolescencia, juventud y parte de su vida adulta. En ese entonces los médicos hicieron lo posible por capturar un extremo y tirar hacia afuera, pero la madera y el grafito del lápiz se habían quebrado en varios tramos y la extracción no se hizo.
A fines de los años 40 no existía la tecnología médico-quirúrgica como para retirar sin peligro el lápiz, así que Wegner debió convivir con él y los dolores de cabeza crónicos y el sangrado de la nariz que la acompañaron durante las cinco décadas y media siguientes. Una tortura impensable para estos días, cuando el doctor Hans Behrbohm, un otorrinolaringólogo de la berlinesa Park-Klinik Weissensee, pudo utilizar una moderna técnica para identificar el lugar exacto del lápiz. Una vez ubicado el lugar exacto que ocupaba el "intruso", Behrbohm midió los riesgos de la extracción y extirpó la mayor parte del objeto. Los demás trozos que no dañan la salud de Wegner quedaron dentro.