Sibila Camps
Las unidades de cuidados intensivos constituyen un ámbito crucial, donde son salvados por lo menos el 70% de los pacientes. Sin embargo, las autoridades de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI) y del Colegio Argentino de Terapia Intensiva estiman que en el país haría falta formar 700 especialistas en medicina crítica, o sea, el doble de los que hay.
"No existe un registro nacional de unidades totales de terapia intensiva, ni de la cantidad de profesionales que en ellas se desempeñan", advierte el doctor Eduardo San Román, presidente de la SATI. Agrega que el título de especialista en terapia intensiva es otorgado por entidades como universidades, colegios médicos y sociedades científicas, "con rea lidades regionales muy dispares".
Sobre la base de un censo voluntario de unidades de terapia intensiva (UTI), de la información recogida a través de sus socios y en la participación en congresos, la SATI calcula que existen unos 1.400 médicos dedicados total o parcialmente a la medicina crítica, pero sólo 700 se han especializado.
Los motivos son muchos. Por una parte, el número de pacientes que necesitan ser atendidos en terapia intensiva ha crecido, y no por razones negativas. "Desde el abuelo que está muy bien, que va a la UTI porque lo operaron de algo que antes no se operaba, hasta el niño golpeado por sus padres", describe San Román (ver Aumenta...).
Al mismo tiempo, cada vez existen más conocimientos, técnicas y recursos tecnológicos para asistirlos, lo que obliga a una capacitación y actualización constantes. En ese sentido, la SATI está organizando el 17º Congreso Argentino de Terapia Intensiva, que tendrá lugar del 23 al 26 de agosto en Salta.
La especialidad es tan compleja -incluido el manejo de aparatos muy costosos-, que en Salta también habrá reuniones específicas de los intensivistas de pediatría y neonatología, de los kinesiólogos, de los enfermeros y de los bioquímicos que trabajan en las unidades (más información en www.sati.org.ar).
"Como los especialistas eligen ir adonde les pagan mejor, hay instituciones donde no se consiguen reemplazos de guardias. Entonces, tienen que recurrir a residentes de clínica médica, o a médicos que hacen terapia intensiva sin haber tenido una formación estructural", observa la doctora Elisa Estenssoro, jefa de la UTI del Hospital Interzonal San Martín de La Plata y vicepresidenta de la SATI.
Los intensivistas subrayan condiciones propias de su trabajo, que lo hacen más angustiante y agotador. Exige un trato cotidiano con el sufrimiento físico y moral del paciente y de sus allegados. Demanda en todo momento un trabajo en equipo. Requiere de la interrelación con otras disciplinas, en ocasiones en situación de conflicto. Plantea permanentes dilemas bioéticos, como también disyuntivas en relación con los recursos.
A esto se suma el hecho de que dependen de una institución y su estructura, y no pueden atender en consultorio particular.
"La terapia intensiva, sometido a tanto estrés, no es para toda la vida", resume San Román. Lo tienen en cuenta los jóvenes médicos, que no llegan a cubrir todas las vacantes en las residencias de medicina crítica, tanto como los intensivistas que desertan hacia otra especialidad. Y este déficit se registra en todo el mundo, incluso en los países ricos.
El resultado es "un envejecimiento de la población de intensivistas, sobre todo en los hospitales de la Ciudad de Buenos Aires, donde muchos llevan más de veinte años haciendo guardias -observa Viviana Wolanow, médica de la UTI del Hospital Fernández y presidenta del Colegio Argentino de Terapia Intensiva-. El problema es que si quieren pasar a hacer otras tareas, les rebajan el sueldo".
El doctor José Luis Golubicki, jefe de la UTI de la Maternidad Sardá y coordinador de este congreso de la SATI, propone una reingeniería del sistema de salud, "que capitalice la experiencia de veinte años manejando pacientes agudos e hipercríticos".
Esto incluye, según San Román, "el manejo de herramientas vinculadas a la gestión, calidad y seguridad del paciente", que podrían ser aprovechadas en la dirección de una institución. Si los intensivistas pudieran salir del estrés hacia otras áreas -incluyendo también la investigación y la bioética-, más médicos elegirían la especialidad. Esto significaría, afirma la SATI, mejores resultados en la salud de los pacientes y menores costos para el sistema.
Aumenta la demanda de los servicios
En el imaginario colectivo, la terapia intensiva continúa siendo, erróneamente, la "antesala de la muerte". Sin embargo, con una mortalidad de sólo 15% al 30%, hoy en día "es el lugar donde se juega la mayor expectativa hacia la vida", define el doctor José Luis Golubicki, jefe de la UTI de la Maternidad Sardá.
La mayor demanda de cuidados intensivos tiene varias explicaciones. Una es el aumento en la expectativa de vida. "Los pacientes añosos llegan cada vez mejor en tiempo, pero llenos de enfermedades crónicas; tienen varios ingresos en terapia intensiva, muchos de ellos exitosos", describe el doctor Eduardo San Román, coordinador de la UTI del Hospital Italiano.
Otra de las causas reside en que muchas enfermedades que antes desahuciaban a un paciente, ahora tienen cura mediante una cirugía; los trasplantes son un ejemplo. Son operaciones complejas, que requieren de monitoreo y cuidados constantes.
No obstante, los requerimientos varían según la región y según el tipo de establecimiento hospitalario. En 1984, el promedio de edad de los pacientes de terapia intensiva del Hospital Italiano era de 55 años, y ahora es de 68. En el Hospital Interzonal San Martín de La Plata, en cambio, desde 1998 se mantiene en los 42 años.
Son politraumatizados por la epidemia de accidentes de tránsito, heridos de bala o arma blanca, víctimas de la violencia en el fútbol, describe su jefa de terapia intensiva, Elisa Estenssoro. "Esa sociedad que rodea al hospital, ¿no sabe cuidarse?", se pregunta. La cifra
20 es el porcentaje promedio de mortalidad en una unidad de terapia intensiva polivalente. Según el tipo de unidad y la gravedad de la enfermedad, la mortalidad va del 15 al 30%. Más de medio siglo de experiencias
El concepto de medicina crítica surgió en Dinamarca en 1952, durante la epidemia de polio. Para evitar la muerte por parálisis respiratoria comenzó a usarse ventilación artificial manual. A fines de los 50, todos los recursos tecnológicos y humanos para monitorear a los pacientes con riesgo vital ya estaban concentrados en una sola sala. En 1958, el doctor Peter Safar (EE.UU.) la denominó unidad de cuidados intensivos. La cifra
30 por ciento es la disminución de la mortalidad en terapia intensiva cuando la unidad está a cargo de médicos especializados. Lo óptimo sería que lo fueran el 75% de los médicos de la unidad.