Recuerdo el pedido de consulta que suele repetirse en el consultorio donde atiendo parejas y familias: “…venimos porque tenemos problemas de comunicación…” frase que cuando se empieza abrir, significa infinidad de cuestiones diferentes.
El siglo XX y los comienzos del nuevo milenio, han traído aparejados avances insospechados en materia de comunicaciones. Las novedades, son cada vez más frecuentes y vertiginosas, a tal punto que se hace difícil asimilar una cuando ya aparece otra cosa nueva. Basta con ver los últimos dos o tres años: quién hubiera pensado que por el solo hecho de portar un teléfono celular, uno estaba totalmente ubicable, que podía mandar mensajes de texto, sacar fotos, grabar un video y hasta levantar los mensajes de mail. La tecnología parece dirigirse hacia una meta: mantener a los seres humanos permanentemente conectados, localizables, reduciendo la posibilidad de error o falla al mínimo posible, tratando de cercar la falta y no darle lugar para que aparezca…
Sin embargo, ¿por qué cada vez la gente está más sola? Si estamos tan bien comunicados ¿Por qué se repite como primer motivo de consulta “el problema para comunicarse con los otros”?
Será que, como alguna vez mencionó Lacan, la comunicación no existe, porque uno recibe del Otro su propio mensaje invertido…
Una pareja consultó porque tenían problemas de comunicación. ¿Qué quería decir esto? Parecía en una primera instancia, que era literal, que cuando uno decía blanco, su propia definición de esa palabra difería de la de su partenaire y eso generaba discusiones y peleas.
Pues bien, así se presentaron y sobre este nudo comenzamos a trabajar. El psicoanálisis es lectura, no solo de lo que se dice, sino de lo que se calla, de los modos del decir, y de los juegos que arma el silencio. Interrogando hasta dónde llegaban estas “diferencias” en el contenido, en el significado, se escuchaba, poco a poco, la diferencia en la enunciación. Ella, mientras explicaba minuciosamente cómo definía según sus propias interpretaciones tal o cual palabra, con su enunciación le reclamaba al otro, a su pareja, más y más atención; llegando a una demanda casi imposible de sostener. Cuando se pusieron estas cartas sobre la mesa, Mariana pudo hablar, pudo decir, articular su demanda con su propia historia.
Mientras tanto, Gustavo, parecía impávido. A cada refutación de Mariana, respondía con una explicación más obsesiva, minuciosa y detallada. La metonimia, podía llegar al sinfín. Hasta que varias intervenciones, en distinto tiempo y de diferente manera, lo confrontaron con su impavidez. Su expresión cambió y su cara expresó por primera vez el asombro. Y dijo: “…es que prefiero dejar las cosas así, porque hay cosas que no las soporto, que no sé como manejar; por ejemplo, el llanto de un chico, me resulta insoportable. No sé por qué será, porque a nuestro hijo lo adoro, pero ese llanto me llena de desesperación…” Allí se abrió paso a la angustia, que puso en marcha su subjetividad.
El trabajo con Mariana y Gustavo, tomó otros carriles, diciendo sobre su propia historia que determinaba parte de la elección mutua como objeto de amor, desanudando posiciones fantasmáticas que los sumían en el sufrimiento y en el reclamo infructuoso al otro. Desanudamiento de una posición fantasmática de goce al enlace con un otro desde el deseo.
En la época actual, donde se cuestiona tanto la efectividad del psicoanálisis, donde se quieren simplificar tratamientos, tiempos y hasta el sufrimiento, casos como este nos hacen pensar de la vigencia asombrosa de nuestra práctica.
Lic. Marina Levins