Contagio de Hepatitis C

España: anestesista condenado a 2000 años de prisión

El anestesista Maeso, condenado a 1.933 años por contagiar a 275 pacientes la hepatitis C.

La Audiencia de Valencia declara a la Consejería de Sanidad responsable civil subsidiaria "de todas las indemnizaciones".

El anestesista Juan Maeso Vélez ha sido condenado a 1.933 años de prisión, de los que cumplirá un máximo de 20 años fijado por ley, por contagiar el virus de la hepatitis C a 275 pacientes intervenidos quirúrgicamente en cuatro hospitales de Valencia entre los años 1988 y 1997. El fallo considera al acusado autor de 275 delitos de lesiones y cuatro de homididio imprudente. En la esperada sentencia, hecha pública esta mañana, el tribunal le condena a compensar con casi un millón de euros a los afectados y declara a la Consejería de Sanidad responsable civil subsidiaria. El abogado de Maeso ha anunciado que recurrirá el fallo. En el fallo del proceso, que arrancó en septiembre de 2005, la Sección Segunda de la Audiencia de Valencia considera al acusado autor de 275 delitos de lesiones -penados con siete años de cárcel cada uno- y cuatro delitos de homicidio imprudente -con dos años de cárcel-, y recuerda que el máximo tiempo de cumplimiento de condena es de 20 años.

El tribunal le condena además a compensar con cerca de un millón de euros a los afectados, y declara la responsabilidad civil subsidiaria "de todas las indemnizaciones" a la Consejería de Sanidad. Las indemnizaciones oscilan entre los 49.065 euros para la viuda e hijos de un afectado, 150.000 a los herederos de cada uno de cuatro afectados fallecidos y cantidades globales de 60.000, 75.0000, 90.000 y 120.000 para determinados grupos de víctimas.

Satisfacción entre las víctimas

El fallo le absuelve no obstante de otros delitos contra la salud pública y de homicio y lesiones imprudentes de los que estaba acusado. La sentencia, que también le condena a sufragar las costas del procedimiento, ha sido alcanzada por unanimidad ha sido leída públicamente en el salón de actos de la Ciudad de la Justicia de Valencia en presencia de afectados y abogados. La Unión de Consumidores de la Comunidad Valenciana, como asociación que representa a 18 ciudadanos afectados, considera positiva la condena.

Además, destaca que condenar a las aseguradoras y establecer como responsable subsidiaria a la Generalitat Valenciana "garantiza el cobro de las indemnizaciones a los afectados". Sin embargo, el abogado de la Unión de Consumidores de la Comunidad Valenciana, Ernesto Hernández Barquero, subraya que las indemnizaciones estarán por debajo de las cantidades solicitadas para los afectados.

La presidenta de la asociación El Defensor del Paciente, Carmen Flores, ha expresado también su satisfacción. En una nota de prensa, Flores se congratula por esta decisión judicial y recorda que el caso fue denunciado y sacado a la luz en su día por la asociación El Defensor del Paciente.

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El Mundo


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Casi 2.000 años de prisión para el anestesista Maeso por los contagios masivos de hepatitis C

Tendrá que compensar además con cerca de un millón de euros a los afectados
El tribunal declara responsable subsidiaria a la Consejería de Sanidad

VALENCIA.- El anestesista Juan Maeso ha sido condenado a 1.933 años de prisión por contagiar la hepatitis C a 275 pacientes en cuatro hospitales de Valencia entre los años 1988 y 1997.

En una sentencia hecha pública este martes, la Sección Segunda de la Audiencia de Valencia considera al acusado autor de 275 delitos de lesiones y cuatro delitos de homicidio imprudente, y recuerda que el máximo tiempo de cumplimiento de condena es de 20 años.

El tribunal le condena además a compensar con cerca de un millón de euros a los afectados, y declara la responsabilidad civil subsidiaria "de todas las indemnizaciones" a la Consejería de Sanidad valenciana.

La sentencia llega casi 20 años después de que se produjeran las primeras transmisiones del virus, registradas en 1988. El conocido popularmente como 'caso Maeso' se destapó 10 años después, en marzo de 1998, al conocerse que un grupo de personas intervenidas quirúrgicamente en diferentes hospitales de Valencia, tenía el virus de la hepatitis C.

Las hipótesis eran confusas, sobre todo para los que descubrieron ser portadores de un virus cuya existencia hasta el momento desconocían, pero las investigaciones de las autoridades autonómicas encontraron un nexo entre los afectados: el doctor Juan Maeso, el anestesista que los atendió durante su intervención.

Un proceso enormemente complejo

La complejidad de las pruebas —análisis genéticos y epidemiológicos, entre las más simples—, la demora de los diferentes pasos del proceso —debido en parte al gran número de partes personadas—, y los continuos recursos a las diferentes resoluciones judiciales prolongaron la instrucción durante más de siete años, en los que se formó un sumario compuesto por 22.000 folios divididos en 37 tomos.

La sentencia llega casi 20 años después de que se produjeran las primeras transmisiones del virus

Finalmente, la vista oral contra el anestesista comenzó el 12 de septiembre de 2005 y finalizó el pasado 26 de febrero, tras la declaración de más de 600 testigos, entre afectados, médicos, directivos de los hospitales en los que se detectó el contagio, así como diferentes cargos políticos de la Conselleria de Sanidad.

El juicio empezó con la declaración del único acusado, para quien el fiscal pidió una pena de 2.214 años de prisión, y que declaró ante el tribunal desconocer si padecía el virus y negó ser consumidor de opiáceos y haberse inyectado anestésico con la misma aguja que empleaba después para los pacientes.

En la vista, que requirió la habilitación de una sala especial de 700 metros cuadrados, intervinieron casi un centenar de peritos, entre los que se encuentran dos expertos en genética, quienes se encargaron de analizar el virus de los 275 pacientes afectados, y aseguraron que la única fuente del brote que pasó todos los filtros es la correspondiente al anestesista.

Utilizaba la misma aguja

En las conclusiones, el ministerio fiscal aseguró que Maeso era el autor del contagio masivo de hepatitis C en varios hospitales valencianos, donde dejó un "rastro de virus" que transmitió a los afectados al sedarles con la misma aguja que utilizaba para inyectarse sustancias opiáceas.

El abogado de Maeso ha anunciado su intención de presentar un recurso de casación ante el Supremo

Por su parte, la defensa denunció que "únicamente" se investigaron los casos relacionados con el acusado y consideró que el informe genético realizado por los peritos es "tan parcial" que no puede ser tenido en cuenta, por lo que pidió su absolución y solicitó al tribunal que no ceda a la "exigencia social" de condenar al procesado.

El tribunal ha hecho pública su deliberación y ha condenado a Maeso, por unanimidad de sus tres magistrados, a 1.933 años de prisión como autor de 275 delitos de lesiones y cuatro delitos de homicidio imprudente.

No obstante, el proceso judicial no ha concluido aún, ya que el letrado del anestesista, Francisco Davó, ha anunciado ya su intención de presentar un recurso de casación ante el Tribunal Supremo


LOS APESTADOS DEL ANESTESISTA

Hace siete años una noticia aterró a los enfermos que habían pasado por un quirófano: un médico había contagiado su hepatitis C a cientos de personas. Ocho de las 276 víctimas del valenciano Maeso lo «juzgan» un día antes de la vista 
 
SIN FUTURO. "Lo dramático es que muchos de los infectados de hepatitis C no saben que van a morir", dice Amparo, presidenta de la asociación. / VICENT BOSCH
«Mi marido está muy mal. No hay nada que hacer. Ya no se le puede practicar ninguna clase de trasplante y todas las operaciones se le han complicado con grandes hemorragias». A Vicente Chaves, enfermo de hepatitis C durante ocho años, apenas le queda aliento.En junio de 2005, tras la última revisión, los médicos le dieron tres meses de vida. El plazo ya ha expirado y ahora Vicente aguanta sus últimas horas en su piso familiar de Algemesí, en Valencia.Su mujer e hijos creen que agoniza. El hombre apenas se mueve, ya no habla ni es capaz de gesticular. Sólo las palabras desgarradas de su esposa rompen el silencio de la habitación.

«El virus de mi marido es hijo del que tiene el famoso anestesista», se lamenta entre lágrimas Ana María Toril. «Él le dio a Vicente el veneno de la muerte». Ese él no es otro que Juan Maeso Vélez, el médico sobre quien se han puesto todas las miradas, el único acusado por el contagio masivo a 276 pacientes del virus de la hepatitis C, una enfermedad crónica y degenerativa. Las vistas contra el anestesista se iniciarán mañana en la Ciudad de la Justicia de Valencia durante un macrojuicio que reunirá a 111 procuradores y a 157 abogados.

Es la historia de 276 vidas rotas, escrita en los 35.000 folios (32 tomos) de un sumario cuyo juicio, según los abogados, podría durar un año entero. Será el segundo litigio de mayor envergadura en la historia de la Comunidad Valenciana, después del caso de los damnificados por la rotura de la presa de Tous.

Pero antes de ponerse en pie este escenario, que espera cumplir las tablas de la Ley, las familias de los afectados ya cargan las culpas sobre el anestesista. Muchos de ellos lo condenan por haber «arruinado sus vidas». Por el momento, de los 276 afectados han muerto 22 por la edad avanzada y cuatro a causa de la enfermedad.Las cantidades barajadas como indemnización, 180.000 euros por cada infección y 360.000 por fallecimiento, tampoco satisfacen a los contagiados. «El dinero jamás repara el daño cometido», esgrime Isabel Sanchís, otra de las afectadas.

En la casa de los Chaves no hay día sin dolor. La esposa de Vicente todavía no se explica la situación terminal que ha alcanzado su marido después de ocho años de calvario conviviendo con la hepatitis C. Recuerda que la medicación no le funcionó como se esperaba. «Siempre ha tenido 40 de fiebre», explica Ana María.«Y como el hígado lo tenía tan mal, en principio estuvo 11 días en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) donde le diagnosticaron un cáncer de colon engendrado después de contraer la hepatitis».

La mujer mira al cielo y evoca otros momentos que ha sufrido en compañía de su hombre bajo el peso de la angustia. Lamenta que el ser más querido haya arrastrado otro tipo de enfermedades o indisposiciones por culpa del virus que supuestamente le contagió el famoso anestesista. «Vicente ha padecido grandes diarreas a consecuencia del mal estado de su hígado», advierte Ana María.«Ahora el médico viene cada día a visitarlo».

Vicente estaba empleado en Telefónica, pero tuvo que dejar el trabajo después de haber contraído el virus. A partir de entonces apenas se mantuvo con una pensión equivalente al 75% de su sueldo anterior, que rondaba las 200.000 pesetas. Un futuro incierto que le obligó a sacar fuerzas de flaqueza. Tanto él como otros empleados de su empresa y de Iberdrola decidieron sentar en el banquillo al hombre que según ellos arruinó su futuro y el de sus familias. Un grupo de personas contratadas en ambas firmas denunciaron en 1998 que habían adquirido la hepatitis. Luego se comprobó que todas ellas poseían idénticas pruebas genéticas que el anestesista Maeso.

Tras conocer los análisis, algunos de los afectados se preguntan: «¿Utilizó el anestesiólogo con sus pacientes el mismo material que empleaba para satisfacer sus necesidades?». Sobre el médico planea la sospecha de haber contaminado las ampollas con el anestésico al haber accedido previamente a una pequeña parte del contenido para su propio consumo.

V. E. se contagió con 16 años y ahora tiene 31. Como a la mayoría de los pacientes, a esta joven se le cayó el cabello y perdió el 10% de su peso corporal. «Me han salido llagas en la boca, he sufrido depresión, ansiedad, cambios de humor, irritabilidad...», explica la mujer. «Me encuentro fatigada, con dolores musculares, picores, me pincho una vez a la semana y tomo cinco cápsulas al día de ribavirina... Cuando llega el proceso de medicación, no hay ninguna garantía de que te cures... Ahora he vuelto a vivir con mis padres porque me he incorporado de nuevo a un tratamiento».

Aunque nadie ha declarado ante un juez ver cómo Maeso infectaba a sus pacientes, su genotipo y subtipo del VHC es el nexo de unión entre esta multitud de contagiados que acudieron a un hospital para curarse y salieron con las semillas de una enfermedad mortal en su cuerpo. Es el caso de la presidenta de la Asociación Española de Enfermos de hepatitis C, Amparo González. Quedó atrapada a mediados de los años 90 bajo las garras de los anticuerpos que combaten la enfermedad. Aunque Maeso actuó también sobre ella, no la han identificado como una de las 276 personas afectadas porque su secuencia genética no resulta idéntica a la del anestesista.«Su ADN y el mío debe coincidir un 100% para que yo hubiera formado parte de todos estos enfermos», aclara Amparo muy convencida.

Ella cuenta que las víctimas «conocen a la persona que supuestamente les ha infectado, Juan Maeso. Tiene nombres y apellidos, sólo le han suspendido de trabajo. Su vida sigue igual». O no. La imagen del facultativo dista hoy mucho de la de aquel hombre con aire de triunfador, que iba de hospital en hospital montado sobre una moto customizada -«como un roquero», dicen algunos-.Incluso se presentaba a las puertas de los centros médicos en bermudas y con zapatillas de deporte. Ahora todo es distinto.

EL APESTADO

La existencia de Maeso, acostumbrado a los parabienes de sus colegas, se truncó en febrero de 1998. Ese mes la clínica privada Casa de la Salud le prohibía taxativamente llevar a cabo su ejercicio profesional como médico del centro. La razón esgrimida por los responsables del hospital para adoptar esta medida era la aparición de varios infectados de hepatitis C que habían pasado por las manos del doctor. Un mes después, y sin que trascendiera una investigación interna, el hospital valenciano de La Fe, donde Maeso también ejercía como anestesista, le apartaba de su puesto de trabajo. Desde entonces no ha vuelto a dormir a un paciente.Ni a cobrar una nómina. Juan Maeso vive actualmente de prestado, en la miseria más absoluta. El médico que todo cirujano quería a su lado en el quirófano no tiene casa ni remuneración alguna que le permita vivir con dignidad. Es un apestado. Y no sólo de puertas afuera. Una hija suya, también doctora, ha optado por firmar las historias clínicas con su segundo apellido con el fin de evitar que la relacionen con su polémico padre, según han explicado a CRONICA fuentes hospitalarias.

«Se ha arruinado la vida de una persona en un proceso en el que todavía no hay pruebas directas que le puedan inculpar», argumenta Francisco Davó, el abogado que a partir de mañana tendrá que la difícil tarea de demostrar la inocencia de Maeso en el macrojuicio que la consellería de Justicia de la Comunidad Valenciana ha preparado con un presupuesto de 150.000 euros. Davó sostiene, además, que las diligencias se han dirigido a contabilizar cuántos afectados hay, pero no cuál es origen del contagio, al tiempo que insiste en que se ha vulnerado el derecho de defensa de su cliente. «Todas las pruebas contra Juan Maeso siguen siendo rumores», concluye el letrado.

De la misma manera que Vicente, Consuelo Quilis trabajaba en Telefónica cuando, allá por 1996, empezó a convivir con la hepatitis C. Desde aquella fecha las desgracias le sobrevinieron como si de un efecto dominó se tratase. Los documentos médicos aseguran que tiene el mismo genotipo y secuencia genética que Juan Maeso.No se lo perdona. «Mi pareja y yo rompimos porque trazamos un proyecto común de tener hijos que no podíamos cumplir desde que me detectaron los anticuerpos. Ya no podré nunca criar niños sanos», dice cabizbaja esta valenciana de 40 años.

La suerte tampoco ha acompañado a Maricarmen Bonafé. Desesperada al ver que ningún hombre quería mantener una relación con ella -«los que conocía sabían que yo tenía hepatitis C»-, recurrió a la desesperada a los periódicos, donde durante años ha puesto anuncios para contactar con posibles parejas. «Todos me han rechazado», se queja ella con amargura.

Carmen se retrotrae en el tiempo. «Antes de contagiarme con el virus era muy activa y extrovertida. Pero de pronto comencé a cansarme». Aquello ocurrió en el año 1993 y desde esa fecha las cosas le han ido de mal en peor. «Se me cayó todo el pelo, perdí 20 kilos de peso y cogí una depresión... En aquellos primeros momentos sólo deseaba ver flores y coger a mi gatito». En una de sus continuas visitas al hospital, acompañada de su madre, que la ayudaba a mantenerse en pie, se dio cuenta de la presencia del anestesista Maeso: «Mamá, este hombre es quien me ha pinchado».Carmen no ha vuelto a ser la misma. El tratamiento le ha atacado a los huesos y después de los años apenas es capaz de doblarse debido a las dos hernias discales y a la ciática que padece.«Tienen que ducharme y vestirme otras personas porque yo no puedo andar; me encuentro fatal».

Hace más de una década, esta mujer de 41 años disfrutaba de un sueldo de 175.000 pesetas como empleada en un almacén de recogida de naranjas, tenía una casa y un marido. Hoy, sin trabajo y con serias taras físicas, esta enferma de hepatitis C, a la que supuestamente el doctor Maeso infectó, vive de la caridad, en la zona de Benimaclet, pegada a Valencia, con un anciano que padece polio, es diabético y se encuentra enfermo del corazón. «Estoy con este señor que me ha recogido y me da dinero», cuenta Carmen con los ojos humedecidos. «Los últimos días de cada mes apenas tengo nada para cenar y tengo que esperar a que el hombre cobre su pensión».

Incontables efectos secundarios por haber contraído la hepatitis C no han dejado de surgir en el cuerpo de Antonia Muñoz de la Torre, un ama de casa de 68 años que vivía en un chalé próximo al de Juan Maeso, en la localidad de Godella cercana a Valencia.«El anestesiólogo acusado me intervino antes de que brotase mi virus», resume Antonia. Las alarmas de la familia se despertaron cuando el escándalo se destapó en 1998. Todo, desde entonces, fue a peor». La mujer admite que jamás ha reaccionado de forma óptima a los tratamientos: «Los intentos de curación resultan un calvario y he tenido rechazo al contagio. Debí cambiarme de casa porque no podía subir las escaleras de mi anterior residencia».En siete años, durante los cuales Antonia ha convivido con la enfermedad, se le ha caído el cabello, se le han partido casi todas las uñas y ha perdido cinco dientes.

«Asumes que pasas de persona sana a enferma», explica Consuelo Granell, una administrativa de Valencia que se vio sorprendida por la infección hepática. Antes de que le anunciasen el diagnóstico, en noviembre de 1995, había sido intervenida por el anestesista Maeso.

CATASTROFE SANITARIA

Su estado de salud fue a menos cuando el virus se le activó en diciembre de 2003, momento en que empezó otro tratamiento que duró más de un año, hasta abril de 2005.

«Mi familia vive muy angustiada, asustada y pendiente de mí», dice Consuelo. «Esto es una catástrofe sanitaria; hay gente que no ha podido recibir el tratamiento por problemas de edad, por sufrir depresiones o por patologías propias. En mi caso, padezco un reuma asociado al virus y dolores insoportables en todas las articulaciones. Sé que es el final».

Lo sabe también Isabel Sanchís, vecina de Puzol, al norte de Valencia. «Mi virus es hijo del de Maeso y está genéticamente comprobado», asegura esta auxiliar de laboratorio. Según ella, «nunca tuve la enfermedad antes de que me tocase ese señor durante la operación en que nació mi pequeña en enero de 1994».

Amparo, la presidenta de la Asociación Española de Enfermos de Hepatitis C, mira a su entorno y no para de preocuparse por un futuro que suena aterrador e incierto. «Ellos tienen miedo al rechazo social y a que les den la mano», dice sobre los afectados.Pero lo más trágico, según ella, se encuentra en las cabezas de los enfermos: «No tienen conciencia de que van a morir», advierte espeluznada. En el mejor de los casos, los enfermos se han quedado sin trabajo, otros viven en soledad o han sido abandonados por sus propias familias.
 
LOS CONTROLES NO HAN VARIADO
 
PACO REGO

La precisión -y delicadeza- con la que inyectaba en vena la dosis exacta de opiácidos le valió el apodo de «manos de porcelana». Juan Maeso, 60 años cumplidos, la mitad de ellos ejerciendo como anestesista en Valencia, ha puesto en brazos de Morfeo a 40.000 pacientes. Tres décadas provocando el dulce sueño narcótico. Treinta años con las manos limpias, sin que nadie, aparentemente, sospechara siquiera que aquel escrupuloso doctor -«maestro», le llamaban algunos en el hospital La Fe, de la capital del Turia- había contagiado a sus enfermos el virus de la hepatitis C, que él padecía en silencio. En total, 276 víctimas. Lo que mañana se juzga, siete años después de que Maeso, separado y con tres hijos, fuera acusado de ser el autor del contagio masivo en varios hospitales valencianos, es si el anestesista pudo llevar a cabo una práctica irregular, al emplear instrumental (jeringuillas y/o cánulas) previamente usado por él para consumir tóxicos.¿Cuántos Maesos más andarán por los hospitales? ¿Se han afinado los controles en los centros sanitarios? ¿Quién vela, en último caso, por la salud de quienes han jurado curarnos? «Son los propios médicos quienes tienen la obligación ética y profesional de aplicar las medidas preventivas necesarias, empezando por ellos mismos.Es muy raro que un anestesista, aunque sea de forma involuntaria, contagie a sus enfermos», tercia el cirujano de un hospital público madrileño, que prefiere «no entrar en la polémica» y mantener su nombre en el anonimato. «No, no se han establecido más controles porque éste es un caso aislado. Todo el mundo sigue en los centros sanitarios unos protocolos de seguridad que son prácticamente iguales a los vigentes en el resto de Europa o Estados Unidos», insiste otro experto consultado por CRONICA. Sobre el acusado Maeso pende, a petición del fiscal, una pena de 2.214 años de prisión.