Con sus mejores amigos, Gabo festejó los 80 años en México
El escritor prefirió una fiesta íntima, en el D.F. Un grupo de mariachis le dio una serenata.
En cada línea que escribo trato de invocar espíritus esquivos de la poesía", dijo Gabriel García Márquez en 1982, después de ganar el Nobel de Literatura. ¿Por eso el embrujo de sus palabras?: Macondo, coronel, olor a guayaba. El encantamiento no para. Ayer, el gran brujo de la prosa hispana cumplió 80 años y casi todo el mundo lo festejó.
Mientras amanecía en su casa de El Pedregal de México; en Aracataca (el Macondo Cien Años de Soledad) retumbaron 80 salvas de cañón. Entre ese pequeño pueblo en la región bananera de la costa norte de Colombia y en el que un domingo parece durar ocho días, nació "Gabo". Ahí, en sus calles polvorientas, adornaron con mariposas amarillas y pececillos dorados, y desfiló una banda musical de música caribeña y compuesta de bombo, platillos, trompeta y redoblante.
"El pueblo fue decorado con mariposas amarillas, se ubicó un telón en el centro de la plaza de la aldea con fotos del maestro, ubicadas cronológicamente desde su niñez hasta su adultez", manifestó el alcalde de Aracataca, Pedro Sánchez.
El presidente colombiano, Alvaro Uribe lo felicitó en una carta: "Dios guarde a usted, maestro de maestros", escribió en la carta. Y se hizo el anuncio del comienzo de las celebraciones del "Año de Gabo" que incluye la reconstrucción de la vivienda donde pasó su infancia y el IV Congreso Internacional de la Lengua, que se realizará en Cartagena de las Indias el 26 de marzo, en el que cantará Fito Paez, entre otros.
García Márquez se excusó por no asistir a los actos del día de su cumpleaños y por posponer su regreso a su casa en Cartagena a mediados de marzo. El Gabo festejó ayer en su casa al sur de la Ciudad de México rodeado de sus mejores amigos. Hasta su domicilio llegó un grupo de mariachis que lo homenajearon con sus canciones favoritas.
Hay motivos para celebrar. Gabo cumple ocho décadas de vida; 40 años de su obra cumbre; 25 años desde que ganó el Premio Nobel, y 60 años de la aparición de su primer cuento La tercera resignación. La Real Academia integrará Cien Años de Soledad: realidad total, novela total, cuyo prólogo es de Mario Vargas Llosa, con quien el colombiano se enemistó por más 30 años.
En Italia, celebraron con la representación de la primera obra para teatro del escritor, Diatriba de amor contra un hombre sentado, una especie de manifiesto feminista. En Madrid, 80 intelectuales y personalidades leyeron de manera íntegra Cien Años de Soledad en un acto público. En Cuba, el diario Granma describió a García Márquez como "el amigo entrañable de Fidel y Cuba" que "llega hoy a una nueva primavera", junto a una foto del escritor y del presidente Castro.
"El Coronel necesitó setenta y cinco años — los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto — para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible..." Así termina El Coronel no tiene quien le escriba. Y así, con sólo cambiar el 75 por 80, se podría resumir el día en que Gabo festejó sus ocho décadas, sin envejecer, como sus textos.
García Márquez básico
Un 6 de marzo de 1927 nació en el pueblito colombiano de Aracataca, Gabriel José de la Concordia García Márquez, aunque es conocido simplemente como Gabo: periodista, editor, escritor, premio Nobel de Literatura 1982 y director de la Fundación Nuevo Periodismo. Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez Iguarán lo tuvieron en sus brazos en 1927 y no 1928 como se creyó durante mucho tiempo. Según relata él mismo en Vivir para Contarla, nació a las 9 de la mañana.
Fue criado por sus abuelos maternos, el coronel Nicolás Márquez y Tranquilina Iguarán, pero en 1936 murió el coronel. Por eso se fue a Sucre con sus padres.
En 1967 publicó Cien años de soledad, donde narra las vivencias de la familia Buendía en Macondo. Desde 1975 radica entre México, Cartagena de Indias, La Habana y París. Gabo es conocido por la peculiaridad de la forma con la que trata sus obras: "realismo mágico".
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Gabomanía
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Mi nombre es Apofis. En realidad lo de Apofis –nombre griego del demonio egipcio Apep, quien representaba la idea del Gran Caos y solía atacar al soleado Ra a la hora de los eclipses– me lo pusieron e impusieron los terráqueos esos que me “descubrieron” en sus telescopios, durante su año número 2004. Cálculos y mediciones y coordenadas y así se hicieron conocidos mi cuerpo y mi trayectoria. Se me definió como “pedrusco espacial de unos 300 metros de longitud” y se precisó que el día número 13 del mes 4 del año número 2029 yo pasaría tan cerca del planeta conocido por ustedes como Tierra que llegaría a rozar la órbita en la que se alinean los grandes satélites de comunicaciones. Y esto no sería nada porque, siete años después, en el número 2036, debido a la perturbación producida en el número 2029, los especialistas afirmaron, temblando, que existirían muchas más posibilidades de que me estrellara. Cosa que hice pero sin causar gran desgracia porque, para entonces, ya no quedaba nadie ni nada vivo sobre la Tierra para sufrir las consecuencias de mi caída libre. Una cosa sí recuerdo: yo iba en picada, me encendía al entrar a la atmósfera, sonriendo, y lo único en lo que pensaba, lo último en lo que pensé antes de que acabaran mis miles de años de soledad, era en por qué no me habrán puesto Gabo.
DOS Veintinueve años antes de la caída de Apofis, otro fenómeno galáctico astronómico recorre el mundo iberoamericano. La Gabomanía. Y tiene que ver con los ochenta años de edad de Gabriel García Márquez y los cuarenta años de antigüedad de su novela Cien años de soledad (aunque mi edición del clásico en cuestión asegura que el año de la llegada de García Márquez a este mundo fue 1928) y los veinticinco años de la obtención del Nobel. Festejos y fuegos artificiales y, principalmente, centenares de artículos en prensa y segmentos televisivos donde personas que no lo conocen más allá de sus libros (y ni siquiera eso) no dudan en referirse al gran escritor colombiano como a Gabo. Pocas cosas me parecen más desagradables que el usufructo en público de un apodo –No tomarás el apodo de García Márquez en vano, debería ser el onceavo mandamiento– que, como todo sobrenombre se supone privado y para consumo íntimo y prudencial de seres queridos. Así, de pronto, Gabo por todas partes en boca de gaboides y gabotos y gaboneses y gabotes (que, sospecho, son los mismos inanos que le dicen Nano a Serrat). Gabo aquí y Gabo allá y, ay, hasta Gabito para referirse al pequeño Gabo corriendo por Aracataca. Y –todavía peor– las recreaciones de su nacimiento de oráculos en reversa con prosa que pretende emular, en vano, el magistral estilo del escritor. O las encendidas loas de quienes sí lo han tratado y, por eso, se sienten autorizados y capacitados para elevar un puñado de horas a anécdota épica y broncínea donde los protagonistas acaban siendo siempre ellos y, García Márquez, apenas un testigo de-luxe. Un Gabo. Alguien que, por estar ahí, por haber pasado cerca, o por no haber aparecido nunca, pareciera permitir –desde su sabio y cauteloso silencio– que cualquiera pueda pronunciar o escribir la palabra Gabo. “Gabo Gabo Hey!”, aullarían The Ramones y, puesto a soñar un deseo conmemorativo, yo le pediría a García Márquez que –como parte de las celebraciones– publicara una lista con el título de Personas a las que autorizo a llamarme Gabo. Estoy seguro de que serían muchos pero no tantos. O quizá, quién sabe, a García Márquez no le moleste que todo el mundo lo llame Gabo. Pero tengo mis dudas. La masificación de un mote lo priva de toda gracia iniciática y de todo fulgor de contraseña. Los verdaderos amigos no deberían degradarlo trompeteándolo a los cuatro vientos. Decirle Gabo a García Márquez es tan fácil e inocurrente como llamar Coca a la Coca-Cola. Tal vez García Márquez tenga otro alias que casi nadie conoce. En cualquier caso, Shakespeare tuvo mejor suerte –o compadres más discretos– y así es como, por fortuna, hoy no sabemos si le decían Willo o Shakey.
TRES Y si uno es escritor, nació en Latinoamérica, y vive en Barcelona, la cosa se complica todavía más. Ahora no pasa hora sin que aterrice un e–mail de diarios y revistas preguntando sobre Gabo, sobre la vigencia de la obra maestra de Gabo, sobre los hijos de Gabo y los nietos de Gabo y los herederos del Boom y del Posboom y hasta del Preboom porque, en Barcelona, el Boom es todo lo que fue y lo que vendrá y pronto Cervantes será Preboom. Y uno que calla porque no tiene nada que decir y se escapa por un rato a comprar fruta (frutas que no son tropicales) y ahí mismo, el encargado del puesto que, por supuesto, sabe absolutamente todo sobre mi vida pregunta: “Usted que es escritor... ¿Lo conoce a Gabo?”. Y yo le contesto que sí, pero no exactamente. Le digo que leí todos los libros y que, por lo tanto, conozco a Gabriel García Márquez. Pero de Gabo, ni noticias. Y no le cuento que en realidad sí lo conocí, que intercambié con él no más de veinte palabras en el estacionamiento de un hotel de Guadalajara, México, y que hablamos, básicamente, sobre el mucho calor que hacía y lo bien que se desayunaba en ese hotel. Supongo que semejante minucia me autorizaría hoy a fabular todo un episodio rebosante de lluvias, gallinazos y levitaciones y, por supuesto, a llamarlo Gabo de aquí a la eternidad. Pero no. Lo siento. No cuenten conmigo para semejante despropósito o falta de respeto. La celebridad de un genio que pasa cerca de uno no lo convierte en un amigo instantáneo. Ni ahora ni dentro de sesenta años, cuando Cien años de soledad cumplirá un siglo y (si Apofis decide cambiar de opinión y trayectoria) ninguno de los gabinetes que lo conocieron estará por aquí pero aun así, seguro, no faltará quien recuerde lo que una vez su abuelo le dijo a Gabo porque, está claro, Gabo no le dijo nada a su abuelo.
CUATRO Así que, mejor, hablemos del autor que conocimos a través de la novela. Cien años de soledad –prohibido llamarla Cientota o Solarini– fue mi primera percepción del milagro del objeto libro. Yo que no tenía más de cuatro años cuando se publicó, pero juro que recuerdo esa portada, en Buenos Aires, en todas las manos al mismo tiempo y haber pensado –¡realismo mágico!– que se trataba de un único ejemplar que se materializaba en todas partes a donde yo iba. Yo que no tenía más de catorce años y había sido expulsado de un colegio y no le dije nada a mi padre y simulaba que iba a clase pero, en realidad, me iba a Macondo a aprender y a vivir con los Buendía. Yo que ahora no tengo más de cuarenta y tres años y que aquí escribo lo que sigue: Feliz cumpleaños, señor Gabriel García Márquez, y muchas gracias por todos estos años de Cien años de soledad. Y si no es mucho pedir –antes de la venida de Apofis, antes de que sea demasiado tarde para todo y para todos– sea bueno y publique esa lista de nombres autorizados a llamarlo por su otro nombre.
Y, por favor, fírmela con su apellido.
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80 cañonazos para Gabo
Colombia festeja intensamente el cumpleaños de García Márquez
PILAR LOZANO - Bogotá
La localidad colombiana de Aracataca, de 26.000 habitantes, despertó ayer con 80 cañonazos a las cinco de la madrugada. Los vecinos recordaron así que en este pueblo, a la sombra de la montaña más grande del mundo a la orilla del mar (La Sierra Nevada de Santa Marta), un 6 de marzo hace 80 años, en una casa de paredes de madera y tejas de cinc, nació el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez. Una papayera (banda de los pueblos de la costa caribeña) recorrió luego la población, para muchos Macondo en Cien años de soledad, la obra cumbre de este singular escritor, interpretando porro y fandango, ritmos tradicionales. Fue sólo el comienzo de una cadena de celebraciones en que hubo misa, parada militar, la llegada de un tren pintado de mariposas amarillas, grupos musicales de todos los rincones de la costa, y gabolectura.
Unos 300 niños y jóvenes se reunieron en la casa museo que lleva el nombre del escritor y en el patio, a la sombra de un hermoso y viejo pivijay -árbol común en esa región-, concursaron respondiendo preguntas sobre la vida y obra del escritor nacido en su pueblo. Es un programa liderado desde hace un tiempo por la profesora Aura Ballesteros. Ella nació en el interior del país, en la montaña; cuando supo su nombramiento en un colegio de Aracataca, se encerró toda una semana y devoró la obra de García Márquez para poder transmitirla a sus alumnos.
Dos hermanas del escritor, Rita y Ayda, llegaron muy temprano a Aracataca acompañadas de ocho familiares más del Nobel; fueron los invitados especiales en esta celebración que terminó en la tarde con un fandango, baile de pareja suelta, en el que se forman círculos alrededor de los músicos. Encontraron un pueblo embellecido, de fachadas recién pintadas; retocado y adornado con una imagen del escritor, el inmenso mural a la entrada del pueblo, en el que se lee una frase de García Márquez: "Me siento latinoamericano de cualquier país, pero sin renunciar nunca a la nostalgia de mi tierra, Aracataca, a la cual regresé un día y descubrí que, entre la realidad y la nostalgia, estaba la materia prima de mi obra".
El regalo principal lo realizó el Ministerio de Cultura. Ayer se anunció que por fin será posible la reconstrucción de la casa, donde nació y pasó sus primeros 10 años García Márquez. Era la casa del abuelo materno, el coronel Nicolás Márquez, que llegó, en 1910, como recaudador de impuestos a esta población por entonces polvorienta y abandonada. Hoy, el comején y las grietas amenazan con tumbar lo poco que queda de la casa original. Será una reconstrucción total en la que se invertirán un poco más de 400.000 euros.
Pero no sólo en este pequeño pueblo lleno de algarabía y de colores se celebró esta fecha. Muchos gabólogos -conocedores de su vida y obra- dictaron conferencias en varias ciudades del país. El presidente Álvaro Uribe envió una carta para felicitarlo. Los grandes medios de comunicación han dedicado en estos días editoriales, portadas, separatas, minutos en los noticieros de radio y televisión para destacar la figura del autor de Cien años de soledad.
Precisamente, la segunda parte de sus memorias, según comentó el escritor la pasada semana al periodista mexicano Jacob Zabludovsky, arranca con las dificultades que tuvo para poder pagar el envío del manuscrito de su obra cumbre a la editorial argentina que publicó el libro en 1967. El autor remitió sólo la mitad del texto por no tener dinero suficiente, pero por un error mandó la segunda parte. Cuando le telefonearon los responsables de Editorial Sudamericana para solicitarle la primera parte, tuvo que empeñar una licuadora y otros utensilios para sufragar los gastos de correo.