Los caminos de la carrera científica frecuentemente conducen a Ezeiza, y de allí a un laboratorio o universidad del Primer Mundo. Más allá de los logros profesionales, convengamos en que no es la situación familiar ideal...
Muchos padres de "aprendices" de investigador -o de investigadores, a secas- lo saben bien. Pero suelen consolarse pensando que es inevitable: sus "pichones", herederos de Darwin, Einstein o Gauss, tienen que remontar vuelo. Sin embargo, hay un caso en que esta complicación sentimental y laboral puede aumentar exponencialmente. Es cuando quienes tienen que decidir si aceptan posiciones lejos de casa son ambos miembros de una pareja al mismo tiempo.
Que el problema no es menor y tiene consecuencias que pueden poner en jaque no sólo el progreso profesional de los afectados sino... hasta el matrimonio, lo demuestra el hecho de que ya existen importantes estudios dedicados a analizarlo. Dos de ellos merecieron un comentario de Jennifer Ouellette en la última edición electrónica de Nature. Uno es Gender, Mobility and Career Progression in the European Union: Final Proyect Report , de Louise Ackers, realizado en la Unión Europea en 2005, y el otro, que está a punto de comenzar en la Universidad de Stanford, se plantea entrevistar y hacer participar en grupos de discusión a 30.000 profesores de las más importantes universidades norteamericanas.
"La matemática resolvió el problema de los dos cuerpos hace mucho, pero los científicos casados todavía están luchando con él", bromea Ouellette.
No tenemos datos locales, pero en Europa se calcula que por lo menos la mitad de todos los investigadores tienen parejas que también están trabajando en el mundo científico, un porcentaje que en el caso de las mujeres dedicadas a la matemática asciende al 80%.
Detrás de esa comunión de estilos e intereses se ocultan desafíos difíciles de enfrentar hasta para las parejas más armoniosas. Sin duda, uno de ellos es tener que decidir si privilegiar una carrera por sobre la otra. Y, en el caso de que ninguno de ambos esté dispuesto a resignar sus sueños, si aceptan vivir en distintas ciudades -a veces separadas por miles de kilómetros- aunque sea temporalmente.
Muchas veces, uno de los integrantes de la pareja quiere emigrar y el otro, no. O uno adora el clima frío y el otro, los trópicos.
La situación contraria (cuando comparten lugar y tema de trabajo) también puede conspirar contra el romance. Al parecer, "verse hasta en la sopa", como suele decirse, no ayuda a evitar entredichos y eludir la competencia.
Es decir que, contrariamente a la imagen popular del científico como un gimnasta del intelecto, más de un genetista, un físico nuclear, un matemático o un biólogo molecular tiene una historia de amor digna de Shakespeare. Todo indica que la ciencia y el matrimonio son tanto producto del cerebro como del corazón...
Por Nora Bär
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