Según el autor, las semejanzas podrían estremecer al mundo de la psicología.
Valeria Román
Los machos proponen y ellas finalmente disponen? ¿El amor es realmente ciego? ¿La atracción de los hombres por las colas puede haber sido necesaria para la evolución de la especie? ¿Es cierto que el sexo es bueno? En todos los casos sí, según las últimas investigaciones de la ciencia que el científico Diego Golombek se encarga de contar para todo público en su libro Sexo, drogas y biología (y un poco de rock and roll).
El libro de Golombek —nacido en 1964, investigador del Conicet y también de la Universidad Nacional de Quilmes— acaba de ser publicado dentro en la colección Ciencia que ladra, de editorial Siglo XXI.
Al ser escrita en un lenguaje coloquial, la colección hizo que los científicos argentinos asomaran la cabeza fuera del laboratorio para que el saber se les volviera útil.
En esta oportunidad, Golombek, quien trabajó como director de teatro, periodista y músico, se mete con el sexo. Cuenta muy placenteramente cuáles son las respuestas que la ciencia ya tiene y reconoce las que todavía le faltan (por ejemplo, todavía no hay explicaciones definitivas sobre qué es lo que origina la orientación sexual).
El científico desarrolla explicaciones con mucho énfasis en la biología y con muchos paralelismos entre los humanos y los animales, que podrían estremecer al mundo de la psicología.
"Puede ser que mi libro revuelva un poco el avispero. No pienso que exista un gen del amor, pero sí creo que podemos sentarnos a discutir con los que ponen más énfasis sobre el peso del cultura para los humanos", dice Golombek al ser entrevistado por Clarín.
"Los científicos no tratamos de explicar por qué la gente se enamora, sino qué pasa cuando eso sucede. El por qué todavía se lo dejamos a los poetas". Entonces, en su libro, sostiene que "las hembras son las que eligen porque tienen relativamente pocas chances de reproducirse a lo largo de sus vidas". Ellos, en cambio, las prefieren jóvenes porque siempre buscan hembras con características que indiquen buena fertilidad. Incluso cuenta que algunas especies de aves organizan un equivalente de bares para solos y solas, "en donde los machos exhiben su plumaje para impresionar a las hembras".
Con sinceridad, Golombek pone sobre la mesa lo que las ciencias más experimentales tienen para decir hoy. Y así sostiene que el órgano sexual por excelencia es el cerebro. Que la atracción por las colas femeninas "puede ser un resabio de una historia evolutiva en la que la copulación se realizaba desde atrás". Que el amor ciega porque "se inhiben ciertas zonas del cerebro que son fundamentales para la discriminación y el pensamiento crítico".
Y, finalmente, que el sexo es bueno (por supuesto que muy pocos lectores se opondrían a su idea) para la evolución de la especie: porque la reproducción implica recombinar genético y eso crea diversidad.