Es uno de los motivos por los que el ser humano puede matar o morir, sentrise feliz o el más desdichado del mundo, pero su naturaleza es esquiva. ¿Cómo se genera el enamoramiento? La hormona cerebral del romanticismo. Por qué el flechazo parece tener fecha de vencimiento.
"Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras/Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas. Voy haciendo de todas un collar infinito / para tus blancas manos, suaves como las uvas”, recitaba un Pablo Neruda veinte veces enamorado.
“¿No ves? Es mejor que mi dolor quede tirado con tu amor / librado de mi amor final”, sollozaba Homero Manzi en el tango Fuimos.
“Todo lo que necesitamos es amor”, pontificaba Lennon, otro gurú del amor.
Nadie niega que ese sentimiento que impulsa el encuentro con otro ser –en lo posible intenso y preferentemente con alguien de su misma especie– descansa en emociones oscilantes, que pueden ser tanto el camino más corto a la felicidad como al sufrimiento.
Pero el juego de afectos que hace explotar el amor no sólo tiene una matriz psicológica y neurobiológica sino también fuertes raíces históricas. “El imperativo de que el amor-pasión cimiente las bases del matrimonio o la voluntad de que un hijo corone el amor de una pareja no son anteriores al siglo XVIII. Y el hábito de valorar el sufrimiento por amor no es anterior al Romanticismo, así como cifrar la bienaventuranza de una pareja en su buen entendimiento sexual no es anterior a 1920”, explica la filósofa Roxana Kreimer, autora de Falacias del amor.
Toda definición del fenómeno estará teñida de infinitos matices: hay amores basados en la ternura y amores efímeros pero fulminantes, que duran lo que una tormenta de testosterona; hay amores serenos y eternos, y amores apasionados, que según Enzo Emanuele, del Laboratorio de Investigaciones en Medicina Molecular de la Universidad de Pavia, Italia, se desvanecen al cabo del primer año de relación, cuando desciende bruscamente una proteína conocida como NGF (Factor de Crecimiento Neuronal) y se evapora hasta la última gota de pasión inicial.
Esa reciprocidad en el deseo de unión (que nos completa y da alegría de vivir) motivó metáforas que relacionan al amor apasionado con una patología. Y cuando el fervor se disipa, o uno de los enamorados no ama con la misma intensidad, se lo emparenta con un sentimiento trágico. Porque es cierto que el amor estuvo alguna vez en los ojos de Jennifer Aniston y Brad Pitt y hay cientos de fotografías que les robaron los paparazzi que así lo demuestran, pero también en los de Brad Pitt y Angelina Jolie. Y estuvo en los de Susana Giménez y Corcho Rodríguez, y ahora en los de Su y... ¿Jorge Rama?, también.
Pero ¿de dónde viene? ¿y adónde se va el amor? Brandon J. Aragona y su equipo de la Universidad Estatal de Florida, EE.UU, descubrieron en el cerebro de un raro ejemplar monógamo, un roedor llamado campañol de la pradera, la existencia de un gen receptor para el neurotransmisor vasopresina, que influye en el comportamiento de cuidado y fortalece los vínculos sentimentales entre ellos. El estudio, publicado en Nature Neuroscience, reveló que los machos y las hembras de esta especie quedan flechados como muchos humanos después del coito. Y, como Fito Páez, constataron que hay amor después del amor.
Aragona y sus colegas también descubrieron que el enamoramiento y la formación de una pareja estable están vinculados con la acción de la dopamina –un compuesto químico que lleva mensajes entre neuronas– en ciertas áreas cerebrales.
Por ejemplo, en el núcleo acumbens existen dos tipos de moléculas receptoras para la dopamina: la D1 y la D2. Ellas serían las responsables de “desarmar” y “armar” una pareja. Cuando la dopamina activa los receptores D2, el flechazo se convierte en enamoramiento. Pero si es el D1 el que se enciende por acción de la dopamina, el amor romántico se apaga y la fidelidad se disipa.
La dopamina y la vasopresina son las dos hormonas químicas del amor y la monogamia en los roedores campañoles.
¿Ocurre igual en los seres humanos?
¿Tendremos una sobreproducción de D2 aquellos de nosotros que, pese a que nos haga mucho daño, no podemos, por más esfuerzos que hagamos, dejar de amar a nuestras parejas?
Nuestro cerebro también posee dopamina, receptores D1 y D2, núcleo accumbens, vasopresina y toda la batería de circuitos y neurotransmisores halllados en los roedores monógamos y en la mayoría de los mamíferos; los mismos que convergen en el comportamiento de formación de vínculos llamado “enamoramiento”. Algunos humanos presentan tendencias más monogámicas y estables en relación a sus parejas y otros no pueden formar vínculos afectivos duraderos.
La pregunta, entonces, es ¿también están involucrados estos mismos procesos neuroquímicos? ¿Hay alguna forma de entender qué es lo que nos pasa cuando nos enamoramos o por qué sufrimos cuando nuestro amor no es correspondido?
“No hay suficientes datos fuertes como para demostrar un mecanismo fisiológico común entre la formación de vínculos afectivos de los campañoles y de los humanos”, se sincera Aragona. “Pero dado que poseemos sistemas neuronales muy similares a otras especies (incluidos los campañoles), nuestros datos tal vez puedan iluminar la forma en la que el ser humano forma su pareja”.
En muchas especies, coinciden los neurocientíficos, la dopamina esta íntimamente relacionada con la motivación, cuyo resultado son sensaciones de satisfacción y placer, estado que corresponde con nuestra búsqueda del amor.
Helen Fisher, antropóloga e investigadora de la Universidad Rutgers en Nueva Jersey, EE.UU., lideró un estudio con jóvenes de ambos sexos donde, imágenes de resonancia magnética funcional (fMRI) mediante, detectó que c uando estamos intensamente enamorados –cosa que sucede durante un año o menos– se activan en nuestros cerebros dos áreas con gran actividad dopaminérgica: el núcleo caudado derecho y el área tegmental ventral.
Más enamorados estamos, más actividad se observa. Lo curioso es que estas áreas no se activan con igual intensidad en hombres que en mujeres. A las jóvenes enamoradas se les enciende la mirada, la sonrisa y el núcleo caudado, el septum y la corteza parietal posterior, todas zonas asociadas con las recompensas y las emociones. A los varoncitos se les encienden las áreas de procesamiento visual, especialmente una relacionada con el reconocimiento de las áreas sexuales del cuerpo del otro.
Para el psicoanalista y escritor argentino Germán García, que el ser humano y otros mamíferos posean similares estructuras neurofisiológicas y que la perdurabilidad del enamoramiento esté vinculada con la liberación de neurotransmisores como la dopamina, es un enfoque “un poco trivial”.
En el hombre, dice, el instinto animal se convierte en trieb, esa pulsión que Jacques Lacan llamó deriva. “ Lo que en un animal produce un comportamiento concreto y previsible, en nosotros es desconcierto, confusión. Si un animal encuentra un individuo del otro sexo, fértil y dispuesto a copular, intentará conseguir aparearse sin tantas vueltas. Si a nosotros se nos presenta el mismo cuadro, el desconcierto, la ansiedad, el temor y otras sensaciones se mezclan haciendo un gran caos de la situación e impidiendo, incluso, que suceda.”
“El sustrato biológico enmarca las contingencias del amor y de las relaciones sexuales y reproductivas en el hombre, pero no las puede predecir, entender ni mucho menos explicar”, subraya el psicoanalista y escritor argentino. Y ejemplifica: “Los fetichistas del siglo XIX son un maravilloso ejemplo de la ruptura con la elección animal pura. A cada grupo lo erotizaban distintas cosas: zapatos, pelucas, pantorrillas, lunares o cualquier otra cosa”.
“El amor siempre hace creer en aquello en que más habría que dudar”, escribió en el siglo XVII el dramaturgo francés Pierre Chamblain. Aunque las nuevas investigaciones tratan de responder las preguntas fundamentales –¿qué es el amor? ¿por qué nubla los sentidos?–, la psicología humana todavía no entrega todos sus secretos.
Lennon, Manzi y Neruda pueden seguir cantándole al amor. Su naturaleza, esquiva como el sexo de los ángeles, siempre vence.
"El amor es una droga"
“La atracción y la lujuria realmente son como una droga, siempre te dejan con ganas de más. Sentirse atraído hacia otra persona produce los mismos increíbles efectos. No importa quién seas; el amor no tiene límites”, explica el psicólogo John Marsden, del Instituto de Psiquiatría de Londres.
Para Marsden, los aumentos en la liberación de dopamina observados cuando comienza el amor son como una trampa caza-bobos: “Todos sabemos que uno puede tener sexo sin estar enamorado, pero si tenemos suficiente sexo con una misma persona, hay una enorme probabilidad de haber caído en la trampa para que esa relación no sea puramente sexual y dure mucho tiempo”. El sexo, dice el investigador, es “el as en la manga” biológico para lograr la continuidad de la especie.
“Puede parecer que sólo estamos tras la pareja perfecta para una cena romántica y una copa de vino, pero debajo de eso, nuestro instinto animal está buscando el par perfecto para reproducir nuestros genes", sintetiza Marsden.
Atracción fatal
– Las diferencias en la acción de la dopamina sobre ciertos receptores pueden ser responsables de la formación y el mantenimiento de la pareja en los roedores campañoles. ¿Pasa algo similar en el cerebro humano?
–Sí, yo creo que el amor romántico humano evolucionó de un sistema cerebral similar al de animales más simples. Todos los mamíferos tienen preferencias, ninguno va a copular con cualquier pareja; tienen favoritos, se sienten atraídos por ciertos individuos y sienten rechazo por otros. En los roedores campañoles esta atracción se asocia al núcleo accumbens. Luego de examinar hombres y mujeres jóvenes enamorados encontramos actividad en otras áreas del cerebro, como el área tegmental ventral y el núcleo caudado, regiones involucradas con el sistema de dopamina y recompensa. Entiendo que, en todos los animales, el sistema dopaminérgico evolucionó en relación a la selección de pareja.
–Algunos individuos viven enamorados y otros son solitarios. ¿Es posible que estas variantes en los patrones románticos tengan que ver con diferencias en las proporciones de receptores D1 y D2 en el núcleo accumbens?
–Buena pregunta, pero no se sabe. Sí es seguro que la gente es distinta en relación al amor. Algunos se enamoran constantemente y otros no lo hacen prácticamente nunca. Sospecho que, en parte, eso se debe a variaciones en la actividad de distintas áreas del cerebro, pero no podría decir que están justo en el núcleo accumbens, ya que esa no parece ser el área principal del amor romántico en los humanos. Sin duda, en el hombre existen variaciones fisiológicas asociadas a los distintos tipos de búsqueda del amor.