San Miguel de Tucumán.– El trabajo comienza bien temprano en el consultorio número ocho, en cuya puerta se lee: Servicio de acupuntura. Antes de las 7 y media de la mañana cada uno está en su puesto y Solana Sánchez, la secretaria, atiende el teléfono, escribe, abre la puerta e indica a los pacientes que ya ha llegado su turno, todo a la vez y –inexplicablemente– sin embarullarse. Hay veinte boxes, siempre ocupados.
"Si estoy levantada es por la acupuntura –asegura María Benito Sié, de 83 años, que llegó escapando de una nueva cirugía de rodilla–. Estaba abandonada, deprimida, dolorida. Ahora pude volver a andar", dice, mientras camina apoyada en su bastón.
Alicia Domínguez, de 54 años, consultó en octubre del año pasado por su asma. "Daba diez pasos y me tenía que sentar –recuerda–. Tomaba corticoides, estaba hinchada y además, con muchos dolores de hueso. Ahora me doy algún "puf" (dilatador bronquial), pero muy de vez en cuando, y estoy sin dolor."
Cuando entra Pedro Pablo Valdés, un hombre de unos 40 años, se produce un gran silencio. Hace poco tuvo un accidente cerebrovascular que lo dejó con muchas dificultades para caminar y casi sin habla. Le cuesta tanto pronunciar una palabra que cuando se le pregunta por la edad de sus hijas lo explica con los dedos de la mano, como los chicos.
Así transcurren las horas, cotidianamente, en el Servicio de Acupuntura del Hospital de Clínicas Nicolás Avellaneda, el primero del país, en el nivel hospitalario, especializado en esta ancestral práctica de la medicina tradicional china y donde se ha atendido a más de 8000 pacientes en 15 años.
Su factótum –creador, fundador, jefe– es el doctor Guillermo Alonso, un médico de 55 años que nació, se crió y estudió medicina en Tucumán, una ciudad donde todos lo conocen. A cada paso, se encuentra con pacientes, ex pacientes, conocidos o familiares de pacientes, que se dirigen a él con enorme cariño y en cuyas palabras hay, invariablemente, un dejo de agradecimiento.
–Yo quería trabajar con las manos, pero no me gustaba la cirugía –cuenta con cierto pudor este tucumano, corpulento y sencillo, que alguna vez practicó boxeo y que dice que los aspectos sociales de la medicina siempre fueron su norte–. Conocí la acupuntura mirando trabajar al doctor Miguel Isas, mi maestro, a quien iba a ver dos veces por semana a su consultorio, acá en Tucumán. Curó a dos familiares míos de neuralgia del trigémino. Fueron curas espectaculares.
Alonso siguió varios cursos en la Sociedad Argentina de Acupuntura, en Buenos Aires, y siempre de regreso a su ciudad tuvo la gran idea. "En ese entonces yo era médico clínico del Sistema Provincial de Salud (Siprosa) tucumano; entonces, plantée la posibilidad de hacer un trabajo piloto, una prueba de un año aplicando acupuntura en algún consultorio público, porque ya la practicaba en el ámbito privado, pero quería extender su utilización: es que la idea que siempre flota en el inconsciente colectivo de los médicos, y también de la gente, es que cuando algo es serio se hace en el hospital."
Sin embargo, en esa época el Avellaneda no era el policlínico que es ahora. Alguien dice, en voz baja, que cuando Alonso recibió el visto bueno para trabajar con acupuntura lo mandaron "al lugar más lejano e imposible". "En ese entonces era el Instituto de Rehabilitación –recuerda–, y empezamos probando con los familiares de los pacientes, que consultaban por dolor, el motivo de consulta más frecuente en más del 50% de los casos en los consultorios de clínica médica, se haga o no acupuntura."
Con excepción de los dos años en que se especializó en la Universidad Autónoma de Madrid y los meses que pasó en Tiang Jin, a 160 kilómetros de Pekín, donde fue a estudiar medicina china, Guillermo Alonso siempre vivió en Tucumán.
"Soy más tucumano que nunca", dice riendo –y tiene una de esas risas contagiosas, limpias–, y asiente cuando acepta que sí, que está bien definirlo como "médico acupuntor", pero aclara: "No hago tai chi, ni en mi casa aplico feng shui, y me encantan las empanadas tucumanas. No desdeño ninguna cultura, pero no me parece que porque he incorporado mucho de la medicina tradicional china tenga que ser distinto. Además, los vemos exóticos, pero ellos nos ven igual a nosotros: en China, jugando al voley, se me cayó una medallita con la cruz… Recuerdo las exclamaciones de los que compartían la cancha: también a ellos les llama la atención nuestra fe, y nuestra medicina… No necesitamos mirar afuera buscando identidades. La nuestra es una cultura nativa y ancestral, ecologista, de pertenencia a la tierra: un trabajo del Conicet demostró que el 60% de nuestra población tiene marcadores genéticos indígenas. No desdeñamos otras culturas, y mucho menos de la china, pero el marketing no es imprescindible…"
Aquellos curanderos
"Al principio, guardábamos celosamente las planillas de los pacientes –recuerda Alonso–. ¿Qué hacían los otros médicos? Nunca tuvieron una reacción adversa; más bien era como que no existíamos…"
"Uuuhhh... en esa época nos veían como a curanderos –recuerda el doctor Carlos González Jiménez, «Yoyo», ex anestesista pediátrico que llegó al servicio casi con el doctor Alonso, en 1991–. Los médicos necesitamos eso de ver para creer, e imagínese: nos miraban colocando agujas..."
Los días pasaron, la "experiencia piloto" superó con creces aquel año de prueba y el consultorio número 8 comenzó a funcionar como un servicio del hospital. Sin embargo, hubo que esperar hasta 2001 para la designación oficial. "Ese fue el momento en que se nombró a los tres médicos rentados: los doctores Alcira Villarreal y Mauricio Huehara Martorell, formados aquí durante tres años de especialización, y Joaquín Brunet, psiquiatra, que atendió muchos años en centros de salud rurales. Además, vienen otros médicos, algunos para especializarse y otros, ya formados y nombrados en reparticiones del Sistema Provincial de Salud, para colaborar: los doctores Carlos González Jiménez, Ana Gloria de Chazal y Marcelo Martínez. Y tenemos también dos colaboradores ad honórem: Aníbal Hernández, que está conmigo desde que comenzó el servicio, y una médica española, Zaida Sastre de Melero, además de la doctora Teresa Villarrubia, concurrente de especialización."
Una visión holística
Pese a la clara aceptación del tratamiento entre los pacientes, "el grueso de la demanda es espontánea: hay poca derivación, y cuando esto ocurre generalmente es de psiquiatras, traumatólogos o reumatólogos", comenta Alonso.
La visión de los médicos acupuntores no pierde de vista al ser humano como una totalidad. "Es una concepción holística –añade–. Estimulo endorfinas para calmar un dolor, pero al mismo tiempo mejoro el estado general de la persona. Por eso, el que viene por dolor de rodilla puede decir «me siento mejor» y no simplemente «ya no me duele», como si tomara un calmante."
Mauricio Uehara agrega que la acupuntura tiene mucha utilidad en enfermedades crónicas. "Por ejemplo, trabajamos en interconsulta con el cardiólogo, con el diabetólogo, y a menudo, al cabo de un tiempo en que los pacientes suelen mejorar su adherencia al tratamiento es posible disminuir la medicación –ilustra el médico–. Además, las sesiones de acupuntura duran media hora: conversamos más con la gente y muchas veces nos hacen consultas sobre medicamentos o análisis que les han pedido otros colegas. Se escucha más al paciente."
El doctor Guillermo Alonso dice que las agujas también funcionan en salud mental. "La acupuntura da confort emotivo –explica, didáctico–. Existen puntos de estimulación para todas las emociones: el miedo, la angustia, la obsesión, el enojo. En algunos casos funciona muy bien; en otros, relativamente. No buscamos respuestas heroicas: la acupuntura no crea nueva energía, equilibra la existente, mejora el estado general. Acá tenemos bien presente que lo importante es que la gente venga y se trate, porque muchos no accederían a la salud de otro modo. Cubrimos todo el espectro social. Están los que vienen muy bien vestidos, y también los que llenan el ambiente de olor a brasero, que es la única forma que tienen de calentarse, y acá los inviernos son duros…"
Guillermo Alonso sabe que los diez años que lo separan de la jubilación pasarán volando. "Sí, me preocupa que todo esto quede en una quijotada y no continúe –admite–. La gran cuenta pendiente sería transformar las concurrencias de especialización en prácticas rentadas, y replicar lo que hacemos, porque es perfectamente posible. Por ahora, tenemos un plan de formación ad honórem, con una concurrencia de tres años, y también la práctica de posgraduados de la Universidad de Santiago del Estero, que tiene un curso de acupuntura para médicos."
Los pacientes, inquietos por colaborar, formaron una asociación, con una cuota mínima mensual de $ 3. Jorge Rojas, que tiene 70 años y un cáncer de próstata que avanzó hacia metástasis debido –asegura– a la inoperancia del PAMI para entregarle los remedios, cuenta que la primera vez que vino a atenderse con el doctor Alonso lo único que calmaba sus dolores era la ducha fría sobre la espalda, porque el agua helada –por un momento– era más fuerte "que esas crisis paralizantes." Alonso y sus agujas acallaron ese dolor y Rojas sólo tiene gratitud.
"La dirección del hospital ofrece mucho al servicio, pero queremos ayudar –comenta Rojas–. Por ejemplo, en el aspecto docente: como los médicos no hacen recetas porque en esta terapia no se indican medicamentos, no hay laboratorios que auspicien congresos o concursos. Y buscamos que nuestros médicos tengan acceso a más conocimientos."
Los pacientes también testimonian su aprecio con palabras, dibujos y regalos. "Si hasta nos han traído cappelletti caseros, recién hechos, con el platito de cartón humeante, los cubiertos, las servilletas, el pancito, el queso… Los pusimos sobre las camillas y comimos, ¡estaban deliciosos!", recuerda Guillermo Alonso.
Hombre de familia
Alonso tiene 55 años, está casado desde hace 28 y tiene 4 hijos. Su mujer, Silvia, es arquitecta y docente en dos secundarias.
Guillermo, el hijo mayor, nació cuando el matrimonio vivía en España. Hoy tiene 26 años y es odontólogo. Pablo, de 24, estudia geología. Guido, de 15, cursa el EGB y María Sol, de 8, está en la primaria.
"La paternidad es distinta a los 20, a los 30 y a los 40. Se pierde agilidad, pero se gana capacidad de querer. Además, la chiquita, después de tres varones, fue un milagro" recuerda con mucha emoción.
Alonso es de los que pelearon duro contra el cigarrillo, y también de los que disfrutan algunas de las ceremonias que ofrece la vida en familia: pasear a Ochi, el perro; los juegos con Fafuche, el gato de la casa; las sobremesas, los asados del domingo.
Su mamá, bioquímica jubilada, tiene 85 años. Y mientras dice que no es frecuente para él hablar del tema, relata una experiencia dificilísima de su infancia: la trágica muerte de su padre y de su hermano mayor en un accidente automovilístico. "Mi papá era abogado; mi hermano tenía 14 años; yo, 11. Tardé seis o siete años en salir de la perplejidad que me produjo el impacto."
Quizá la prueba más contundente de ese dolor es que Guillermo Alonso no tiene auto ni maneja, aunque sabe conducir.
Sin embargo, siempre hay alguien dispuesto a llevarlo. Como ahora, cuando el doctor "Yoyo" abre la puerta de su viejo pero noble 505 para volver al centro. La mañana en el servicio ha concluido. Tiempo obligado de regresar a casa. "Es que Tucumán es una ciudad –advierte Alonso, con mirada pícara–. Pero acá la siesta todavía es sagrada."
Por Gabriela Navarra
Para saber más
Telefono del hospital Nicolás Avellaneda de Tucumán: 0381-4271261
Dirección web del Ministerio de Salud de Tucumán: www.msptucuman.gov.ar
Dirección de e-mail: acupuntura_tucuman@yahoo.com.ar
Amor a la tucumana
En noviembre de 2003, una joven médica –30 años– española –nacida en Madrid– pasó por Tucumán camino a Bolivia. Estaba de vacaciones. Pero allí el destino le tenía preparada una sorpresa: conoció a Omar, un folklorista tucumano de 37 años. "Nos enamoramos y me quedé", cuenta Zaida Sastre de Melero, que después hizo un curso de acupuntura en Cuba y luego regresó a Tucumán, donde se integró al servicio que dirige el doctor Guillermo Alonso, donde colabora muy activamente, a pesar de no estar rentada.
Zaida trabaja en acupuntura y también en reflexología, un método que permite la estimulación de puntos de energía a través de una técnica manual de masajes en el pie. Su interés por este tipo de enfoque se gestó mientras estudiaba en la universidad. "Me llamó la atención la mirada: en la medicina occidental, hasta que una persona no está enferma no se la ayuda, mientras que en estas otras medicinas lo importante es preservar la salud –reflexiona–. Es decir, el cuadro normal es la salud y no al revés, como plantea la medicina occidental, que parte de la enfermedad. En esto, se valoriza más la prevención."
La médica española sonríe y dice que, a pesar de que jamás imaginó qué sorpresa le tenía preparada la vidaen su viaje rumbo a Bolivia, se siente muy feliz de vivir en Tucumán. Su ligazón con la Argentina y con esta ciudad donde encontró el amor está definitivamente sellada: es que para abril del año próximo Zaida será mamá.