Uno de los mitos sobre el cerebro humano dice que sólo usamos el 10 % de su capacidad. No es cierto. La idea nació en los años 30 a raíz de un estudio que fue malinterpretado y difundido luego para afianzar argumentos de supuestos "videntes", quienes afirmaban que ellos podían "usar" un poco más que eso. Pero al cerebro no le hacen falta misterios falsos para seguir primero en el ranking de las rarezas. Cuanto más lo estudian, más enigmas aparecen.
La nueva revelación, publicada por la revista "Science", provocó un gran impacto en la comunidad científica. En el Instituto Médico Howard Hughes, en la Universidad de Chicago, un grupo de investigadores dirigido por Bruce Lahn demostró hace poco que el cerebro humano continúa evolucionando. Es decir que su proceso de cambios no se detuvo —como se pensaba hasta ahora— hace unos 50 mil años.
Por eso, dentro de 100 mil o de un millón de años, según expertos en evolución, tendremos otra cabeza. ¿Más inteligente? ¿Más reflexiva? ¿Menos dura? Consultados por Clarín, expertos mundiales en arqueología, tecnología, neurología y neuropsicología, intentan develar incógnitas.
"Los dos mecanismos básicos de la evolución operan en el cerebro humano. Por un lado, la variabilidad genética (las mutaciones) y por otro, la selección natural. Lo que no es predecible es en qué dirección cambiará. Puede que lo haga, como hasta ahora, aumentando su masa y su peso, y por ende, cambiando su funcionamiento. También puede cambiar reconfigurando los códigos de tiempos con los que opera", comenta desde España, Francisco Mora Teruel, del Departamento de Fisiología de la Universidad Complutense de Madrid, autor de "Cómo funciona el cerebro".
Bruce Lahn, director del estudio que confirmó la continuidad evolutiva, no tiene dudas: "Se volverá más complejo. Probablemente también será más grande. Es lo que puedo suponer teniendo en cuenta cuál fue la tendencia pasada", afirma desde su laboratorio de Genética Humana de la Universidad de Chicago.
Pentti Malaska, experto en tecnologías del futuro, plantea nuevos enfoques desde Finlandia. "Todo indica que el cerebro no será el mismo porque lo que conocemos como futuro es algo que existe fisiológicamente en el lóbulo frontal, que es una de las partes del cerebro que evolucionó más tarde". Malaska afirma en uno de sus escritos, "El futuro de la Humanidad", que las principales modificaciones en los cráneos de los homínidos (antecesores del hombre actual) se produjeron en etapas de 100.000 años, por lo que el próximo período de cambio no estaría tan lejos.
En Portugal, el arqueólogo Joao Zilhao, acostumbrado a toparse con pruebas contundentes del pasado, también arriesga su visión: "Para explicar lo que pasó con la Humanidad en los últimos siglos no es necesario invocar un mecanismo de causalidad biológica. El hardware (la maquinaria cerebral y su organización interna) puede haberse mantenido inalterable. Lo que cambió fue el software, o cantidad de información que el cerebro colectivo (es decir, la cultura) puede ir acumulando. No sé si el hombre será más inteligente. Creo que en 100 mil años ya no existirá como especie, se extinguirá", sostiene.
Facundo Manes, director del Instituto de Neurología Cognitiva, de la Argentina, abreva en un punto polémico: la inteligencia. "Si definimos a esa capacidad como la flexibilidad conductual o cognitiva para generar situaciones novedosas, se podría especular que un desarrollo mayor de combinaciones de procesos cognitivos complejos podrían actuar como saltos en la evolución cerebral, produciendo más conexiones entre sistemas neurales y una mayor inteligencia", revela.
Otro argentino, Roberto Sica, Jefe de Neurología del Hospital Ramos Mejía, en cambio, se detiene en la sorpresa. Dice que la especie humana es una de las que ha evolucionado de manera más espectacular. "Desde los cerebros iniciales, que no superaban los 500 gramos, a los actuales que triplican ese peso, hubo una evolución estructural que dio como resultado la sociedad que conocemos —explica— . El cerebro podría evolucionar hacia una 'armonía ética' y nuestra especie, hacia un 'hombre moral'".
Mientras las reflexiones cruzan océanos, en laboratorios del mundo, las investigaciones para revelar más misterios del cerebro no se detienen. Evolucionan.
El buen pensar
Daniel Dos Santos
ddossantos@clarin.com
A los humanos el cerebro nos funciona a las mil maravillas. Tanto que cada vez sabemos más sobre este órgano multifunción. La pasión científica por conocer nos llevó a identificar, por caso, que parte del mismo controla la memoria para los hábitos y actividades motoras, dónde se regula la capacidad de dormir y en qué zona reside la coordinación del movimiento voluntario. También, con el cerebro, creamos juegos de palabra que involucran el término con distinta suerte, entre ellas "cerebro de pajarito" y "fuga de cerebros". Sin embargo, el centro del buen pensar parece ubicarse en otro lado. Y a juzgar por lo malo que le pasa al mundo y a nosotros, bastante peor nos funciona el corazón.
Las emociones del bebé
Es un gran enigma en un cuerpo pequeño. Las últimas novedades sobre el cerebro de los bebés sugieren que hoy es posible saber más detalles sobre su funcionamiento gracias a las técnicas de monitoreo cerebral y a través de sensores de reconocimiento facial.
Los investigadores del BabyLab del Centro de Estudios del Desarrollo Cognitivo, en Inglaterra, revelaron que antes del desarrollo del lenguaje, uno de los hitos en el desarrollo cognitivo, son capaces de diferenciar emociones como la solidaridad o el cariño. Confirmaron, además, que miradas, llantos, sonrisitas y hasta pucheros responden a una estructura emocional compleja.
¿Ese conocimiento le sirve a los padres? Sí porque una de las conclusiones revela que el ser humano en esos primeros meses de vida precisa sentirse tocado, abrazado, en fin, mimado. Y esa necesidad va más allá de los afectos porque influye en su desarrollo. En síntesis: cuantas más veces abrace a su hijo, mejor.
Durante el sueño, procesa información
El cerebro humano, igual que algunos maxikioscos, está "abierto" las 24 horas: continúa procesando información aún mientras dormimos. En el laboratorio de psiquiatría de la Universidad de Wisconsin—Madison verificaron que en la etapa conocida como de sueño profundo, el cerebro asimila y consolida lo aprendido.
El estudio fue comandado por el investigador suizo Reto Huber, quien logró ver que durante la fase NREM (sueño sin movimiento rápido de los ojos, según su sigla en inglés) las neuronas producen periódicamente ondas eléctricas lentas. Ondas que ayudan a optimizar el proceso de aprendizaje.
En la misma universidad, pero en el laboratorio del profesor Giulio Tononi, divulgaron la semana pasada lo que se conoce como relación entre cerebro y sueño. La premisa fue: si ya se sabe que el cerebro "trabaja" 24 horas, qué sucede durante ese período en donde supuestamente el ser humano duerme. ¿Qué pasa, por ejemplo, con la conciencia?
Tononi y su equipo sabían, porque eso ya se había comprobado antes, que la conciencia se desvanece cuando nos dejamos ganar por el sueño. El mecanismo de investigación fue el mismo: con voluntarios que fueron monitoreados mientras estaban despiertos o dormidos.
Primero dirigieron impulsos eléctricos breves, generados magnéticamente, a zonas específicas del cerebro. Esos pulsos estimularon una respuesta electroquímica en las células, cuyas ondas viajaron a distintos lugares de la masa cerebral mientras el individuo estaba despierto. La novedad sobrevino durante el sueño profundo: se comprobó que la misma respuesta no se transmitía más allá de las células estimuladas.
El profesor Tononi lo resumió así: "Durante el sueño profundo, el cerebro se divide en pequeñas islas que no pueden comunicarse entre sí". Por eso, la conciencia se desvanece, pero eso no impide que como en todo maxikiosco 24 horas, las "máquinas" sigan trabajando.