Estudio de la Fundación Favaloro: durante el período 1999-2002

La crisis económica causó 20.000 muertes cardíacas

Se debió al deterioro de los recursos hospitalarios; hubo 10.000 infartos no fatales por estrés

La crisis que produjo la última recesión y que llevó a la Argentina a una de las etapas más dramáticas de su historia no sólo provocó muertes en las calles en diciembre de 2001. En silencio, el deterioro hospitalario causado por el derrumbe de la economía local produjo 20.000 muertes cardíacas más que lo habitual, entre abril de 1999 y diciembre de 2002, período en el que el estrés y la depresión sin contención social provocaron 10.000 infartos más, pero no fatales.

Así lo demuestra el primer estudio que relaciona mortalidad y crisis no provocada por guerras, ataques terroristas o desastres naturales, realizado por investigadores de la Fundación Favaloro y de la Universidad de Massachussetts, Estados Unidos.

“Esta es la primera información epidemiológica oficial mundial de una crisis financiera, social y económica que se asocia a mayor mortalidad e infarto. Hubo argentinos que sufrieron infarto por torpeza en el manejo de la cosa pública. Una proyección nacional haría presumir que hubo 20.000 muertes coronarias más entre 1999 y 2002. Esto debería servirnos de advertencia, ya que, si vuelve a pasar, los responsables de tomar las decisiones estarían provocando un genocidio", afirmó a LA NACION el doctor Enrique Gurfinkel, jefe de la Unidad Coronaria de la Fundación Favaloro y autor principal del estudio.

Según la Organización Mundial de la Salud, en el país mueren por año 50.000 personas por enfermedad cardíaca. De ahí que los resultados que se presentan hoy en el XXXII Congreso Argentino de Cardiología indican un gran incremento de la mortalidad en la crisis.

Los investigadores observaron también que en medio de la crisis los médicos debieron retroceder en el tiempo en las técnicas utilizadas: aumentaron las cirugías, disminuyó la prescripción de drogas de última generación y se realizaron menos angioplastias y estudios complementarios, como las ecografías, por la falta de papel para imprimir las imágenes y los resultados.

En ese período, también aumentaron los pacientes con insuficiencia cardíaca congestiva (5%) y la mortalidad durante la hospitalización (1,1%), cuyo riesgo fue mayor en los centros privados. Los pacientes con dolor de pecho demoraron 190 minutos en recibir asistencia, contra los 27 promedio fuera de la crisis.

"Los registros del Ministerio de Salud y, sobre todo, del gobierno de la ciudad de Buenos Aires fueron denunciando un aumento de las complicaciones en el ingreso de los pacientes a los hospitales -señaló Gurfinkel-. Lo que no se sabe con certeza es si las autoridades advirtieron o no que los números iban variando. Tengo la impresión de que veían que las cosas se deterioraban, pero que no tomaron idea de la magnitud de lo que estaba pasando."

Objetivo: clase media

Para los investigadores, la crisis afectó especialmente a la clase media. "Hallamos un gran corrimiento de pacientes del sistema privado de salud a los hospitales públicos", agregó.

Los investigadores analizaron datos de 3220 argentinos hospitalizados entre 1999 y 2004 en 7 centros públicos y privados que participan del Registro Global Multicéntrico de Eventos Coronarios Agudos (Grace).

Ese registro incluye datos de 104 hospitales de 14 países. Por la Argentina participa la Fundación Favaloro, el Hospital de Clínicas, el hospital Durand, el Sanatorio Mitre, el Hospital Leónidas Lucero de Bahía Blanca, el Centro Gallego, el Hospital Francés y la Clínica Indarte.

Para determinar las épocas de crisis (abril de 1999 a diciembre de 2002) y de poscrisis (enero de 2003 a septiembre de 2004), los investigadores se guiaron por las variaciones del PBI, el único indicador disponible. "Consideramos que la crisis había terminado cuando el PBI registró al menos tres trimestres consecutivos de incremento -explicó Gurfinkel-. Nos pareció adecuado utilizar el Grace porque es citado en toda la bibliografía especializada, y el PBI, como reflejo de lo que le pasaba al país, dado que contamos con pilares epidemiológicos demasiado débiles como para informar a la comunidad científica."

Además de los infartos, en los 2246 pacientes que ingresaron en los hospitales en el período de crisis (974 ingresaron en la poscrisis), los investigadores hallaron una mayor cantidad de alteraciones químicas enzimáticas y demanda de ventilación invasiva por insuficiencia cardíaca. "No hubo diferencias en los rasgos de la población que sufrió eventos cardiovasculares, pero sí en el motivo de consulta: llegaban más pacientes infartados y con dificultad respiratoria que después de la crisis", indicó Gurfinkel.

Público v. privado

Para evaluar las diferencias en el uso de las drogas y la aplicación de los tratamientos, el equipo dividió a los hospitales en públicos y privados. En ambos, no hubo diferencias a la hora de prescribir aspirina, una droga económica. Sí, en cambio, en el caso de las drogas más caras, como los inhibidores de la enzima convertidora de la angiotensina (ieca) para normalizar la presión arterial o las drogas contra el colesterol.

"Durante la época de crisis casi no se prescribía nada para el infarto. Además, en los centros privados hubo una tendencia a reducir las angioplastias y aumentar las cirugías, que es un método antiguo, ya que el bypass se reserva sólo para un 9% de la población mundial que padece enfermedad coronaria aguda. Esto ocurrió porque los insumos necesarios eran importados... Hasta tuvimos que reciclar material."

El Grace demostró también que entre 2003 y 2004 aumentó la migración del sistema de salud privado al público.

Gurfinkel, que se animó a dar una conclusión dramática del estudio, concluyó: "El mal manejo de la cosa pública mata o infarta a la población. Tengo la impresión de que los datos obtenidos indican que esto puede volver a ocurrir, y esto ya ocurrió alguna vez."

Por Fabiola Czubaj
De la Redacción de LA NACION

El corralito aumentó nueve veces el riesgo de eventos vasculares

Así lo demuestra un estudio del Cemic

Apenas estalló en el país la crisis de 2001, muchos argentinos trataron de buscar ayuda psicológica y médica para proteger su salud ante el malestar que produce la sensación de estar a la deriva social. A otros, en cambio, el afán de recuperar sus ahorros los empujó a descuidar el equilibrio que su psiquis necesitaba para seguir adelante.

Esto motivó a un grupo de investigadores argentinos, dirigidos por los doctores Fernando Taragano, profesor titular de psiquiatría, y Ricardo Allegri, profesor de neurología, ambos investigadores principales del Cemic, a estudiar desde fines de 2001 las consecuencias clínicas de ambas conductas. Luego de 31 meses de seguimiento, el equipo halló que el riesgo de daño cardíaco o cerebral era nueve veces mayor en los argentinos que habían sufrido de gran ansiedad y no habían aceptado ayuda.

"Esto se tradujo en una mayor cantidad de infartos y de daño cerebrovascular", explicó a LA NACION el doctor Taragano, neuropsiquiatra y autor principal de este seguimiento a largo plazo en 478 pacientes afectados por el "corralito". Los pacientes que habían pedido ayuda psicológica o neuropsiquiátrica a tiempo protegieron mejor sus arterias.

"Es muy difícil poder proyectar la magnitud de las consecuencias de la crisis de 2001 a futuro -señaló Taragano-. Estos fenómenos sociales y económicos pueden tener impacto años más tarde y es muy difícil que en neuropsiquiatría podamos anticipar si lo vivido dañará a largo plazo." Cuando una persona sufre angustia y depresión de manera crónica, será la salud de las arterias la que años más tarde empezará a cobrarse ese sufrimiento pasado. Y transcurridos los años, rara vez se relaciona el sufrimiento arterial con el inicio de la ansiedad o la depresión.

"La crisis de 2001 fue casi una situación de laboratorio: muy caótica y fuera de lo común -describió-. Eran tantos los argentinos que consultaban por el mismo tema, que pudimos iniciar un seguimiento poblacional para probar lo que desde hacía tiempo se sospechaba que ocurría en la población: el daño arterial por causas psicosociales."

Es que a ese escenario lamentable para quien lo sufre, se sumó la gran intensidad y extensión en el tiempo de la situación. "En muchos casos, la pobreza fue también una nueva experiencia para las familias de clase media, en la que los padres no podían seguir cubriendo las necesidades básicas de sus hijos, por tanto se intensificaba el estrés depresivo", señaló el investigador.

Personalidad en riesgo

En una segunda etapa del estudio, cuyos resultados se presentaron ayer en el XXXII Congreso Argentino de Cardiología, los investigadores identificaron las características de la personalidad que influyen en los argentinos al sufrir un accidente cerebrovascular, un infarto o cualquier otro daño vascular que afecte el sistema cardíaco o cerebral.

La inquietud persistente, la sensación de estar bajo la premura del tiempo, la impaciencia, la sensación de que siempre falta tiempo para los quehaceres, la competitividad extrema, la persecución del logro, la agresividad, el apresuramiento, la hipervigilancia y la ira son las características personales que nos ponen en riesgo cardiovascular.

"La presencia o ausencia de la combinación de dichas características explican el 89% de los casos del daño en los que la personalidad tenga algo que ver -definió Taragano (ftaragano@cemic.edu.ar)-. Su ausencia, en cambio, es preventiva."

Los factores psicosociales son responsables del riesgo aumentado de daño cardiovascular en 3 de cada 10 personas. Otras causas poderosas son la hipertensión y el tabaquismo. Esos factores incluyen, además de las características de personalidad identificadas, la depresión, el estrés, la ansiedad, la retracción social.

"Si tenemos que definir lo que sufrieron los argentinos acorralados en 2001, sería estrés agudo y depresión, una combinación que en el tiempo es muy peligrosa -afirmó el especialista-. Cuando se combinó la depresión y el estrés mental agudo, léase «corralito», las personas que no protegieron sus arterias con medidas contra la ansiedad o antidepresivas adecuadas tuvieron 9 veces más eventos vasculares que las que sí buscaron ayuda. Todo esto debería servirnos como experiencia..."

Fabiola Czubaj