Un estudio acaba de develar que el efecto placebo también es un fenómeno físico, no sólo psicológico. Tan sólo pensar que un fármaco aliviará el dolor es suficiente para que el cerebro libere sus propios analgésicos naturales (las endorfinas).
Se trata de la primera evidencia directa que esas sustancias cerebrales intervienen en el 'efecto placebo' analgésico. Los nuevos hallazgos (publicados en el último número del 'Journal of Neuroscience') podrían contribuir a perfeccionar el empleo de las terapias cognitivas o psicológicas en los pacientes con dolor crónico.
Hasta el momento, diversas investigaciones habían visto que cuando a un paciente se le da un fármaco que espera que alivie su dolor, el cerebro reaccionaba al falso tratamiento. Sin embargo, no se había identificado el mecanismo cerebral responsable de estas reacciones. El nuevo estudio "da otro golpe a la idea de que el efecto placebo es un fenómeno puramente psicológico y no físico", explica el principal investigador, Jon-Kar Zubieta, profesor de psiquiatría y radiología en la Universidad de Michigan (EEUU).
"Fuimos capaces de ver que el sistema de endorfinas se activaba en las zonas cerebrales relacionadas con el dolor y que la actividad aumentaba cuando se le decía que estaba recibiendo un analgésico. Entonces, decían sentir menos dolor", agrega.
El experimento
Para ello, Zubieta y su equipo examinaron la actividad cerebral de 14 voluntarios sanos mientras se les aplicaba en la mandíbula una dolorosa inyección. En una segunda parte del experimento, al mismo tiempo se les administró una sustancia para aliviar el dolor, aunque en realidad se trataba de un compuesto inactivo (placebo).
Mediante escáneres, se registró la actividad cerebral de los participantes en ambos momentos. De este modo, los autores comprobaron que cuando los individuos creían que estaban recibiendo un analgésico, les podían administrar una mayor cantidad de la sustancia desagradable, es decir, que su tolerancia al dolor aumentaba.
En esos momentos, los participantes mostraron un aumento de la actividad del sistema de receptores opioides (llamados 'mu' o 'MOP'). Las endorfinas (opiáceos producidos por el propio organismo) se unen a estos receptores que se encuentran en la superficie de las células cerebrales y, de este modo, detienen la transmisión de las señales dolorosas de una neurona a otra.
Las 'caras' del dolor
Las diferencias más pronunciadas se vieron en cuatro áreas cerebrales que se sabe que intervienen en las respuestas y el procesamiento del dolor. Asimismo, se observó que al relacionar los cambios en el sistema 'mu' con las valoraciones que los participantes daban al dolor, se vio que la activación del sistema opioide se relacionaba con diferentes aspectos de la experiencia dolorosa.
Por ejemplo, la actividad en la corteza prefrontal dorsolateral estaba relacionada con las expectativas que habían puesto los voluntarios sobre el alivio que les proporcionaría el fármaco. En otras zonas, la activación estaba relacionada con el alivio en la intensidad del dolor, lo desagradable que era o las emociones que se sentían con el sufrimiento.