Perder un hijo

Agresión y culpa en padres que hacen duelo por un hijo

Se presentan los resultados de un estudio cualitativo realizado mediante entrevistas en profundidad a 38 madres y padres que habían perdido un infante.

Autor/a: Dres. Hasui C, Kitamura T.

Fuente: Bull Menninger Clin. 2004 Summer;68(3):245-59.

A diferencia de otros estudios psicológicos centrados en el dolor, la tristeza y la aflicción consecuentes a la pérdida de un ser querido, los autores del presente trabajo focalizan su investigación en la agresión y la culpa, sentimientos a los que habitualmente se ha otorgado un lugar secundario al de la tristeza y el pesar. Justifican su elección en la observación que las familias en duelo suelen mostrar un exceso de culpa y agresión, muchas veces dirigida en contra del equipo médico, aunque la pérdida del ser querido haya sido inevitable. Sostienen que el pesar, la tristeza y el dolor aparecen sólo cuando la agresión ha sido resuelta o la persona ha podido enfrentarse a la pérdida.

Consideran los autores que la agresión y la culpa  son centrales en términos de adaptación, y estudian su presentación en el curso de un proceso de duelo normal. Basan su análisis sobre conceptos teóricos del psicoanálisis, en especial derivados de las teorizaciones de Melanie Klein y desarrollos posteriores de la escuela inglesa.
 
Método


Reclutaron 38 personas, mujeres y hombres, que estaban en duelo por la muerte de un infante. Efectuaron con cada uno de ellos entrevistas en profundidad que tenían dos partes. La primera parte consistió de una entrevista abierta durante la cual se exploraron sentimientos y acontecimientos antes y después de la muerte del niño, la reacción ante la aflicción y síntomas psiquiátricos con el SCID para el DSM-IV, trastornos del Eje I. Luego de 10 minutos de intervalo continuaban con la segunda parte, consistente en preguntas acerca del ámbito familiar, acontecimientos de la vida pasada, e historia psiquiátrica pasada con el SCID. La entrevista tenía una duración total de 3½ a 4 horas. De darse el de consentimiento, la entrevista se grababa.

Resultados

Observaron los investigadores que los participantes referían un fuerte sentimiento de vergüenza después del fallecimiento. Y que en el proceso de duelo se producen fluctuaciones entre la desintegración y la integración.

Desintegración. Hallan que los fenómenos tales como una intensa culpa irracional, agresión y ambivalencia frente a otros se asemejaban a sentimientos típicos de la posición esquizo-paranoide (M. Klein). La mayoría de los progenitores expresó que se sentían acusados o atacados por otros. En cierto sentido, sentían que eran criminales; en sus mentes habitaba la creencia -errónea- de haber matado a su bebé y se echaban la culpa por eso.

En el período que iba desde el momento de la muerte del infante a 6 meses, y hasta más de un año después, la muerte súbita del bebé (muchos padres habían sido reclutados en una Asociación Para Familias de niños fallecidos a causa de este síndrome) reactivaba una violenta agresión por parte de los padres. Muchos de ellos expresaban agresión con su entorno familiar, social y hasta con Dios. Sin embargo, las personas en duelo no perdían su sentido de realidad, continuaban con sus tareas cotidianas, y también cuidando a otros (otros hijos u otras personas).

Hallaron auto reproches en todos los progenitores y también que todos se sentían en cierto modo responsables por la muerte del hijo: por haber hecho o por no haber hecho tal o cual cosa que creían hubiese ayudado al hijo. Se reprochaban haber fracasado como padres.  Recuerdan los autores que la culpa pertenece al registro de los instintos agresivos (L. Grimberg) entendida como una agresión vuelta contra el ego como castigo, y que actúa por vía del superyó.

Es éste un período del proceso de duelo en que aún las personas sin sintomatología psiquiátrica comienzan a desintegrarse. Los autores comprenden que emerja la agresión en este período por el siguiente motivo: la agresión obliga a afrontar el acontecimiento que la suscita más que incitar a la huída. Entienden que la agresión es un impulso esencial para la adaptación del ser humano, y que si los impulsos pueden ser usados constructivamente la vida puede ser mucho más productiva. No ven la agresión como un obstáculo necesariamente destructivo, pero para que lleve a la integración consideran que es muy importante la existencia de personas contenedoras.

Contención. En el período posterior al fallecimiento de un hijo pequeño el dolor es tan intenso que no hubo madre o padre entrevistada/o que refiriese poder manejar por sí mismo sus emociones. Este hecho se complicaba porque tampoco podían verbalizar sus sentimientos, ya que temían el asombro y la perplejidad de las personas a las que pudiesen hablar de lo que les sucedía. Sucede también que la gente teme hablar del hecho con los padres en duelo. De este modo los padres evitan hablar de sus emociones, se retraen socialmente, pierden confianza en poder expresarse ante los demás, incluso a veces sus parientes más cercanos.

Entienden los autores que si los padres en duelo encuentran con quien hablar de sus sentimientos sin sentirse juzgados ni criticados, y si esa persona puede escuchar los afectos y deseos agresivos siempre que no sean actuados en el mundo externo, y además verbalizar los afectos para los cuales los padres no encuentran palabras, esto les permite ir reintroyectando la experiencia y facilitar el manejo y contención de sus emociones. En cambio, si las personas del entorno carecen de capacidad de escucha, empatía y tolerancia, o si ignoran (niegan) lo que le sucede al progenitor en duelo, la agresión irá en aumento.

En los primeros 6-12 meses los padres fluctúan entre la desintegración y la integración, pero con la ayuda de otros que contengan (seres cercanos, personal de la salud) podrán ir acercándose a una posición de mayor integración de los acontecimientos dolorosos. Es por esto que, sostienen los autores, un psicoterapeuta actúa como contenedor para personas que han perdido un ser querido, en circunstancias en que parientes y allegados que quieren a la persona no pueden escucharla hablar de su dolor. Entienden que el terapeuta en estas circunstancias debe responder a las necesidades de consuelo y protección. A la vez, consideran de mal pronóstico una fuerte culpa irracional de larga duración, en cuyo caso recomiendan una psicoterapia intensiva y profunda.

Integración. Todas las personas que entrevistaron iban logrando integrar la experiencia dolorosa a sus vidas. Una de las personas entrevistadas decía, por ejemplo: "porque me hijo nació y murió surgió en mí el deseo de entender lo que otros sienten. Antes de eso sólo pensaba en mí, pero ahora puedo entender a otros más profundamente"; o "Quisiera sacar algo bueno de la muerte de mi hijo (...) Mi vida ha cambiado. Quisiera hacer más adelante alguna actividad voluntaria en la que emplee lo mejor de mi experiencia". De distintas formas los entrevistados van encontrando un significado a este dolor y sienten que la experiencia los fortalece y sensibiliza de una nueva manera. De distintas formas todos refieren un radical cambio en sus vidas después de la experiencia: sentimientos más profundos, mayor capacidad de empatía, el poder hallar algo bueno incluso en una experiencia tan dolorosa. Parecen sentir, entienden los autores, que lo que se desarrolla en sus personalidades constituye una prueba de la existencia del infante; esto podría constituir una nueva relación con el hijo muerto.

Subrayan que el personal médico no suele prestar atención a los sentimientos de culpa y agresión en las familias en duelo y que esto tiene consecuencias negativas. Muchas veces los impulsos agresivos se dirigen contra el personal médico; si éste da respuestas evasivas (aunque la muerte haya sido absolutamente inevitable), esta actitud hace enojar más a las familias, instaurándose un círculo vicioso. Recomiendan al personal responder a las inquietudes de las familias, explicar las causas de la muerte. A través de ejemplos muestran finalmente cómo las personas en duelo se sienten confortadas cuando el profesional puede expresar que también él se siente dolido por esa muerte inevitable.

Limitaciones. Dado que los participantes fueron personas que se ofrecieron voluntariamente a participar en el estudio, tal vez su reacciones y respuestas no puedan generalizarse. Expresan los autores que podría haberse tratardo de personas ya predispuestas a la integración. Aún así, esto sería muestra, según ellos, que también las personas con capacidad de integración necesitan ayuda psicoterapéutica en estas circunstancias.

Por otra parte, al haberse realizado una única entrevista, el movimiento de desintegración-integración no pudo ser observado directamente.

Señalan además que en este estudio no detectaron que la fuente de la culpa fuese la agresión hacia el ser querido muerto (Freud). Para estudiar en profundidad la existencia o no de tales mecanismos la observación clínica longitudinal sería, a su criterio, más apropiada.

Finalmente insisten en que quienes acompañan y contienen en este proceso colaboran a que las personas en duelo vayan empleando su agresión de modo constructivo.