La relación inicial con la madre puede favorecer el creer que todo se soluciona a través de la comida Los obesos tienen dificultad para reconocer su sensación de hambre y saciedad
La obesidad es hoy una de las enfermedades más extendidas del planeta, y si bien existen múltiples factores que la condicionan (desde la genética hasta la irresistible oferta alimentaria actual) todavía es imposible responder a esta pregunta: ¿qué es lo que explica que alguien pueda comer más allá del hambre?
"La obesidad prueba que la alimentación, al igual que la sexualidad, no son «naturales» -afirma la licenciada Mariana Davidovich, docente y supervisora del Equipo de Anorexia, Bulimia y Obesidad de Centro Dos-. La primera interacción entre el bebe y su mamá es a través de la nutrición y conlleva un plus que excede la incorporación del alimento. Por eso, a través de la alimentación se expresan conflictos emocionales."
Para la licenciada María Teresa Panzitta, del Servicio de Trastornos de la Alimentación del hospital Durand y el Centro de Vida de la Fundación Favaloro, "hay «hambres biológicas» y «hambres emocionales». Las emociones toman en préstamo la conducta alimentaria y subvierten así el sentido del comer".
Davidovich afirma que la obesidad suele ser respuesta a un tipo de crianza en que la madre no deja espacios entre ella y su bebe y el alimento aparece como la forma de colmar todas las necesidades. "La única que lo calma soy yo", dice la mamá, y la "receta" para calmarlo es siempre la misma: comida.
"Es cierto que debe ser la primera en calmarlo -dice la psicoanalista de Centro Dos-, pero hay otras formas de hacerlo, con caricias, juegos, palabras, la mirada, la cercanía del papá. El niño debe calmarse también sin pecho o mamadera. Si no, el mensaje que se graba no distingue entre emociones y necesidades. Todo se resuelve con comida."
Deseo y restricción
Más tarde llega a la vida del obeso su próximo enemigo: la dieta, sinónimo de restricción. "Nadie puede vivir a largo plazo así -asegura la licenciada Panzitta-. Tanto el cuerpo como la psiquis se rebelan, se resisten. Siempre hay una luna de miel, un período en que «se cumple», por eso el obeso baja 20 kilos, pero después no aguanta más y vuelve a subir. Y esto no le pasa porque se autoagrede, no se cuida, es transgresor o se porta mal. Le pasa
porque el estar permanentemente sometido a una dieta hace que surjan actos de rebeldía por la comida. Por eso, muchas conductas compulsivas se originan, en realidad, en años y años de dietas."
Este andar errante del obeso buscando frustradamente ponerles nombre a sus emociones -en lugar de silenciarlas con picoteos, asalto nocturno a la heladera, dulces, salados, helados, grasas, quioscos o postres- tiene que ver, asegura Panzitta, con la pérdida del propio registro del hambre y la saciedad, que hace que esté absolutamente convencido de que "la única forma de vincularse con lo que le gusta es el exceso, cuando en realidad lo que ocurre es que su actitud dietante, esa idea instalada de lo permitido y lo prohibido, le hacen desconfiar de su propia capacidad de elección y de límites. La restricción ha erosionado su confianza en sí mismo."
Para la licenciada Davidovich, la incorporación sin límites de la comida y la incapacidad de decir "basta" simbolizan su imposibilidad de decir "no" a la demanda del otro. "Y para que una persona se constituya ese no debe existir -explica la psicoanalista-. Si no puedo decirle no, me trago todo lo que el otro me pide: comida, órdenes, mandatos. Ese no genera un margen de libertad fundamental para una serie de procesos. Entre ellos, preguntarse
qué y cuánto se quiere comer."
¿Cómo se hace para que alguien que va sistemáticamente en busca de la comida no lo haga? "La obesidad es compleja -dice Panzitta-. El problema no es que alguien sea gourmet y disfrute de la comida rica, sino de que la use sistemáticamente para cubrir otras situaciones, que posiblemente ignora y que un tratamiento psicológico puede ayudar a descubrir y trabajar. Cuando la persona puede empezar a diferenciar entre sus emociones y sostenerlas, es posible que deje de mantener la misma relación que tenía con la comida."
Davidovich propone el destierro de heladeras con candado, premios y castigos o no estar en contacto con el alimento. "No es repetir el circuito de «no comas y callate» -afirma la psicoanalista-, sino de abrir una escucha que vuelva palabra ese sufrimiento mudo."
María Teresa Panzitta afirma que su trabajo se basa en distinguir las sensaciones de hambre y saciedad (a menudo tergiversadas en el obeso) y el registro de un "stop" que existe pero que no puede aceptar. "Esta es la sensación de frustración que aparece cuando sienten que siguieron comiendo y en realidad no se sintieron satisfechos. Uno está «lleno», pero no es eso lo que buscaba."
Según la psicóloga, en talleres de sensorialidad el obeso degusta, registra y aprende a diferenciar entre sabores, colores y texturas a elegir qué, cuándo y cómo comer: eso hace que -por ejemplo- sepa que si desea algo salado y duro no le conviene comer un yogur sino otra cosa, porque así se evitará tensión alimentaria y psicológica al no haber comido lo que en realidad deseaba.
"Cuando sacamos a los pacientes de la alimentación restrictiva y no planteamos lo que puede y lo que no -asegura María Teresa Panzitta-, sino que tratamos de que vaya identificando emociones y sensaciones corporales y elija, apuntando a sus sistemas de autorregulación, vemos que esa avidez por la comida se va reduciendo muchísimo."