Por estas y otras razones, "Medicina Clínica" [Med Clin (Barc). 2005;124(Supl 1):3-7] ha publicado un suplemento de 54 páginas que describe las medidas organizativas y de coordinación que se tomaron en el Hospital General Universitario Gregorio Marañón para dar atención a las 325 víctimas que, en las primeras horas del día 11 de marzo, llegaron a su Servicio de Urgencias. Tal y como se afirma en uno de los artículos de esta monografía, “la mejor manera de prepararnos para este tipo de desastres, con un número masivo de víctimas, es aprender de la experiencia para entender los problemas logísticos encontrados, así como los patrones de lesiones más frecuentes”.
Éste fue el centro hospitalario madrileño que más pacientes urgentes recibió, probablemente debido a su proximidad relativa al lugar de las explosiones; su conexión urbana con la estación de Atocha, y, seguramente, también a la agilidad que mostró en la atención de pacientes y familiares, lo cual le permitió seguir aceptando más víctimas sin sufrir colapsos.
Así, de los 976 supervivientes trasladados a hospitales en las primeras horas, 325 (32%) fueron atendidos en el Gregorio Marañón –de los que 5 fallecieron y 182 fueron ingresados- y 255 (26%) en el Hospital 12 de Octubre. El primer paciente llegó al centro poco antes de las 8:00 y 4 horas después se habían registrado más de 250 admisiones procedentes directamente del lugar de las explosiones, cuando en ese período de tiempo la frecuentación media del Servicio de Urgencias está en 50 pacientes de escasa gravedad.
Tal y como recuerdan los doctores Paz Rodríguez y José A. Serra en uno de los artículos de este suplemento, la situación vivida el 11 de marzo de 2004 llevó al hospital a declarar la situación de alerta roja y conformar el Gabinete de Crisis, que estuvo operando hasta el día 12. Sus primeras medidas fueron modificar la organización habitual del Servicio de Urgencias; establecer equipos de triage adecuados y nombrar tres coordinadores en las áreas clave -asistencial, información a familiares y telecomunicaciones-, para evitar que se cruzaran o entraran en conflicto las decisiones de los responsables de los diferentes servicios o áreas.
El Gregorio Marañón contaba, al igual que la mayoría de los hospitales, con un Plan de Actuación ante Catástrofe Externa (PACE), cuya última revisión se había realizado en 1995. En este sentido, los citados autores consideran que “no fue la existencia del PACE -pues muchos de los principales protagonistas de ese día ni siquiera conocían su existencia-, sino el hecho de que nuestro centro contara con alguna experiencia previa en atender catástrofes y la formación adquirida por diferentes vías de quienes tuvieron que asumir la toma de decisiones organizativas, además del saber hacer o el saber no hacer de todos y cada uno de los trabajadores del hospital, lo que permitió dar una respuesta adecuada”.
Por todo ello, los autores consideran que “lo más importante es que estos planes se conozcan y se divulguen. Parafraseando a otros, `que salgan de los armarios´ y que en el currículo de formación en las facultades y escuelas de profesionales sanitarios se contemplen estas materias”.
Un PACE ha de estar articulado con los sistemas prehospitalarios de atención de emergencias tanto sanitarias como no sanitarias. Sin embargo, el 11-M la distribución de las víctimas entre los diferentes hospitales obedeció únicamente al criterio de su proximidad a los diferentes puntos de la catástrofe. “Siendo éste un criterio lógico y admisible, no se tomaron en consideración otros criterios, como la capacidad de atención de cada centro”.
Por otra parte, “es recomendable, y así lo contemplaba nuestro plan, la existencia del teléfono o línea roja abierta para establecer comunicación con los servicios de emergencia extra hospitalaria, pero no se utilizó; la simultaneidad y rapidez de los acontecimientos no lo permitieron. La llegada de heridos era masiva y continua, y la situación de gravedad de éstos no permitía su derivación”.
En conclusión, “el 112, con los servicios SUMMA y SAMUR, dio una excelente respuesta, pues fue capaz de trasladar a los heridos más graves a los centros hospitalarios en tiempos récord, pero la distribución de los pacientes, en las primeras horas tras la catástrofe, no obedeció a criterios de gravedad ni de capacidad de los centros, sino únicamente al criterio de cercanía al lugar del atentado”.
Por fortuna, la hora en la que se produjo el atentado evitó tener que localizar a directivos o especialistas médicos fuera del centro. Además, el hecho de que aún no se hubiera iniciado la actividad asistencial ordinaria y de que se pudiera contar con la disponibilidad de todos los profesionales y recursos, especialmente los quirófanos, facilitó en gran manera la atención.
En lo que se refiere al manejo de los enfermos hospitalizados y el flujo de víctimas, el suplemento menciona "la eficaz actuación de todos los servicios médicos a la hora de dejar libres camas de pacientes ingresados para acoger a las víctimas, así como la solidaridad mostrada por muchos pacientes que, informados de lo que estaba sucediendo, ofrecían irse de alta para dejar camas a las víctimas".
Por último, sobre el criterio de que todo PACE ha de contar con sistemas para mantener actualizada la información a las autoridades y familiares de las víctimas, “sólo cabe comentar el acierto que supuso el desarrollo de la base de datos de registro de pacientes en formato accesible desde Internet, pues hizo posible compartir la información con otros centros y evitó en gran medida que los familiares tuvieran que deambular por los diferentes hospitales tratando de localizarlos”.
Pero tal y como afirma Francisco de Paula Rodríguez Perera, gerente el 11 de marzo de 2004 del Hospital, “es necesario hacer una especial mención a algo que, en mi criterio, fue un factor fundamental para explicar los resultados satisfactorios de las actuaciones: la extraordinaria motivación de todo el personal y su entrega más generosa al desempeño de funciones, mucho más allá del horario contratado, realizando tareas de manera incansable, no siempre alineadas con su cualificación profesional, aportando calor y comprensión, además de rigor técnico, y solidarizándose y apoyando, desde la perspectiva humana y personal, a las víctimas y a sus familiares en todo momento. Y todo ello de una manera que sobrecogió y emocionó, íntima y profundamente a quienes tuvimos la oportunidad de presenciar esta respuesta humana de todos y cada uno de los trabajadores del Hospital General Universitario Gregorio Marañón durante el 11-M y los días y semanas posteriores”.
El Gregorio Marañón es un centro público, docente, dependiente de la Comunidad Autónoma de Madrid, con 1.792 camas operativas, unas 33 camas de cuidados intensivos médicos y quirúrgicos, 40 quirófanos y 20 camas de recuperación postanestésica. En él trabajan un total de 7.287 personas, de los que 1.166 son facultativos y 3.834 profesionales de enfermería y auxiliares.
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