En mi generación (1936-1942) tuvimos la fortuna de disfrutar de la influencia de la medicina francesa. Conocimos muy de cerca los textos de anatomía de Testut de Latarjet, las maravillosas lecciones de medicina interna del profesor Becanzon y, en el aspecto clínico, las hermosas ilustraciones de Forgue. La influencia de la medicina francesa invadía el ambiente teórico de la enseñanza en nuestra antigua Facultad de Medicina.
Los conceptos médicos de aquellos tiempos estaban llenos de cultura tradicional. Era frecuente que en las cátedras se mencionaran conceptos clásicos de maestros de la escuela francesa. Los textos de anatomía descriptiva y topográfica eran traducidos de los libros franceses de Testut, Ruoviere y Latarjet, entre otros. Las lecciones de fisiología contenían necesariamente las bases del método experimental de Claudio Bernard. Todas las técnicas quirúrgicas quedaron descritas en los hermosos tomos de los profesores de la Facultad de París. El mejor entendimiento de los fenómenos físicos estaba ampliamente contenido en el escrito obligado de la física de Ganot-Manouvrier. Cursábamos un año de anatomía descriptiva y uno de anatomía topográfica con sus respectivas disecciones.
La enseñanza de la medicina en nuestra nostálgica Escuela Nacional de Medicina estaba a cargo de distinguidos maestros con una formación muy sólida. Los docentes de fisiología general y especial mencionaban con frecuencia los conceptos de los maestros franceses, no por copiar literalmente sus ideas sino por difundir lo clásico y fundamental. Era impresionante saber que algunos de nuestros maestros habían estado en París tomando cursos de posgrado.
Nuestros primeros contactos con el enfermo del hospital se llevaron a cabo durante el tercer año, en la clase de clínica propedéutica médica y propedéutica quirúrgica. El hecho de enfrentarnos al paciente bajo la guía de nuestros maestros nos acercó a los principios de la clínica, la patología, la nosología y la realidad y nos inició en el significado de la búsqueda e identificación de los signos y síntomas clínicos. Muy lejos estábamos de poder relacionar la anatomía, la fisiología y los fundamentos físicos para integrar la menor hipótesis.
Las páginas descriptivas de la patología “externa” de Forgue nos proporcionaban imágenes de cruda y manifiesta realidad, y era frecuente correlacionarla con los pacientes que “veíamos” en las estupendas cátedras de propedéutica. En aquellos años la sífilis, la tuberculosis y las enfermedades parasitarias mantenían el espíritu alerta en los hospitales.
Las secuelas neurológicas de la sífilis como la tabes dorsal y otros procesos neurológicos eran objeto de nuestros afanes diagnósticos y de tratamiento. Los conceptos clínicos regían el pensamiento y la conducta de los sobresalientes maestros de la medicina. La clínica propedéutica médica nos dio las bases para continuar hacia las clínicas quirúrgicas, en donde muchos padecimientos evolucionaban de lo conservador médico a lo quirúrgico, como en los casos de tuberculosis pulmonar que, en determinadas circunstancias, se convertían en necesidad quirúrgica.
Las pancreatitis crónicas recidivantes evolucionaban en un cáncer que producía ictericia mecánica por el atrapamiento de los conductos biliares, denominado en aquellos tiempos síndrome ictérico de Courvoisier - Terrier según el clásico concepto de la escuela francesa de gastroenterología. Las hemorragias masivas de la pancreatitis aguda hemorrágica eran llamadas “drama pancreático de Dielafoy”. Por su parte, la escuela del profesor René Leriche, de la Universidad de Estrasburgo, propagó la tecnología de la resección de los ganglios autónomos celiacos y nervios esplácnicos en la c i rugía de causa oncológica abdominal con el propósito de eliminar el dolor.
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*Fundador de la Clínica del Dolor del Hospital General de México.