El reciente interés de los médicos por aliviar uno de los síntomas más conocidos desde la antigüedad, el dolor, ha desencadenado un torrente de información acerca de los posibles mecanismos anatomo-funcionales involucrados en la génesis del mismo, con lo cual se pretende lograr una mejor comprensión de los síndromes dolorosos y, por lo tanto, establecer tratamientos más racionales y eficaces.
El dolor, tal como lo define la IASP (Asociación Internacional para el Estudio del Dolor), por sus siglas en inglés, “es una experiencia sensorial y emocional desagradable que ocurre como respuesta a un daño tisular actual o potencial”. (3) Así, el dolor es un síntoma subjetivo que puede tener dos papeles relevantes en la fisiología del ser humano; el primero de ellos se refiere a la participación de dicho síntoma como mecanismo de alarma, que alerta al individuo acerca de la existencia de un daño tisular ocasionado por un estímulo agresor (dolor nociceptivo). El otro papel se refiere al hecho de que el dolor puede convertirse en la enfermedad propiamente dicha, es decir, un cuadro doloroso menospreciado o insuficientemente tratado puede determinar la presencia de un síndrome doloroso crónico, generalmente refractario a los tratamientos convencionales (dolor patológico).
Cualquier intento por entender los numerosos cuadros de dolor agudo y crónico que suelen observarse en la práctica médica diaria, resultaría vano si antes no se tiene una visión pormenorizada de las diferentes estructuras que participan en la captación, conducción e integración de los estímulos dolorosos dentro del sistema nervioso (SN). Por ello, es importante conocer las estructuras periféricas y centrales, responsables de la percepción dolorosa, también conocida como nocicepción.
Nociceptores
Aunque en algunos casos puede resultar confuso, el término nociceptor hace referencia a las terminaciones nerviosas libres de las fibras aferentes primarias que responden a estímulos potencialmente dañinos y dolorosos. Las terminaciones nerviosas libres contienen receptores capaces de captar estímulos químicos, mecánicos y térmicos, para posteriormente realizar una función específica del SN conocida como transducción; ésta es la capacidad de la fibra nerviosa para convertir una energía en otra. De modo que un estímulo químico o mecánico es convertido en energía eléctrica, la cual es necesaria para que el SN interprete dichos mensajes. También hay otra función denominada transmisión, que no es más que la conducción del estímulo por las diferentes vías nerviosas hasta su destino final, la corteza cerebral.
Los nociceptores se localizan en una amplia variedad de tejidos, en estructuras somáticas y viscerales, incluyendo la córnea, la pulpa dentaria, músculos, articulaciones, sistema respiratorio, cardiovascular, digestivo, urinario, meninges y, desde luego, en la piel. Se pueden dividir de acuerdo a tres criterios: grado de mielinización, tipos de estimulación que evocan una respuesta y características de la respuesta. Usando el criterio de grado de mielinización, lo cual se relaciona con la velocidad de conducción, los nociceptores pueden dividirse en dos clases: fibras A delta (1,3) que son poco mielinizadas y conducen estímulos a velocidades de 2 a 30mts/seg. Las fibras C son no mielinizadas y conducen a velocidades de menos de 2 mts/seg (Cuadro I). Ambos tipos de fibras posteriormente pueden ser subdivididas de acuerdo al estímulo que conducen.