Así como los parques son necesarios para la oxigenación de las ciudades, el terreno de la fantasía es un parque imprescindible que produce el oxígeno necesario para desintoxicar el espíritu. En la fantasía, la ilusión del amor incondicional de los objetos significativos, merecido y justificado porque el sujeto tendría un derecho natural a tal respuesta, es una defensa contra las frustraciones que la realidad cotidiana impone. Las frustraciones, las heridas narcisistas que esta realidad produce, alimentan impulsos hostiles que deben ser reprimidos si se pretende vivir en sociedad, de la que el sujeto humano no puede prescindir. Las fantasías agradables son auxiliares valiosos para esta tarea.
Esto convierte el refugio en la fantasía, en una defensa válida y necesaria, aunque riesgosa. Sea porque a veces la fantasía puede producir angustiantes pesadillas, sea porque uno puede querer quedarse en la fantasía y evitar la realidad.
Enfrentarse con la realidad, conocer y aceptar sus limitaciones es conveniente para disminuir pretensiones imposibles, aunque esto no resulta muy agradable. Compararse con lo que a uno le gustaría ser y comparar la realidad con lo que le gustaría que fuese, produce un dolor que no es fácil de soportar. Por otro lado, la realidad se encarga de que sea imposible evitarla. Renunciar al paraíso perdido que nunca se tuvo pero que sí existió en la fantasía (lo que sería la vida intrauterina) produce molestas consecuencias. Aceptar las limitaciones, enfrentar la frustración intentando superar las limitaciones dentro de lo posible, lleva al esfuerzo de cambiar lo que me gusta ser y hacer, por un cuidadoso juicio de realidad respecto a lo que me conviene ser y hacer (o, más bien, debería llevarlo).
La identidad que logramos obtener necesita del constante reconocimiento positivo de los otros semejantes significativos (no, de cualquiera); la falta de estos aportes narcisistas concretan el temor de ser un objeto insignificante y descartable; diminuyendo la autoestima, quitando las ganas de vivir. Esto es una encrucijada y del camino que el sujeto decide seguir, depende la salud o la patología.
Lo normal -si es que podemos hablar de normalidad- sería adaptarse a la expectativa de los otros (por lo menos, de algunos) para recibir los aportes narcisistas positivos. Esta normalidad implica pasar por lo que la escuela kleiniana entiende por posición depresiva.
La depresión y la melancolía tienen un común denominador: ambas son producto de la frustración, por lo tanto desagradables, ambas son respuestas a las exigencias que la realidad impone.
La depresión tolera las limitaciones que encuentra y conduce al esfuerzo por superarlas dentro de lo posible, asumiendo la responsabilidad frente a sí mismo y los demás.
La melancolía implica la negativa a la lucha. Nada sirve, entonces nada vale la pena. Lo que queda de rabia se orienta contra sí mismo (produciendo la enfermedad psicosomática, de la cual, la psicosis es un ejemplo) y contra los demás.
La depresión es sana, necesaria y conveniente. Implica poner los pies en la tierra, bajar de las nubes, trabajar y estudiar, observando las expectativas de los otros en lugar de pretender someterlos a sus caprichos. Esfuerzo y reflexión, camino de reparación y de adaptación a la comunidad. La melancolía es enfermedad, inconveniente y perjudicial, camino de la envidia, de la destrucción y de la muerte, pero más fácil y cómodo que la depresión, ya que si nada sirve, ningún esfuerzo vale la pena ni es necesario aunque todo esto resulte más doloroso.
Mientras la depresión tolera y enfrenta la frustración intentando modificarla, la melancolía intenta evitarla. El esfuerzo se encamina para abandonar la lucha, que es sinónimo de vida. Pero como la vida continúa, la energía vital se canaliza hacia la destrucción; lo que queda de vida debe ser atacado y -si es posible- destruido. El círculo vicioso ansiedad-hostilidad incrementado por la envidia, impide cualquier intento de salida. Esto aumenta las limitaciones (frustraciones) que a su vez incrementan la rabia. La parálisis de un posible esfuerzo productivo se resiste al cambio. El beneficio secundario es manejar cierto ambiente con la pena o la culpa. Se defiende la comodidad del menor esfuerzo con argumentos que justifican ese "nada vale la pena", y esto puede ser contagioso. "¿Para qué? ¿Acaso vale la pena?" Son preguntas que pueden debilitar al incauto.
Que la realidad es difícil es indiscutible, pero difícil no es sinónimo de imposible. Vida significa lucha, y sociedad significa competencia. En el juego de la vida social se puede ganar y perder.
La melancolía desprecia todo esto en su aspecto maníaco. Porque no puede o no quiere soportar las pérdidas supuestamente fundamentales, y el vicio de dejarse estar, del menor esfuerzo y de la actuación de impulsos hostiles justificados por el desprecio a lo que no se puede conseguir, da ciertas gratificaciones narcisistas que compensan el dolor por heridas que no se pueden evitar. El círculo vicioso que conduce a la melancolía comienza con el triunfo del miedo que paraliza. La inteligencia humana es un instrumento que fabrica argumentos, y esa inteligencia fabricará los argumentos que justifiquen que nada vale la pena, demostrando su habilidad para encontrar en la realidad los aspectos que lo confirmen. Enfrentar las frustraciones, reflexionar y buscar un camino de superación es una responsabilidad del sujeto con sí mismo en primer lugar, y con los demás en segundo lugar. La melancolía intentará contagiar su odio a la vida, su desprecio al esfuerzo constructivo y saboteará todo intento de cambio.
El goce de la melancolía está en la supuesta comodidad y en el manejo de los objetos significativos que pueda lograr a través de la conmiseración, el temor o la culpa. El dolor es el precio que debe pagar: marginados de la competencia social, aislados con fantasías angustiantes de muerte y desolación, soportando y defendiéndose de los celos, la envidia y el odio.
El Psicoanálisis intenta cambios, pero no los puede exigir. Éste es un problema que atañe a la voluntad y a la libertad del sujeto. Hasta donde sea posible, la depresión con su tendencia al esfuerzo, puede incrementar esa libertad del sujeto (sin pretender llegar a una libertad total imposible) mientras que la supuesta comodidad del pozo melancólico encierra al sujeto y lo convierte en un discapacitado social.
La diferencia entre depresión y melancolía depende de la tolerancia o no a la frustración. El problema consiste en la decisión de enfrentarla o evitarla. Esta decisión ¿depende de la voluntad del sujeto?¿Es posible ayudar a un sujeto a elegir la libertad, aprender a tolerar la frustración? ¿Es posible aprender a tolerar la frustración? Las respuestas conforman determinada ideología, de la que no podemos prescindir.
La tarea no es sencilla. La melancolía se opone a la vida, y convencer a alguien de que la vida merece otro trato es sumamente complejo, pero no imposible. Al melancólico hay que convencerlo de que la vida merece ser vivida, que por más pérdidas que haya tenido, la vida aún continúa. Es posible y conveniente valorizar lo poco o mucho que queda, crear confianza en que los caminos para conquistar el cariño y el respeto de otros, no están agotados.
Pero todo esto es más fácil decirlo que hacerlo. La sensación de futilidad de la vida y de toda lucha, es un baluarte que el melancólico defiende con tenacidad y logra contagiar esa ideología sin mucho esfuerzo, no sólo con hábiles argumentos sino con sus gestos y con toda actitud. El melancólico insiste en que estos son problemas que no le atañen. Mantenerse firme al intentar atacar esa fortaleza requiere habilidad, paciencia y coraje.
La lucha es desigual. Lo paradójico que plantea el melancólico es que por un lado insiste en que la vida no merece ser vivida y que si tuviese suficiente coraje se mataría, mientras que al mismo tiempo desafía a cualquiera a que le dé ganas de vivir, esperando que lo convenzan para sacarlo de su dolor. Es un desafío que no cualquiera puede enfrentar. Las buenas intenciones pueden llevar al incauto a una trampa y quedar atrapado. El arsenal terapéutico cuenta con valioso instrumental a su favor: terapia familiar, vincular, grupal, comunidades terapéuticas, medicación. El problema consiste en cómo vencer la resistencia de un ser vivo, inteligente, a vivir. La vida, que tardó millones de años en aparecer, se defiende, pero la inteligencia humana a veces prefiere la muerte.
* Médico psicoanalista,
Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina