Eran tiempos oscuros en Europa, y al maestro carpintero no se le ocurrió mejor lema para colgar en la puerta de su humilde negocio: “Sólo lo mejor es suficientemente bueno”. Corría el año 1932, y las tempestades desatadas tres años antes por la Gran Depresión en Estados Unidos alcanzaban de lleno al Viejo Continente. En un pequeño pueblo danés, Billund, Ole Kirk Christiansen veía cómo la ruina se cebaba en sus colegas. El 40% de sus compatriotas estaba desempleado. Pero él, en su carpintería, oponía a la oscuridad un mundo de sueños y fantasía. Comenzó a fabricar juguetes de madera.
Un nieto de ese carpintero pionero preside hoy una empresa familiar que da trabajo a más de 8.000 personas y que se llama Lego. Siguen produciendo lo mismo: juguetes. Y en comprarlos el informático Jinks se gasta una fortuna cada año. “Creo que nosotros, los programadores, debemos hacer frente a cambios continuos por nuestra profesión. Necesitas ser como un niño para aprender algo nuevo todos los días. Estos juguetes mantienen viva esta parte creativa”. El de Jinks no es un caso aislado, sobre todo en Estados Unidos, donde uno de cada 10 compradores de productos Lego es un afol (siglas en inglés de adult friends of Lego, adultos amigos de Lego). Una verdadera pasión que comenzó en el pueblecito danés de Billund.
El primer Christiansen metido a juguetero tenía 41 años cuando comenzó con esa actividad. Como buen calvinista, se volcó en el trabajo y para él no existían domingos ni fiestas de guardar. A su lado siempre estaba su hijo Godfred, que comenzó a trabajar en la pequeña fábrica cuando tenía sólo 12 años. En 1949, la compañía ya vendía 200 modelos diferentes.
“Y lo llamaré Lego”, viene a decir la leyenda que dijo el carpintero dos años después de crear la firma. En la lengua danesa, LEg Godt significa “jugar bien”. Lo que no sabía el fundador del emporio es que lego en latín se emplea para decir “yo estudio” o “yo construyo”. Y precisamente el ladrillo de plástico de colores se ha convertido en sinónimo de la empresa, que millones de consumidores han asociado con la idea de juguete educativo por excelencia.
Hablar hoy de Lego, al que la prestigiosa revista económica Fortune galardonó con el flamante título de “Juguete del Siglo”, significa hablar de la historia y de las convulsiones que ha sufrido la infancia durante una centuria tan tortuosa y guerrera y tan poco dada a juegos.
Y también significa hablar de una compañía que tiene a gala seguir fiel al ideario de su fundador: “Los niños son nuestros modelos de comportamiento. Ellos adoran el descubrimiento y lo maravilloso. Son aprendices por naturaleza. Y son estas preciosas cualidades las que deben nutrir y estimular por completo nuestras vidas”. Sin descuidar la faceta crematística de todo negocio, el primer Christiansen cimentó los cinco valores que se han convertido en sacrosantos para la firma: “Creatividad, imaginación, aprendizaje, diversión y calidad”.
A pesar de la pasión del carpintero y de su familia, el despegue del negocio fue lento en la fría Dinamarca de los años 30. En 1939 tenía 10 empleados. Los productos estrellas de la época eran animales de madera, como un pato sobre ruedas que hizo furor en 1935. Pero un furor local, porque entonces la palabra exportación era todavía un sueño. La ocupación del pequeño país por las tropas nazis redujo a cenizas el negocio en 1942, aunque la producción pudo reanudarse al año siguiente. Antes de fallecer, en 1958, el fundador había sentado las bases de lo que luego sería Lego: una floreciente fábrica con 140 empleados y en continua expansión. Y un ejemplo de patrón ético y comprometido, como se advierte en alguna de sus sentencias: “La vida es un regalo, pero también es algo más. La vida es un desafío”.
La segunda generación, encarnada en el pequeño Godfred, que se hizo hombre en la carpintería de su padre, afrontó lo que en la compañía se llama hoy la “segunda era”. Creó su primer modelo de juguete en 1937, a los 17 años. Su padre había previsto para el productivo vástago un brillante futuro académico en Alemania, pero las aventuras criminales de Hitler frustraron ese proyecto. Así que Godfred hizo su carrera en la pequeña población de Billund, hasta que tomó las riendas del negocio tras la muerte de su padre.