Las posturas feministas más radicales no son nada nuevo para el polémico ginecólogo brasileño Elsimar Coutinho, que hace unos años escandalizó a medio mundo con su libro ¿Está la menstruación obsoleta? La postura de Coutinho al respecto es tajante: “La menstruación es un fenómeno social, un producto de la civilización. Eliminar esta sangría no significa ninguna consecuencia desventajosa para la mujer. Las feministas dicen que la menstruación es natural y por eso la consideran buena. Yo digo que no. Que sea natural no es sinónimo de bueno, porque hay muchas cosas naturales que implican molestia. La enfermedad es naturalísima, los microbios y los protozoos son naturales. Los vientos, los volcanes, los terremotos son naturales”.
El argumento es que la menstruación de hoy no tiene nada que ver con la de sus orígenes. Si la mujer primitiva pasaba la corta etapa fértil de su también corta existencia, de embarazo en embarazo, con una media de 150 menstruaciones a lo largo de su vida, las mujeres occidentales actuales comienzan a menstruar antes, tienen la menopausia después, apenas se embarazan y además, cada vez lo hacen más tarde. Eso significa menstruar 400 veces de promedio hasta que llega la menopausia. Conclusión: nuestros cuerpos no estaban diseñados para menstruar con tanta frecuencia y durante tanto tiempo como lo hacemos hoy, ergo hacerlo no tiene nada de natural. Por otra parte, como explica José Luis Doval Conde, presidente de la Sociedad Española de Contracepción, la regla es la expresión de que la función hormonal sexual es correcta, pero no tiene ningún otro valor desde el punto de vista de la fisiología. Desde esta perspectiva, sufrirla de forma periódica no reporta ningún efecto beneficioso, por mucho que insistan en ello quienes siguen fieles a mitos carentes de toda base científica, como que la eliminación de la sangre menstrual depura el organismo femenino.
Aceptar que la menstruación –al menos desde el punto de vista fisiológico– está de más en el organismo femenino, no despeja, sin embargo, el camino hacia su desaparición. La utilización de estos metodos implica la administración de un 17,5% más de hormonas que una píldora convencional. Según los expertos, hasta dentro de 10 o 15 años, no se podrá comprobar si esta carga hormonal extra supone un perjuicio, aunque ya hay quien, basándose en los efectos secundarios de la píldora clásica, augura un panorama de riesgo. Los laboratorios Barr, por su parte, afirman que “aunque la exposición añadida [a las hormonas] pueda suponer un riesgo adicional de trombosis o enfermedad tromboembólica, los estudios realizados hasta la fecha no sugieren un incremento del riesgo de padecer estos desórdenes”.