Eran dos niños bien, con 20 años y muchas ganas de marcha y de aventura. El 30 de junio de 1937, John Fitzgerald Kennedy (JFK) y su mejor amigo, Lem Billings, se embarcaron rumbo a Le Havre, en la costa francesa del Canal de La Mancha. Con ellos viajaba un Ford descapotable con el que iban a recorrer Europa. Fueron algo más de dos meses por Gran Bretaña, Francia, Italia, Alemania (que entonces incluía Austria), Bélgica, Holanda y un intento frustrado de entrar en España, ya inmersa en un conflicto en el que algunos veían un anticipo de lo que pasaría en el continente.
“En realidad, estaba actuando como un periodista”, explica Christophe Loviny, coautor del libro JFK: Remembering Jack (JFK, recordando a Jack). “El reparto de funciones en la familia había hecho que a Joe, el hermano mayor, se le asignara el rol de político y a Jack, el segundo, el de periodista”. Su padre, Joe Kennedy senior, le había dicho: “Deberás pensar en ver Europa antes de que empiecen los tiros”. En realidad, estos ya habían empezado en España. Y Kennedy y Billings querían verlos in situ. “Jack quería comprender qué estaba pasando en el país, ya que estudiaba Ciencias Políticas e Historia de Europa, en Harvard”, subraya Loviny.
Cuando se trataba de colarse en algún sitio, JFK no tenía rival. Como recordaría años después Billings, “se las arreglaba para entrar donde le apetecía. Simplemente le echaba cara”. En su diario, Kennedy explicó la estrategia para entrar en nuestro país: “Bien como corresponsales de prensa o como miembros de la Cruz Roja”. Pero el truco no funcionó. Los dos amigos se plantaron en Biarritz, y “las autoridades españolas les negaron los papeles para entrar”, explica Loviny. Aun así, durante el viaje JFK estuvo pendiente. No fue difícil. En aquellos momentos, la carnicería alcanzaba nuevas cotas de brutalidad y la Guerra Civil se seguía con atención. Llegaron a Europa después de la caída de Bilbao y volvieron a su país en vísperas de la toma de Asturias.
Entre viajes, reuniones con personalidades –incluyendo el Papa XI– y ligues, JFK tuvo tiempo de reflexionar sobre lo que ocurría en España. En una carta a su padre lamenta “la casi total ignorancia que el 95% de los estadounidenses tiene sobre la situación. Por ejemplo, la mayoría está a favor de Franco”. Él compartía esa opinión, aunque no al ?00%. “Tengo la sensación de que será mucho mejor para España si Franco gana”.
Aunque matizaba: “Al principio, el Gobierno [republicano] tenía razón, moralmente hablando, en la medida en que su programa era parecido al New Deal”, proyecto económico del presidente Roosevelt, basado en aumentar el gasto público y en extender la cobertura social para salir de la Gran Depresión.