I. En primer lugar, Kendell y Jablensky plantean que el significado del término "validez" nunca ha sido clarificado adecuadamente en el contexto del diagnóstico. En Lógica el término designa la característica de una inferencia que debe ser verdadera si las premisas son verdaderas. En Psicología la preocupación fundamental se ha centrado en la validez de los tests psicológicos, en el sentido de si miden efectivamente lo que pretenden medir. En Psiquiatría la preocupación se ha centrado en la validez concurrente y la validez predictiva, relativas a la delimitación de una entidad y su desarrollo y pronóstico, es decir, al poder predecir el resultado en ausencia de tratamiento o como respuesta a algún tratamiento específico. La frase de Goodwin y Guze "Diagnóstico es pronóstico" sintetizaría este modo de entender la validez de un diagnóstico.
Ahora bien: ¿Cómo se establecería tal validez? O sea, ¿Cuáles serían los criterios formales para establecer la validez de los diagnósticos psiquiátricos? Robins y Guze enumeraron cinco criterios, a saber:
1. La descripción clínica, que incluye los perfiles sintomáticos, las características demográficas, y los precipitantes típicos;
2. Los estudios de laboratorio, que incluyen las pruebas psicológicas, la radiología y los hallazgos post mortem;
3. La delimitación de otros trastornos, mediante criterios de exclusión;
4. Los estudios de seguimiento, incluyendo evidencia de estabilidad diagnóstica;
5. Los estudios familiares.
Recientemente Andreasen propuso validadores adicionales potencialmente capaces de vincular los síntomas y sus diagnósticos a sustratos neurales.
II. Kendell y Jablensky destacan que cuando un diagnóstico pasa a ser de uso general (p.ej. esquizofrenia o síndrome de la Guerra del Golfo) tiende a ser reificado: esto quiere decir que la gente asume fácilmente que es una entidad de algún tipo que puede ser invocada para explicar los síntomas del paciente y de la cual no hay por qué poner en cuestión su validez. Sin embargo, subrayan, los clínicos avezados siempre han sabido que las categorías diagnósticas son simples conceptos, sólo justificados en tanto provean marcos de referencia útiles para organizar y explicar la complejidad de la experiencia clínica, para derivar inferencias acerca del pronóstico y guiar las decisiones referidas al tratamiento. Sostienen que los intentos por demostrar que entre las categorías diagnósticas y entre los trastornos y la normalidad existen límites naturales ("zonas de rareza"), han fracasado. Incluso la prevalencia de patologías determinadas es sensible a leves modificaciones en la definición de síndromes específicos, por ejemplo la depresión mayor.
Tampoco la genética pareciera contribuir como hubiera podido esperarse a delimitar campos diagnósticos bien diferenciados. Mencionan al respecto que las investigaciones apoyan cada vez más el punto de vista según el cual muchos genes diferentes contribuyen a la etiología de la mayoría de los síndromes psiquiátricos, y que muchos de estos genes constituyen factores de riesgo para trastornos diversos que, hasta el momento parecían no tener relación entre sí. Por ejemplo, la base genética del TAG parece ser muy similar a la de la depresión mayor, y la base genética de la esquizofrenia parece acompañar un espectro de otros trastornos, como el trastorno esquizotípico / paranoide de la personalidad y el trastorno afectivo psicótico. Mencionan también que los mismos factores ambientales contribuyen a la génesis de síndromes diferentes. Así, el abuso físico o sexual y la falta de cuidados parentales en la infancia parecieran incrementar el riesgo tanto de ansiedad como de depresión en la vida adulta.
Síntesis y traducción por la Lic. Alicia Kasulin, editora responsable de IntraMed en la especialidad de Psiquiatría.