Una enorme nube negra domina el dibujo de Darío (7 años). Karen (7) puso en primer plano la cama que sus padres lograron sacar de la casa, y también la cucha del perro. Su mellizo Diego representó a un ladrón y a un hombre que lo ahuyenta a los tiros. Agua, botes, sus padres arriba del techo, telones de lluvia conviviendo con soles de cara triste. Así recuerdan los chicos del centro de evacuados que funciona en la vieja estación del Ferrocarril Belgrano el día más traumático de su vida.
Los dibujos forman parte de las actividades organizadas por los equipos de salud mental que están trabajando con las personas afectadas por la inundación. Los evacuados, sí, pero además los autoevacuados que viven en condiciones precarias, y los que viven en los techos de sus casas, y los miles de voluntarios que, ellos también, están sumergidos en la emergencia.
El 29 de abril, cuando el Hospital Psiquiátrico Emilio Mira y López comenzó a quedar aislado por el agua, sus profesionales salieron a la calle e instalaron equipos en lugares accesibles. La Dirección Provincial de Salud Mental y el Colegio de Psicólogos de Santa Fe lanzaron una convocatoria, a la que desde entonces respondieron unos 400 psiquiatras, psicólogos, psicopedagogos, terapistas ocupacionales, psicomotricistas y musicoterapeutas.
Llegaron de toda Santa Fe, y también de Córdoba, Entre Ríos, Misiones y Buenos Aires. Tienen cubiertos unos 200 centros de evacuados, pero se lamentan de no poder llegar a los 140 restantes. Dejaron consultorios y hogares. Ponen plata de sus bolsillos. Y piden que las autoridades les provean materiales didácticos para los chicos, pero también elementos para contener a los adultos que se desesperan por tejer, coser, volver a sus artesanías.
Los llamados al Colegio de Psicólogos son constantes. Un matrimonio paralizado por el shock que no quiere moverse de la calle, frente al Hospital Cullen, a pesar de los pedidos de su hija para que se instale con ella en "su" centro de evacuados. Familias que vuelven y tienen miedo de que su casa se venga abajo. Hombres solos que montan guardia en un techo y necesitan conversar. Voluntarios estresados e irritables que se están agotando.
"El primer día hubo tres intentos de suicidio, de gente que quería tirarse al agua —cuenta la psicóloga Estela Gagneten—. Vemos muchas crisis de angustia y algunos brotes psicóticos. El agua llegó sin ningún aviso y se han quedado mudos de miedo, paralizados por el estupor. Trabajamos sosteniendo la angustia, las pérdidas, el miedo a no encontrar a sus familiares. La sensación de catástrofe inundó la vida de los santafesinos".
Unas 130.000 personas escaparon con lo puesto. Y antes de poder ponerse a atender las consecuencias del desastre —que de todos modos recién comienzan a manifestarse—, los equipos de salud mental decidieron prevenir males mayores y apuntaron a capacitar a los voluntarios que trabajan en los centros de evacuados, donde hay hasta 1.700 personas.
"Tratamos de organizar la convivencia, de generar algunas normas, espacios, tiempo, regularidad, limpieza, respeto por el silencio —explica el doctor Alejandro Ruiz Díaz, director del Hospital Psiquiátrico—. Buscamos que no trabajen de inundados, que formen parte de las soluciones que se generan".
Su colega Ana Gabbi señala que en los centros de evacuados pronto se reprodujeron las mismas situaciones que existían en cada barrio, aunque potenciadas: pandillas enfrentadas, alcoholismo, violencia, adicciones, robos de frazadas. Esto, sumado a la irritabilidad colectiva y a la agresividad de los chicos. Bombas con mecha a la vista que es preciso desactivar con espíritu de mediación y capacidad de contención.
"Anoche, Celia orinó todo el colchón", cuenta una mamá. La nena tiene dos años y medio, pero los niños que han vuelto a hacerse pis van de los 4 a los 7 años. "Mi hija está muy nerviosa, pero yo estoy peor que ella", reconocía ayer por la mañana una abuela. Un rato después, la nieta mordía a la psicoterapeuta que estaba trabajando con un grupo de chicos.
"Tienen pesadillas. Escuchan lo que dicen los mayores y sueñan que los muertos salen de la tierra", cuentan las chicas del equipo de salud mental que colabora en la Estación Belgrano. Les organizan juegos, paseos, actividades plásticas, físicas y con magos, charlan con sus padres. "Tratamos de prepararlos para cuando vuelvan, ya que creen que van a encontrar su cuaderno esperándolos, su mochila, su ropa, sus animalitos", señalan las especialistas.
Para los chicos, la pérdida más grande es la de sus mascotas. Algunos adultos han logrado salvar las suyas, y en los centros de evacuados hay perros, gatos, loros y conejos. "La salvamos a ésta", dice orgullosa Silvia Velázquez mostrando a Chicha, una perrita en miniatura a la que ya hizo vacunar.
Los adultos sacan dos cuentas. En una están la heladera, la cocina, los muebles, el televisor, el trabajo de dos décadas disuelto en una computadora. En la otra están los álbumes de fotografías. "Las fotos de mis cinco hijos, de cuando eran bebés, y los ombliguitos, que yo cuidaba tanto —se entristece Silvia—. Las fotos de cuando tenían un año, que cuando las miraba, me emocionaba y lloraba. Pero lo importante es que los tengo a ellos".
"La vuelta a casa puede ser una vuelta a ninguna parte —previene la psicóloga Gagneten. Tenemos que proyectar el daño psicológico en el tejido social. Hay gente que deambula por la calle porque no sabe dónde está. Aún los que no se inundaron no hacen más que hablar de esto, están tristes, se sienten desorientados. Hay violencia callejera, bronca no canalizada, tiroteos en los barrios bajo el agua, la gente no respeta el tránsito porque se han perdido las señales. Por eso las acciones de los equipos de salud tienden a generar un ordenamiento social, a restablecer los acuerdos y legalidades".
"El problema que va aflorando es cómo idear una respuesta social permanente, cómo haremos para asumir que esto nos cambió la vida —proyecta el doctor Ruiz Díaz—. Y que estos lazos solidarios puedan ser profundizados, para que tomemos conciencia de que como sociedad pudimos rescatar algo y elaborarlo".