En un Congreso de Psiquiatría, un grupo de renombrados expertos se reúne alrededor de la cuestión: "Psiquiatría y Psicoanálisis, en torno a un caso clínico". El Presidente de la Mesa comienza planteando la unidad indisoluble de ambas disciplinas, que no son sino aspectos de Una y Una misma Preocupación Humanitaria por el Bien del Paciente.
A estas palabras, le sigue el expositor con el "caso". Se trata de un atleta de 1,95 mt. con impecable ropa deportiva y zapatillas de lustre cegador. Ante la pregunta del psiquiatra (quien, además, es conocido como psicoanalista), el paciente comenta que no soporta la gente con zapatos sin lustrar (y las zapatillas son su calzado habitual, dada su actividad: es "doble de riesgo" en cine). El psiquiatra, distraídamente, observa sus propios zapatos y encuentra que no les vendría mal una mano de lustrado. En el paciente, según dice, encuentra cierto aire feminizado.
El paciente se halla en análisis, pero ha recurrido al psiquiatra por consejo de una médica clínica, quien lo notó angustiado y le recomendó consultar a alguien que lo medicara. En su trabajo puede tirarse desde cualquier altura provisto del sostén de un arnés, pero tiene sensaciones de ahogo si debe hacerlo sin el mismo (es decir, al vacío, tras el que lo aguarda un colchón inflado). Le espeta al psiquiatra que si no le resuelve el problema de inmediato, se tirará al vacío, pero esta vez para matarse. No puede trabajar en otra cosa, ya que es lo único que sabe hacer. Es separado, con dos hijos a los que ve con frecuencia. El padre se tiró bajo un tren a los 56 años. El abuelo paterno murió a la misma edad, y el paciente sospecha que fue asimismo un suicidio. El psiquiatra le prescribe Alprazolam y lo cita para otra oportunidad.
A posteriori intenta comunicarse con el analista. Una mala experiencia. Éste parece encerrado en una torre de marfil teórica, no se halla dispuesto al diálogo, el psiquiatra se siente incómodo, en fin... No hay (buena) relación.
Antes de que el paciente retorne, el psiquiatra se entera de que mientras el paciente se encontraba en la sala de espera, antes de la primera entrevista, atendió el teléfono informando al que llamaba que el Doctor estaba ocupado. El sujeto aclara que no puede dejar una campanilla que suena (sea teléfono o timbre) sin atender. (qué importancia tiene este relato: el psiquiatra confirma su diagnóstico de Trastorno Obsesivo Compulsivo. El paciente le comenta que sigue igual, sin cambios pese a la medicación. Pero se halla sin ganas, todo el día tirado en la cama. El psiquiatra diagnostica Depresión (co-morbilidad) y le agrega Sertralina. Fin del relato.
Las intervenciones del auditorio se concentran en descalificar al crápula del analista, encerrado en su nebuloso e irreal aislamiento y reacio a abrirse a la hermandad psiquiatricodinámica. Todos de acuerdo en condenar al autista que osa perturbar con una heteronomía lo que jamás debe ser separado.
Un miembro del panel propone que el analista (¿acaso un iluso?) pretende resolver la angustia por elaboración, mientras que el psiquiatra la enfrenta con la medicación. Dos modos diferentes de abordaje del mismo síntoma. No hay tanta diferencia.
Hay una intervención más. Alguien - pero es el único - propone que no son dos maneras sino dos estructuras, dos discursos y dos diferentes prácticas resultantes. No sabemos muy bien cuál es la del analista - aunque se podría conjeturar que no se mantiene tanto en una torre de marfil como en una ética en la que no hay "trabajo en equipo". Y con bastante derecho a sentirse molesto, luego de haber logrado abrir la envoltura del síntoma y que la angustia aparezca, sólo para que venga algún palurdo a obturarla con un tranquilizante (Felizmente, el síntoma sigue insistiendo en hablar, y el supuesto Trastorno Obsesivo Compulsivo no se priva de cuestionar al Amo de la Ciencia, como toda histeria, con un "sigo igual").
Pero en cambio sabemos cuál es el objetivo del psiquiatra: impedir que el sujeto caiga fuera del circuito productivo, con lo que su alma inmortal se perdería para siempre. Propósito adaptativo y ortopedizante, que le dicen.
El inoportuno participante agrega que un psiquiatra y psicoanalista francés3 propuso que la posición del psiquiatra se halla diseñada para evitar que sienta angustia. Muchos del auditorio reaccionan ofuscados. Todos ellos sienten angustia con muchos de sus pacientes; lo que dice ese francés es ridículo e inaceptable. Sólo que - cabría agregar - la angustia desaparece o cede notablemente cuando el psiquiatra prescribe la medicación, que en esta perspectiva no es precisamente para el paciente, aunque sea éste el que la ingiera.
La mesa finaliza con un nuevo alegato de su Presidente - alma bella - a favor de la Unicidad Inquebrantable de la Interdisciplina: como lo prueba el caso clínico, Psicoanálisis y Psiquiatría se reabsorben sin conflicto en la Unidad Mayor y Completa de la Psiquiatría Dinámica.
El caso, sin embargo, ¿no prueba exactamente lo contrario? ¿No es mejor un divorcio de común acuerdo y en buenos términos, que el "sacrificio" del aguante mutuo que esconde agresividades y pisotones, refugiándose tras una declaratoria vacía? Toda la excelente recepción de material significante (véase la insistencia de "tirar, tirado") por parte del psiquiatra es descartada como irrelevante en el momento en que administra la pastillita.
¿No es más productivo lidiar con un psiquiatra transparente, que no pretende apretar más de lo que abarca, que con un confuso "psiquiatra dinámico"?