El Dr. Steven W. Levison, del Pennsylvania State College of Medicine en Hershey, EE. UU., considera que este descrubrimiento puede ayudar en el establecimiento de postibles estrategias terapéuticas para el manejo de los diversos tipos de daño cerebral.
Los investigadores compararon la respuesta a la inducción de un daño neocortical en ratones normales y en ratones con una mutación en el gen para el receptor de la IL-1. Transcurridas 24 horas desde la inducción del daño, los ratones con mutación para el receptor-1 de la IL-1 mostraron una pequeña microglía ameboide que, por el contrario, resultó muy abundante en los ratones normales. Asimismo, no se observó infiltración periférica de macrófagos en los ratones mutantes.
Incluso antes del daño, y en comparación con los normales, los ratones con el receptor para IL-1 inactivado mostraron bajos niveles basales de ciclooxigenasa-2. Dos días después del inicio del estudio, la expresión de la COX-2 se vió incrementada en un 100% en los ratones normales, y tan sólo en un 5% en los mutantes. Al séptimo día, el incremento fue de hasta el 150% en los ratones normales. Por el contrario, y tras los siete días de experimento, los ratones mutados no llegaron a mostrar los niveles que presentaban los ratones normales en condiciones basales.
Como resultado de la disminución de la COX-2, la síntesis de prostanoides –que inducen edema-, así como la producción de especies reactivas de oxígeno también parecieron estar inhibidas por el bloqueo del receptor de la IL-1.
Los investigadores también evidenciaron una disminución de la expresión de la IL-6 y de la IL-1-beta. Por el contrario, los niveles del factor alfa de necrosis tumoral no se vieron afectados por la mutación. La razón, según el Dr. Levison, “obedece a que algunas de las respuestas adaptativas de las células de la astroglía a la inducción del daño no se ven modificadas cuando se lleva a cabo un antagonismo de la IL-1”. Por ello, los investigadores sugieren que el antogonismo de la IL-1 podría tener beneficios terapéuticos no sólo durante el período inmediato al daño cerebral, sino también en efectos desmielinizantes consecuentes con el ictus, la esclerosis múltiple y la enfermedad de Alzheimer.
Según comentó Levinson, “los inhibidores de la COX-2 parecen retrasar el inicio de la enfermedad de Alzheimer. Y la IL-1 incrementa la expresión de dicha enzima”. Asimismo, especificó que “los candidatos ideales para bloquear la IL-1 serían los anticuerpos específicos o los pequeños inhibidores moleculares de esta cascada de señales”.
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Pennsylvania State College of Medicine
http://www.hmc.psu.edu/