Aniversario: se cumple una década de su muerte
Piazzolla, el sonido de Buenos Aires
El gran bandoneonista argentino fue una influencia decisiva para compositores e intérpretes, tanto en el país como en el exterior.
Autor/a: René Vargas Vera
Indice
1. Biografía
2. Sitios de interés
Astor Pantaleón Piazzolla vio la luz un martes 11 de marzo de 1921, en Mar del Plata, y murió el 4 de julio de 1992 en un sanatorio de Buenos Aires, tras haber cumplido 71 años en plena agonía. Su muerte anunciada ocurrió en París, el 5 de agosto de 1990, cuando un derrame cerebral lo sorprendió al salir de la ducha. En ese momento se disponía a concurrir a misa en Notre Dame, con su esposa Laura.
El hijo de Vicente Piazzolla y de Asunta Manetti estaba predestinado a sostener una dura batalla en el campo de la música popular; batalla que el mundo obligó a librar, en todo tiempo y lugar, a quienes lideran movimientos de renovación artística.
Astor Piazzolla no fue niño prodigio. Antes de ser atraído por la música fue un chico pendenciero en las calles de Nueva York. Se lo conoció, en aquella infancia norteamericana, como el zurdo que pegaba duro en una de las clásicas barritas neoyorquinas. Tanto es así que cuando tenía ocho años y papá Vicente y tío Octavio le regalaron el bandoneón, lo primero que preguntó fue "qué es esto", sin animarse a presionar la botonera. Fue Vicente (acordeonista y guitarrista) el que se empeñó en convertir en músico al pequeño batallador. El veneno del tango se iba inoculando subrepticiamente mientras papá escuchaba discos de Gardel y de De Caro. Pero el bandoneón seguía en un armario. Cuando Astor decidió tomar las primeras lecciones de música en Nueva York fue "por darle gusto a mi viejo". Vicente y Asunta debieron insistir en fomentar una vocación todavía escondida, cuando regresaron de Nueva York a Mar del Plata. Astor debía tomar lecciones de bandoneón. Aquellos primeros pasos con los profesores Líbero y Homero Pauloni serían definitorios en su carrera. Fue en el regreso temprano a Nueva York cuando Astor mostró su arte incipiente en su escuela y en un teatro. Corría 1932. En la escuela lo presentaban como "la maravilla infantil del bandoneón". Del teatro Roerich Hall el diario alabó su "excelente técnica musical". Astor tenía 11 años. Entonces conoció al pianista húngaro Béla Wilda, a quien consideró su primer maestro, porque con él había aprendido de veras a leer música. Música clásica. Astor se prometió emularlo. En 1935, con 14 años, decidió ser músico, dejando de lado sus aficiones por el béisbol, el boxeo y el pase inglés. Después llegaría su encuentro con Carlos Gardel en las calles de Nueva York, él como traductor del pésimo inglés del Zorzal y su participación como canillita, a comienzos de 1935, en la película del ídolo "El día que me quieras". La historia de Piazzolla músico es casi inabarcable. Y parece empezar con el definitivo regreso de su familia a Mar del Plata, a comienzos de 1937. Astor estaba por cumplir16 años; el tango se estaba convirtiendo en la música popular argentina por excelencia, y la revelación, para el músico, se produciría (es de suponer, porque Astor no lo manifestó así) al año siguiente, cuando escuchó al sexteto de Elvino Vardaro. Epoca de esplendor de Julio De Caro, época de Pedro Láurenz, de Pedro Maffia, de Ciriaco Ortiz, de Aníbal Troilo, de Juan D´Arienzo, en la que habían empezado las disputas entre aquellos renovadores y el "rey del compás" y otros tradicionalistas del tango. Epoca en que Astor retomaba el estudio de la música, y acrisolaba su espíritu revolucionario en el 4x4 (el 2x4 había quedado muy atrás).
Hay mojones en la vida artística de nuestro músico. Uno de ellos precede su ingreso en la orquesta de Aníbal Troilo. Astor tenía 17 años. Iba a escucharlo en el Café Terminal, de Corrientes al 900. Lo enloquecía el piano de Orlando Goñi y anotaba los yeites tangueros (dictados por la pura intuición). Aprendió el repertorio de memoria. Obcecado, repetía: "Voy a entrar en esa orquesta". Pasado un tiempo, al enfermar Toto Rodríguez (bandoneón), Troilo le tomó la prueba. Empezó tocando Gershwin y luego el repertorio de Pichuco. Troilo lo tomó enseguida. En esos años llegó a reemplazar al gran Gordo. Pero Astor quería estudiar música y escapar del "círculo trágico de los tangueros", de los mediocres. Lo obsesionaba escribir un concierto. En los arreglos que hacía para Troilo, de las mil notas que escribía, Pichuco las reducía a menos de la mitad. Por eso en 1944 dejó esa orquesta.
Mientras tanto -entre peleas de todo tipo- , tomó lecciones con Ginastera. Lo apasionaban Bartok y Stravinsky, la rítmica incisiva. Los desafíos.
Otro mojón sucede en París, hacia mediados de los años 50. Viajó allá para estudiar música clásica con Nadia Boulanger. Le mostró su Sinfonietta. Pero ella no encontró allí a Piazzolla. Nadia le pidió que le toque esa música que él trató de esconder. Astor le mostró en el piano su tango "Triunfal". Nadia le pidió repetir. "Este es el Piazzolla que me interesa; no lo abandone nunca", aconsejó la gran maestra.
En 1957 llegó otra etapa. Astor estaba de vuelta en su país y fundó el Octeto Buenos Aires. Stampone (piano), Federico (bandoneón, con Astor), Francini con Baralis (violines), Malvicino (guitarra eléctrica), Bragato (chelo), Vasallo (bajo) imprimieron nuevos giros y armonías a tangos conocidos y nuevos. Astor buscaba "sacar al tango de la monotonía armónica, melódica, rítmica y estética"; jerarquizarlo musicalmente, permitir el lucimiento de sus intérpretes, "sin que deje de ser tango". El octeto ratificaba el estilo plasmado en 1955, con su orquesta de cuerdas en París. Después llegarán, al despuntar los años 60, el primer Quinteto, el nuevo octeto, el disco con poesía de Borges, la operita "María de Buenos Aires" (con el poeta Horacio Ferrer, con el que dejó su más transitada y popular partitura, la "Balada para un loco"), Amelita Baltar, el Noneto bautizado "Música Popular Contemporánea de la Ciudad de Buenos Aires", para burlarse de sus detractores que lo acusaron siempre de no hacer tango (a él, que había cultivado como pocos el tango tradicional). Luego Agri, Trelles, Goyeneche, la reunión con Gerry Mulligan, Gary Burton... Sin olvidar la música para películas (casi 40) que escribió desde 1949 hasta entrados los años 80.
Falta el retrato del hombre y el músico iconoclasta, atrevido, peleador, perfeccionista empedernido, a veces temerario; desconcertante y contradictorio; avasallante y obstinado. El de las bromas crueles y el de la ternura de un niño. El trabajador incansable; el creador prolífico desde su amado piano de cola. El tipo sincero que no conoció las medias tintas, tanto para amigos como para sus reales enemigos: sus antípodas estéticas. En su sino vital: renovar el tango manteniendo sus esencias, Piazzolla es Buenos Aires. Es la más poderosa amalgama entre la música ciudadana y las modernas técnicas de composición; es el poderío de las ideas musicales y sus fantásticos juegos entre los que caben dificilísimos contrapuntos. En los distintos grupos que fundó para emprender nuevos caminos, siempre buscó a los mejores músicos, a los más talentosos e inspirados. Son ellos sus incondicionales. Argentinos y extranjeros. Por eso se ha convertido en la figura capital de la moderna música argentina que el mundo reconoce por su sello inconfundible. Hay un antes y un después de él en la música ciudadana, llámense "Adiós Nonino" o "Revirado"; "Milonga del ángel" o "Michelangelo"; "Escualo" o "Fuga y misterio". Son suyos las cimas y los abismos, la garra y el misterio, las luces y sombras de ésta su ciudad.