Por más de 40 años, la medicación neuroléptica constituyó la base del tratamiento de la esquizofrenia y psicosis relacionadas. Aunque los neurolépticos son eficaces en muchos pacientes para producir la supresión de síntomas positivos tales como alucinaciones y delirios, se los asocia también con importantes efectos adversos. Los antipsicóticos típicos producen efectos en el sistema nervioso central, especialmente síntomas extrapiramidales (SEP) y disquinesia tardía (DT). Prácticamente todos los pacientes que reciben neurolépticos tienen uno o más factores identificables de riesgo para DT; entre los más significativos se hallan vejez, sexo femenino, diabetes mellitus, trastornos afectivos, dosis y tiempo de exposición a los neurolépticos[6]. Adicionalmente los antipsicóticos típicos requieren ajuste de dosis en función del alargamiento en el electrocardiograma del intervalo QT. Por estas razones la incidencia de SEP y DT es alta y debe ser tenida en cuenta al instaurarse o seguirse una terapia con neurolépticos.
Por otra parte entre el 10% y el 30% de los pacientes son resistentes a los efectos terapéuticos de los neurolépticos y un porcentaje relativamente alto es sólo parcialmente respondedor[5] . Un grave problema adicional es que los neurolépticos son escasamente efectivos en el tratamiento de los síntomas negativos de la esquizofrenia y pueden empeorar los patrones cognitivos asociados con la enfermedad[4].
La introducción de los antipsicóticos atípicos o de segunda generación ha significado un trascendental cambio en los diversos paradigmas que regían en el diagnóstico, pronóstico y terapéutica de ese grupo de pacientes. El primero de los atípicos aprobados fue la clozapina en 1989. En 1993 fue aprobada la risperidona, en 1996 la olanzapina, la quetiapina en 1998 y la ziprasidona en 2000. La afinidad de los atípicos por diversos receptores (dopaminérgicos, serotoninérgicos, alfa-adrenérgicos, histaminérgicos y muscarínicos) varía entre las moléculas y justifica un distinto perfil terapéutico y de efectos adversos. Dado su perfil terapéutico favorable, los antipsicóticos atípicos han tenido bien aceptados en muchos países -como los Estados Unidos de Norteamérica y miembros de la Comunidad Europea. La aparición de antipsicóticos atípicos o de segunda generación (que no son considerados neurolépticos) ha modificado sustancialmente el tratamiento del amplio campo de las psicosis. Estas moléculas tienen diferentes estructuras químicas, mecanismos de acción similares, y presentan potencias distintas de sus acciones a nivel clínico, fundamentalmente por sus diferentes afinidades por los receptores involucrados.
Existe consenso en asumir cómo atípicos a aquellos antipsicóticos que presentan: a) bloqueo dopaminérgico selectivo, b) menores o nulos efectos extrapiramidales o disquinéticos; c) marcado efecto sobre la sintomatología negativa de la esquizofrenia; d) mejoría de la cognición; e) mejoría del humor depresivo.
Además, estos fármacos antipsicóticos presentan en comparación con los típicos: a) mínimo o ningún aumento de los niveles de prolactina; b) ninguna acción cataleptogénica.
La idea base de este estudio fue analizar, en situaciones habituales de tratamiento, cómo se modificaban los indicadores de seguridad y eficacia cuando un grupo de pacientes diagnosticados como esquizofrénicos o padeciendo psicosis relacionadas cambiaron su tratamiento del neuroléptico típico haloperidol al atípico olanzapina.