El intento de suicidio y el suicidio consumado constituyen en la actualidad un importante problema de Salud Pública. La Organización Mundial de la Salud se viene ocupando cada vez con más interés de este problema, y así el objetivo número 12 del plan "Salud para todos en el año 2000" señala que para esta fecha "las actuales tendencias crecientes de suicidio y tentativas de suicidio deben ser invertidas"19. El número de intentos de suicidio atendidos por médicos de la Unión Europea (UE) cada año es de aproximadamente 430.000 9, y se calcula que uno de cada cinco da lugar a secuelas físicas de carácter grave o muy grave 14. Dentro de las urgencias psiquiátricas, es probablemente el intento de suicidio una de las que presenta componentes medicolegales más marcados, junto a las conductas heteroagresivas y los efectos indeseables de los psicofármacos, como ha señalado  Carrasco Gómez 7  en una revisión reciente.

La valoración del riesgo autolítico es quizás una de las tareas más difíciles  de la psiquiatría de urgencias, tanto por los sentimientos contratransferenciales que estos pacientes despiertan en el psiquiatra 11 como por la posibilidad de cometer una valoración errónea que puede acarrear graves consecuencias 8. A pesar de la existencia de un extenso número de factores de riesgo identificados, éstos están lejos de ser altamente precisos. Algunos autores han llegado a sugerir la dificultad de predecir las conductas suicidas aun en grupos considerados de riesgo y utilizando modelos multivariantes12, 16. Aunque el riesgo autolítico constituye por sí mismo una variable dimensional, es habitual que el clínico la utilice como si fuera dicotómica. El límite en el que se pasa de una situación de no riesgo a una de riesgo, y se decide consecuentemente el ingreso, no es claro y depende de muchos factores11. Es por ello que el proceso por el cual el clínico toma la decisión de ingreso se convierte en un acto médico complejo.