Me recibí de médico en el año 1964 en la Facultad de Medicina en la Universidad de Buenos Aires. Después hice un entrenamiento en Medicina Interna en el Instituto de Investigaciones Médicas del Hospital Tornú que dirigía el Dr. Lanari que sigue siendo uno de los centros pilares en el área clínica y de investigación clínica. En el año 67 obtuve una beca y viajé al Instituto de Investigaciones Hematológicas del Hospital Saint Louis en París, que dirigía el profesor Jean Bernard. Ese instituto era, sin ninguna duda, el centro hematológico más importante que había en Europa y su director era un hombre extremadamente reconocido. De hecho, hoy en día sus discípulos están ocupando lugares líderes en los hospitales de muchas regiones del mundo. Allí estuve un año y medio y, aunque había ido con una formación aceptable en hematología, me afiancé y aprendí el rigor y el placer de la investigación clínica en el laboratorio de citopatología que dirigía el Dr. Jaques-Louis Binet, un experto mundial en leucemia linfoide crónica.
¿Cuál fue el tema central de sus investigaciones en esa época?
Trabajé en estudios de investigación de las células linfoides y por eso, al final de mi estadía en París, pudimos publicar dos trabajos en los Anales del Instituto Pasteur, que era la revista de inmunología más importante de Francia. Al mismo tiempo aprendí lo que era trabajar en equipo, en protocolos de investigación clínica. Porque a pesar de que el Hospital Saint Louis era el centro europeo que más leucemias agudas atendía, colaboraba con el Grupo Americano de Leucemia (Grupo B). Ya en esa época los franceses se daban cuenta de que por sí solos no podían llevar a cabo programas de investigación clínica: éstos tenían que hacerse en forma colaborativa entre muchos institutos. En aquel período también tuve la suerte de poder asistir a un simposio internacional en el que se presentaba una nueva droga que fue una revolución para esa época: la daunomicina. Allí tuve la oportunidad de conocer a mucha gente que trabajaba en leucemia, de gran prestigio internacional y a la que conocía a través de sus trabajos.
¿Cómo retomó sus actividades en la Argentina?
Cuando volví empecé a trabajar en el Instituto de Investigaciones Hematológicas de la Academia Nacional de Medicina, donde continué completando mi formación en hematología. Durante esos primeros años hice mi tesis del doctorado, que fue un trabajo inspirado en lo que había hecho en Francia: la preparación de un suero antilinfocito para el tratamiento de la leucemia linfoide crónica. Esa tesis fue aprobada en forma sobresaliente y así me doctoré en Medicina. Además me incliné muy directamente al área de oncohematología, especialidad que trata las enfermedades malignas hematológicas. Tuve oportunidad también de crear el Departamento de Oncohematología de la Academia Nacional de Medicina. Por otra parte, en aquellos años varios otros investigadores jóvenes habían llegado desde Europa y EE.UU. y, con la venia de los jefes de los distintos servicios, establecimos puentes de información y de intercambio y se formo el Grupo Argentino de Tratamiento de la Leucemia Aguda del cual fui nombrado coordinador. Durante muchos años ese fue un grupo de gran prestigio internacional; publicamos muchos trabajos multicéntricos; logramos estandarizar el tratamiento de las leucemias, de los linfomas, de la enfermedad de Hodgkin, del mieloma y todos esos trabajos fueron publicados en las mejores revistas internacionales. Creo que ese fue uno de los grandes logros que tuve en mi carrera médica: lograr un grupo cooperativo en Argentina que tuviera prestigio internacional.