La vejez y el agradecimiento en un libro conmovedor

Dar las gracias, un deseo que se enciende con los años

Las gratitudes, de Delphine de Vigan, muestra que expresar agradecimiento es un deseo que no envejece y que incluso puede resistir una enfermedad en la que se pierden las palabras.

Autor/a: Celina Abud

No existe quien no sienta en el cuerpo los efectos del envejecimiento. Nuestra marcha comienza a aminorarse, vamos y volvemos de un cuarto a otro sin recordar qué íbamos a buscar, la vista pierde autonomía y el oído filtra más de lo necesario. Parece repetirse la eterna sensación de “estar perdiendo algo”, pero no todo. De hecho, hay un deseo que con los años gana en potencia hasta volverse urgente: el de dar las gracias.

Este es el núcleo del libro Las gratitudes (Ed. Anagrama, 2021), de la escritora francesa Delphine de Vigan, en el que tres protagonistas de distintas generaciones emprenden una carrera contra el tiempo para encontrar la forma de ser agradecidos. La novela está repartida entre las voces narradoras de Marie y Jérôme, que tienen en común la necesidad de darle las gracias a Michka, una anciana que había hecho carrera como correctora de una importante revista pero que debió ser internada en un geriátrico por un principio de afasia que la lleva, justamente, a  perder las palabras.

“Pierdo mucho… A toda prisa. Tengo la sensación de estar perdiendo algo todo el rato, pero no sé qué es… Y me da miedo”, dice Michka y, con cada vocablo olvidado, siente que se evapora no sólo su capacidad de comunicarse, sino también la última (y remota) chance de dar las gracias a un joven matrimonio que la había alojado y ocultado en su casa, cuando ella era apenas una niña. Así, la salvaron de morir en un campo de extermino durante los últimos años de ocupación alemana en Francia. La posibilidad de que la pareja estuviera muerta sin que ella hubiese podido expresar su gratitud la persigue en sueños con el peso de una deuda.

Para abrir su relato, Jérôme, el logópeda que atiende a Mishka en el geriátrico, describe su oficio: “Trabajo con las palabras y con el silencio. Con lo que no se dice. Trabajo con la vergüenza, con los secretos, con los remordimientos (…) Trabajo con el dolor de ayer y con el de hoy. Con las confidencias. Y con el miedo a morir”. Con el correr de las páginas se retrata la rutina de ambos, que consta en sesiones de ejercicios que no siempre la anciana recibe con predisposición, por no sentirse con fuerzas de perseguir lo olvidado. Sin embargo, lo que nunca olvida es de insistirle a Jérôme en que trate de recuperar algo que él perdió: la comunicación con su padre, tal vez para serle recíproca y de ese modo, agradecerle.

Pero las primeras palabras del libro son las de Marie, una vecina de Michka que, cuando era niña, fue cuidada por ella siempre que su madre se ausentaba y que también se pregunta sobre si fue recíproca: “Hoy ha muerto una anciana a la que yo quería. A menudo pensaba: ‘Le debo tanto’. O: ‘Sin ella, probablemente ya no estaría aquí’. Pensaba: ‘Es tan importante para mí’. Importar, deber. ¿Es así como se mide la gratitud? En realidad, ¿fui suficientemente agradecida? ¿Le mostré mi agradecimiento como se lo merecía? ¿Estuve a su lado cuando me necesitó, le hice compañía, fui  constante?”.

Sin estridencias y con un estilo tan natural como el paso de los años, Las gratitudes muestran al envejecimiento y al deterioro como a una escena más en una línea de tiempo en el que sus extremos más drásticos –la muerte y el comienzo de la vida- se tocan. Tanto es así que cerca del final (el propio o el de una persona a la que se quiere) los personajes, temerosos de no poder dar las gracias, se perciben con la culpa (pero también el vigor) de un niño en falta.

Pero más allá de la salud y los sentimientos, Las gratitudes reflexiona sobre la narrativa, tal vez el recurso más importante que nos queda para cerrar nuestras propias historias y darles un significado. Así lo dice Jérôme quien, aunque triste, no tiene intenciones de bajar los brazos: “Hay que luchar, palabra a palabra. Sin concesiones. No hay que ceder. Ni una sílaba, ni una consonante. Sin el lenguaje, ¿qué nos queda?”.


*Delphine de Vigan (1966) es también autora de Días sin hambre, que publicó con un pseudónimo y que retrataba la resurrección de su anorexia. También escribió las novelas No y yo, Nada se opone a la noche, Basada en hechos reales y Las lealtades.