Entre la incertidumbre y la Ley | 05 AGO 20

Justicia y salud en tiempos de pandemia

El concepto de desfase entre la medicina y el derecho se sustenta en que la primera se caracteriza por la incertidumbre, en tanto el sistema jurídico se asienta sobre la base de certezas
Autor/a: Dr. Carlos Spector  

Un Juez me propuso el siguiente desafío: disertar para magistrados sobre “Justicia y Salud en Época del COVID-19”, sin saber que pocos días más tarde se publicaría un escrito mío denominado “Ya que estamos podríamos demandar al médico”; esto último es indicio de que el tema de la relación entre médicos y profesionales del derecho no me es totalmente ajeno. Acepté con algunas dudas, porque, tal como lo anuncié al comienzo de la que fue mi exposición, no soy epidemiólogo, infectólogo ni virólogo. Sin embargo, estimé que, como actor aunque no como experto, me encontraba en condiciones de discurrir al respecto sobre la base de mi prolongada experiencia de médico asistencial y por haber ejercido cargos de gestión como jefe de dos servicios, director del área quirúrgica de un importante hospital universitario y actualmente como decano de una facultad de medicina.

A lo largo de los años, he debido actuar conforme a reglamentos, leyes y códigos y en la práctica, he visto todo tipo de resultados por aplicar los principios legales y de bioética, y también por afrontar con valentía intereses ajenos muy poderosos que pretendieron ser infringidos con impunidad flagrante y hasta orgullosamente ostentada. Como médico, me he rebelado contra responsabilidades excesivas que se nos asigna cuando en la realidad no las podemos asumir porque muchas veces no está en nuestras manos resolver problemas que nos impiden comportarnos como quisiéramos.

He reflexionado sobre las razones que impulsan al personal sanitario a someterse a los riesgos de contagio, enfermedad y muerte por ejercer sus tareas asistenciales dirigidas a pacientes afectados por esta pandemia tan virulenta, contraviniendo las medidas de aislamiento que ellos mismos prescriben, y algunas veces sin los suficientes elementos de protección personal. Entre todos ellos, son los médicos, los enfermeros y quienes manipulan muestras orgánicas, aquellos que resultan más vulnerables. No sólo los mencionados se exponen; también lo hacen los afectados a seguridad y otros agentes que la comunidad necesita para seguir sobreviviendo.

Algunas de las causas de este comportamiento entre valiente y temerario son muy conocidas, pero otras aunque se presumen, no se pueden demostrar porque permanecen ocultas en la intimidad de los individuos, a veces hasta para ellos mismos. Es imprescindible tener vocación, que es el amor o afición por la tarea que se realiza en el presente o que un estudiante proyecta llevar a cabo una vez graduado. Se complementa muy bien con la vocación de servicio por la cual las personas sienten el impulso de atender a las necesidades de sus semejantes. También es necesario ser altruista, es decir tener afecto por el prójimo.

A muchos los moviliza el noble mandato de cumplir con el deber al que una vez se comprometieron a asumir. Pero además, existen motivaciones individuales difíciles de poner de manifiesto. Muchos son temerarios, especialmente cuando son jóvenes y afrontan con satisfacción anticipada los peligros, a veces sin las suficientes precauciones para hacerles frente. Existen entre algunos médicos varios desvíos del profesionalismo que los lleva a ostentar una sensación omnipotente de inmunidad o a percibir una fantasiosa protección corporal que supuestamente les otorgaría dedicarse a este oficio. Otros, ajenos a nuestras profesiones asistenciales, parecen creer esta falacia.

Cuando estuve enfermo como lo puede estar cualquiera, escuché muchas veces de mis amigos la broma irónica ¿ustedes los médicos también se enferman? Una situación imaginaria como la relatada lleva a no extremar las medidas de prevención y hasta considerar que el asumir actitudes de este tipo es un elogioso comportamiento heroico. Al respecto, recuerdo bien muchos episodios vividos cuando trabajaba en un hospital de enfermos infecciosos en el que mis colegas mayores hacían gala de dominar los microbios con la mera voluntad y actuaban como si creyeran en ello a pies juntillas, negando de modo irracional sus vulnerabilidades humanas.

Dichas estas palabras preliminares, entremos ahora en el tema específico del título.

Aquello que habitualmente se nombra como “la justicia” en las cotidianas conversaciones coloquiales, es el amplio colectivo integrado por jueces, fiscales, secretarios, agentes administrativos del Poder Judicial, leyes, códigos, decretos, expedientes, actas y hasta los palacios de justicia. Pero hay otra justicia, que está integrada por los fundamentos filosóficos sobre los que se sustentan los cuerpos legales y doctrinarios, como por ejemplo los del derecho romano, y el consuetudinario.

Para la justicia aristotélica, cada igual debería recibir los mismos bienes y servicios que la sociedad estuviera en condiciones de distribuir. Esta resolución aritmética es cuestionable, porque en las comunidades no todos aportan lo mismo para sustentarla. Una variante, por consiguiente, es la solución proporcional. ¿y entonces qué ocurre con quien se enferma cuando nada pudo aportar antes? Pues entonces debe recurrir a la caridad. Nuestra justicia es igualitaria, porque cuando cualquiera de todos los habitantes se enferma en algún momento de su vida, puede recibir atención médica, ya sea del financiador al que aporta o bien del Estado. Para eso están los hospitales públicos, la prestación médica obligatoria y los fondos de compensación que regulan reparticiones estatales.

En estos días, sin embargo, escuchamos muy asiduamente la frase “colapso de los sistemas asistenciales”. Quiere decir que si hubiera más pacientes de COVID-19 de los que se pudieran atender, no estaríamos administrando los recursos con justicia a pesar de la voluntad de los responsables directos (médicos y enfermeros, no los funcionarios ni los políticos). Si así ocurriera, deberíamos poner en práctica el triaje, la priorización, el racionamiento y recurrir a la microasignación consciente de los recursos no ya de modo universal a todos los que necesitan sino a unos sí y no a otros, sobre la base de pautas o acuerdos. Aquellas son palabras difíciles e inusuales que no es habitual emplear, porque hasta ahora tampoco era frecuente que las requiriéramos. Por ello, es apropiado definirlas bien para entenderlas, para el caso en que desafortunadamente pasaran a estar en boca de todos y en la tinta de los diarios.

 

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