Su música, los mecenazgos, la alquimia y una pizca de mercurio | 24 NOV 19

Claudio Monteverdi

Una apasionante historia de vida entre la música y la agitada vida social

E voi, piuttosto che le nostre povere
Gabbane d´istrioni, le nostr´anime
Considerate, poichè siam uomini
Di carne e d´ossa, e che di quest´orfano
Mondo al pari di voi spiriamo l´aere![1]

 

Cremona una arquetípica ciudad-estado de la Italia septentrional y cuna de grandes lutieres, lo vio nacer en mayo de 1567. Por esa época, la región se hallaba bajo la administración de Milán, anexada a España desde 1513. 

Su padre, Baldassare Monteverdi, era un boticario que hacía las veces de barbero y cirujano, en tanto que su madre, Maddalena, falleció cuando Claudio tenía nueve años, dejándolo con una hermana y dos hermanos varones. Transcurrido unos años apareció la segunda esposa y luego tres hermanastros; aunque poco después ella también moriría.

Claudio se mantuvo emocionalmente empático con su padre, quien a su vez apreciaba el talento musical de él y Giulio Cesare, sus dos hijos mayores. No obstante, las dificultades económicas, Baldassare consiguió que ambos recibieran lecciones de música del maestro de capilla de la catedral, Marco Antonio Ingegneri.

Bajo su tutela, Claudio no sólo aprendió a cantar, sino que también desarrolló el dominio del violín y otros instrumentos de cuerda. Ingegneri lo introdujo igualmente en las técnicas de escritura polifónica renacentistas y así tomó contacto con las piezas del gran madrigalista Luca Marenzio. Con apenas 15 años, compone su Sacrae cantiunculae.  

Entre 1589 y 1590 Monteverdi visita Mantua; y tiempo después ingresa al servicio del duque Vincenzo I de Gonzaga. En ese momento, el Signore aspiraba a que su corte fuese un polo cultural símil Florencia, para lo cual había reunido a músicos, poetas tales como Guarini, Rinuccini, a la par de los pintores Frans Pourbus el Joven y Peter Paul Rubens.

Mientras que estos eran figuras ilustres del parnaso peninsular y europeo, Monteverdi no pasaba de violinista mal pago. Se hallaba bajo la supervisión de Giacomo Cattaneo, un gambista, que le proporcionó alojamiento y le permitió “tertuliar” con su hija Claudia, cantante de la corte e integrante del “concerto delle donne”; toda una revolución para aquel tiempo.

El 20 de mayo de 1599, la pareja contrae matrimonio; y unas semanas después Monteverdi debió acompañar al Duque en un viaje por Austria, Suiza y Lorena. Tuvieron tres hijos, Baldassare a la sazón cantante en Venecia; Leonora fallecida de pequeña y Massimiliano quien llegaría a ser médico en Mantua.

En la corte, Claudio recibió una fuerte influencia del maestro de capilla y compositor flamenco Giaches de Wert; un vanguardista finisecular muy atraído por la lírica de Torcuato Tasso y Battista Guarini. Ocurrida la muerte de De Wert en 1596, el cargo pasa a Benedetto Pallavicino, quien fallece poco tiempo después, y así es designado Monteverdi.

Al abrigo de los textos de Guarini, el maestro comienza a otorgarle un efecto más emocional a su obra, poniendo sobre el tapete la esencia del poema; con lo cual se apartaba de los cánones establecidos, sin por ello renegar de la polifonía de grandes predecesores como Josquin des Prez y Giovanni Palestrina. Monteverdi supo combinar muy bien ese legado con su talante innovador.

En 1606, Francesco, quien luego sucedería al duque Vincenzo I, le encargó una ópera para la temporada de carnaval de 1607. Bajo el título de La favola d'Orfeo, el maestro dio pruebas claras de su amplia concepción del género que lo posicionaron como un compositor a gran escala.

Para setiembre de ese año fallece Claudia, y Monteverdi se traslada a la casa natal sumido en una profunda depresión, con pocas ganas de retornar a Mantua. De una manera bastante intempestiva, el duque lo convocó casi de inmediato para componer una nueva ópera en ocasión del matrimonio de Francesco con Margarita de Saboya.

Retomó sus actividades, obviamente el montaje de esta segunda ópera L'Arianna, de la cual sobrevivió el célebre y por demás influyente lamento Lasciatemi morire. A pesar del fallecimiento de la prima Donna afectada de la viruela al momento de los ensayos, la representación llegó a concretarse en mayo de 1608 con un éxito contundente.[2]

Tras ello y prácticamente al borde del colapso, vuelve a Cremona a la vez que solicita permiso para reponer fuerzas. Consciente del estado de Claudio su padre escribe una carta al Duque Vincenzo I en la que más o menos señala: Claudio Monteverdi humilde servidor de vuestra alteza e hijo mío al que amo tiernamente me vino a Cremona hace 4 meses con dos hijos y enfermo por los aires de Mantua que siempre le fueron enemigos y por las muchas y grandes fatigas pasadas y además cargado de deudas no teniendo más que su acostumbrada paga que apenas le llega para poder comer él y sus hijos. Por ello pensando en la mala suerte que ha tenido y pensando que, si vuelve a Mantua con tales fatigas seguro que perderá la vida, os ruego que por amor de Dios le concedáis licencia para que pueda buscarse otros aires.

Insistirá sobre el tema en una carta expedida 18 días después a la Duquesa Eleonora Gonzaga. Por esa época el propio Monteverdi escribía a un amigo: Si el Duque ordena de nuevo que vuelva al trabajo os aseguro que si no se me permite descansar después de trabajar en las músicas teatrales breve será mi vida; si mi fortuna me favoreció haciendo que el señor Duque me encargase el servicio de la música de las bodas, tal ocasión me fue enemiga al procurarme una casi imposible fatiga haciéndome además pasar frío, carecer de ropa, servidumbre y comida.

Esta suerte de honorable súplica paterna, no sólo fue desestimada, sino que se le ordena regresar suscitando una reacción hacia la corte, que según él lo había subvaluado y penosamente remunerado, aunque el éxito de L’Arianna le valió de una pequeña pensión. A lo largo de 3 años matizados con altercados, compuso madrigales y piezas eclesiásticas; de las cuales la Contrarreforma se valdría debidamente.

Con el fallecimiento de Vincenzo I, el 18 de febrero de 1612, Monteverdi fue desobligado por su sucesor, Francesco IV, debido a intrigas palaciegas y reducción de costos. Él y su hermano regresaron a Cremona, con los bolsillos casi vacíos.

Al producirse el deceso de Giulio Cesare Martinengo, maestro de San Marco en 1613, Claudio acudió a presentar una composición religiosa. Poco después los procuradores lo designan como el nuevo maestro de capilla e inmediatamente se muda a Venecia. Aunque Monteverdi no había sido un gran compositor eclesiástico se tomó muy en serio sus deberes y en pocos años revitalizó completamente las actividades en la basílica.

Contrató a nuevos asistentes, incluidos los compositores Francesco Cavalli y Alessandro Grandi, escribió muchas piezas para iglesia e hizo hincapié en los servicios corales diarios. También tuvo participaciones musicales en otros lugares de la ciudad.

Sus cartas durante esos primeros años en Venecia revelan un mejor estado de ánimo, pero el mal trago Mantuano seguía presente. Prueba de ello son esta serie de fragmentos de una misiva escrita al Duque Ferdinando I (1620): esta serenísima república que no ha dado a ningún antecesor mío más de 200 ducados me da a mí 400. En la capilla no se acepta un cantor sin que antes se pida el parecer del maestro, ni aceptan organistas si no tienen primero mi aprobación y no hay gentilhombre que no me estime y honre y cuando voy a dirigir música le juro a vuestra excelencia que toda la ciudad corre a escucharme. Por otro lado, la paga la tengo asegurada de por vida, no viéndose afectada por muerte de procurador o de príncipe; y el dinero de la paga me es traído a mi propia casa.

Los Gonzaga, gestor de por medio, insistirán para que Monteverdi regresase a Mantua, pedido al que hará oídos sordos con un dejo de inquina absolutamente justificada.

Su intento de crear una filosofía práctica de la música continuará a lo largo de la década de 1620, lo llevaría a innovaciones estilísticas aún mayores. Siguiendo las ideas Platónicas, dividió las emociones en tres tipos básicos: el amor, la guerra y la calma. Cada uno de estos podría expresarse por diferentes ritmos y armonías. También introdujo un toque de realismo, por ejemplo, la imitación de los sonidos de la naturaleza, o bien el uso de pizzicato para expresar el choque de espadas.

Monteverdi asimismo albergaba la intención de imbuir a su obra con verdades filosóficas. Esto guardaba cierta relación con el paralelismo entre la música barroca y la alquimia, a la que era muy afecto, supuestamente porque ambas procuraban alcanzar una mayor comprensión de lo subyacente.

A partir de la tríada fundamental de la alquimia establecida por Paracelso sal, mercurio y azufre, y su correspondencia con cuerpo, alma y Espíritu, Monteverdi señala: "He reflexionado sobre el hecho de que las principales pasiones o afectos de nuestra mente son tres, a saber, la ira, la moderación y humildad o súplica; los mejores filósofos apoyan este punto de vista y la naturaleza misma de nuestra voz lo demuestra con sus registros altos, medios y bajos”.

 

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