Escepticemia por Gonzalo Casino | 14 SEP 17

La evidencia es un grado

Sobre las pruebas científicas, los grados de certeza y la toma de decisiones de salud
Fuente: IntraMed / Fundación Esteve 

La experiencia puede ser un grado en muchas situaciones y circunstancias, pero en biomedicina lo que sí que es un grado es la evidencia, o mejor dicho, la calidad de la evidencia. La expresión en español (un calco del inglés quality of evidence) no es demasiado afortunada, aunque también se emplean los términos nivel de certeza o confianza, que parecen más claros. De lo que se trata es de disponer de un sistema objetivo y consensuado que permita jerarquizar las evidencias o pruebas científicas disponibles sobre los efectos de las intervenciones sanitarias (tratamientos de todo tipo, pruebas diagnósticas, etc.). Y de utilizar esta jerarquía para ayudar a tomar decisiones que afectan a la salud individual y colectiva.

Tras décadas de implantación, la medicina basada en la evidencia (evidence-based medicine) no parece tener vuelta de hoja. Su alternativa es la medicina basada en elementos como la experiencia, la tradición, la pseudociencia, la moda y el márquetin, es decir, una medicina que ignora las pruebas científicas o que se basa en pruebas sesgadas (evidence-biased medicine). La primera significaría un retorno al pasado precientífico (medicina tradicional y terapias alternativas) y la segunda (medicina fundada en la mala ciencia), una desviación intolerable y sembrada de riesgos.

Desde 2004, se ha ido implantando como estándar el sistema GRADE (Grading of Recommendations Assessment, Development and Evaluation) para jerarquizar la calidad de la evidencia sobre los efectos de las intervenciones médicas en cuatro categorías: alta (indica que, por más estudios que se hagan en el futuro, la confianza en las estimaciones de los efectos apenas variará), moderada (los resultados podrían cambiar con nuevos estudios), baja (es muy probable que los resultados sean diferentes) y muy baja (la estimación del efecto de una intervención es incierta). La categorización depende no solo de si trata de estudios experimentales (ensayos clínicos) u observacionales, sino de otros factores que modifican la calidad de los resultados.

De haber existido el GRADE en la década de 1990, cuando la terapia hormonal sustitutiva hacía furor para paliar los síntomas de la menopausia, este tratamiento no habría sido tan amplia y equivocadamente recomendado por médicos y asociaciones científicas. Aunque esta terapia venía avalada por estudios que indicaban que reducía el riesgo cardiovascular, el sistema habría puesto de manifiesto que las evidencias eran de muy baja calidad, pues provenían de estudios observacionales con resultados inconsistentes.

 

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